¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónSomos raros los argentinos, nadie puede dudar de eso. Quizá sea que somos un crisol de razas, para parafrasear a la historia. Muy probablemente. Venimos de una mezcla grande pero a la vez profunda. Españoles e italianos con libaneses, rusos, húngaros, alemanes, franceses. Muchas comunidades numerosas hay de norte a sur literalmente en nuestro hermoso país. Eso nos hace quienes somos. También nos hace grandes porque las mezclas enriquecen a las personas. Sin dudas somos cautivantes, inexplicables, eclécticos. Pero somos raros.
Más que matices lo nuestro parece un catálogo de estados. Por momentos somos ultra expresivos y por momentos nos callamos todo. El famoso "Estoy mirando"
Un argentino entra a un comercio y siente que está obligado a comprar, como si el comerciante le pusiera un revolver en el pecho cuando lo recibe. No puede entrar a ver o a consultar. A veces parece que nos da lástima no comprar en ese local, aunque sabemos que nos esté cobrando el doble que el de la otra cuadra. Entonces viene el empleado o la empleada y nos pregunta si nos puede ayudar en algo. A veces, digamos todo, es a desgano y a veces ni sucede. Cuando ni sucede pareciera una bendición para el argentino promedio. Y ahí al argento es como que le agarra la culpa y manda fruta. "Estoy mirando" es el más leve. "Voy a buscar plata y vuelvo". "¿No tenés estas botas en cyan?". Este es genial porque le transfiere la culpa al pobre comerciante; otra típica nuestra la de echarle la culpa al otro. "Voy a consultar" y como éstas cien más, que seguro habrás dicho en algún momento de tu vida de shopping.
Es como que si entrás es para comprar o si no no entres. No se acepta que no te gusta cómo te queda la prenda o no te gusta directamente nada del producto. No se acepta que te parezca caro o berreta o que no te gusten los colores en que viene. Lo loco es que el comerciante lo sabe antes que vos y lo toma como parte del trabajo. Sabe que toda la mercadería no le puede gustar a todo el mundo. Que eso es imposible. Pero pareciera que nosotros no lo sabemos. O vaya a saber qué nos pasa.
Una vez más en nuestra eterna adolescencia pareciera que para nosotros todo es parte de un juego. Entro a un cine y juego a que protagonizo una historia. Entro a una cancha de fútbol y juego a que soy un cavernícola. Bueno... entro a un local y juego a que el empleado me cree cualquier excusa pelotuda que pongo para irme sin comprar.
Lo mismo sucede en el trabajo. Jugamos a que el jefe es vivo para muchas cosas pero un reverendo imbécil para darse cuenta de la excusa que inventamos cada lunes para faltar al laburo. Enfermamos hasta familiares que no tenemos. Y a nuestro cuerpo con enfermedades hasta ahora no conocidas. También lo hacemos con reuniones con amigos y familiares. Ni hablar de citas amorosas que decidimos postergar, especialmente con personas a las que definimos no volver a ver nunca más en la vida... por unos meses.
Entiendo que hay veces que decir la verdad es bravo y puede no sumar. Me divierte mucho ver en redes comentarios de mujeres enojadas con varones que las colgaron o con los que tuvieron una cita y nunca más aparecieron. No le gustás. Así de simple. Aceptalo y seguí adelante, que es lo mejor para todos. Entiendo que te pongan una excusa para no decirte "Mirá: pusiste una foto en Instagram con doscientos dieciseis filtros y ahora que te veo en vivo y en directo, no tenés doscientos dieciseis filtros sino doscientas diceciseis arrugas en la cara". Puede ser violento y no es necesario. Entonces agradecé que te dijo que tenía que cuidar a la tía. Aceptalo y seguí adelante.
Pero salvo en esos casos en que no queremos herir al pedo, tampoco decimos la verdad. Para mí es una chiquilinada. Todo se puede decir de buena manera. Me ha tocado decir cosas violentas y traté de hacerlo con tacto. Creo que la clave está en ser buena onda y tratando de sumarle al otro. Insultar la inteligencia es infinitamente peor.
Imagen: Freepik
Fecha de Publicación: 14/09/2023
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