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Historias de café

En Argentina, las decisiones más importantes se toman café de por medio.

Las decisiones más importantes se toman café de por medio. Todos hemos estado en esa situación alguna vez: sentados frente a un pocillo en la mesa de un bar, esperando por alguien o haciendo una pausa para pensar.

Luego, lo que cambian son las historias: un amor que comienza o uno que termina; el negocio de tu vida o una gran propuesta laboral; la mejor noticia o la peor, que en el fondo esperabas. Risas y lágrimas. Reencuentros y rencores. Proyectos y finales. Es por todo eso que los cafés son tan importantes en la vida de una ciudad.

Las calles porteñas están plagadas de cafeterías y en cada una de ellas se repiten las mismas secuencias. Tomar un café es la manera de socializar del porteño: cuando quiere encontrarse con alguien, el lugar es el bar. Pero también es el entorno para tomarse un momento para uno, leer el diario o simplemente ver cómo pasa la gente por la vereda.

Los vecinos de Buenos Aires son conscientes de esto y, recientemente, votaron por su preferido: Las Violetas, en Almagro, resultó elegido el mejor café notable de la Ciudad. ¿Por qué? Por su arquitectura, su atención y sus productos. Pero, sobre todo, por sus historias.

Que un café –Las Violetas o cualquier otro– sea el escenario de tantas historias no es casualidad. Hay algo en ellos que nos atrae, nos retiene y nos hace volver. Tal vez cada mañana, tal vez cada semana, pero volvemos. Es la tranquilidad que da lo conocido, las mismas caras. El trato personalizado del mozo, que se convierte en amigo. Es saber que nos va a traer el café que tomamos siempre, sin necesidad que lo pidamos. Es poder instalar una oficina ambulante durante horas sin que nadie nos apure.

También es la tradición semanal del encuentro entre amigos, la repetición que –lejos de aburrir– nos hace sentir parte de algo. Es llevar a esa persona nueva en nuestra vida a que conozca nuestro lugar, y la alegría de compartirlo. Es la felicidad de lo cotidiano. Es ver pasar la ciudad desde nuestro refugio elegido. Es levantar la mirada y sentirnos en casa.

¿Café para llevar?

Hace algunos años se popularizó en Buenos Aires una forma norteamericana de tomar café muy conocida por cualquiera que haya visto películas o series "pochocleras" de Hollywood. En estas producciones, siempre hay alguna escena en la que vemos a la protagonista bien vestida caminando por Nueva York mientras toma café en su vaso blanco descartable con tapita. La famosa costumbre del "coffe to go" (café para llevar). 

Esta modalidad del café viajero tuvo mucho éxito en las ciudades grandes de nuestro país. Y la razón no es solo el sabor de las bebidas. La razón del éxito de estas empresas extranjeras es que se adaptaron a nuestras costumbres. Además de ofrecernos el café para llevar, cuentan con un espacio para que podamos sentarnos a disfrutarlo, como cualquier confitería nacional. Esto no es común en otras culturas. 

Y es que el argentino, y en especial el porteño, puede sentirse atraído con la idea de tomar su café mañanero mientras camina por la calle en invierno, pero nunca dejará de apreciar ese lugar seguro: la mesa preferida de su bar de confianza.  El vaso de plástico con tapita puede evitar que nos quedemos dormidos en el subte, pero no  reemplazará jamás al pocillo blanco y a su gesto característico comprendido por todos los mozos. El café para llevar es una gran opción si estamos apurados, pero no nos brinda una pausa en la vorágine del día. Un café de pasada puede acompañarnos, pero no nos regala ninguna historia memorable. 

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