¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónBuenos Aires - - Viernes 31 De Marzo
Según un estudio internacional, los argentinos somos los que menos distancia interpersonal necesitamos para sentirnos cómodos. Y esto aplica tanto para conocidos como para desconocidos. A veces a la fuerza, a veces por elección, el espacio con el otro en muchas ocasiones se reduce hasta el extremo, y de allí viene nuestra fama de “toquetones”.
El trasporte público, por ejemplo, es un gran reductor de distancia personal, en especial durante las horas pico. Sin buscarlo, pero ya acostumbrados a ello, permanecemos a escasos centímetros de completos extraños durante lo que dure el viaje, con recambio de compañeros en el medio. Leemos el diario del que está sentado enfrente y –quién no lo ha hecho alguna vez– hasta los mensajes de texto del celular del de al lado. A veces, incluso, nos da bronca bajarnos en medio de la conversación ajena y no enterarnos cómo termina.
Otro ámbito donde se da esta misma circunstancia es el ascensor. Un bloque de gente apretada que mira para adelante, o para abajo, comentando el clima o cruzando miradas y gestos de empatía y resignación. “Cuarto piso, ¡gracias!”, le gritamos al que quedó al lado de los botones y nos hace el favor de presionarlo por nosotros.
En la cancha y en los recitales, por su parte, se da un amontonamiento fraternal. Rodeados de extraños, nos sentimos hermanados por la causa común que nos juntó a todos en ese lugar. Por eso, nos abrazamos en los goles y saltamos juntos en los pogos, sin que nos importen la transpiración compartida, los empujones o los pisotones. Solo importa el momento, el ritual. Ser conscientes de que estamos ahí para disfrutar, ¡y vaya que sabemos hacerlo!. Cuando hay celebración, todos somos una misma masa de alegría.
Pero nuestros espacios de distancia personal reducida no son siempre involuntarios. Nos gusta estar cerca, demostrarnos cariño. Tenemos rituales para el saludo: abrazos, besos en la mejilla, palmadas en la espalda - con su característico sonido cual caja de resonancia- . Nadie llega a un cumpleaños sin saludar uno por uno a todos los presentes, aunque sea el amigo del amigo de un amigo. Y si está complicado el paso para acercarnos y dar un beso en la mejilla a cada invitado, al menos elarboramos la frase vieja y confiable "¡Saludo general!". Pero quedarnos sin saludar, jamás.
Toquetones, cariñosos y demostrativos. Son rasgos que siguen sorprendiendo a los extranjeros que vienen de visita y, por lo general, se terminan acostumbrando y en seguida adoptan la misma modalidad. Y si un argentino viaja a otros pagos, se lo identifica inmediatamente no solo por su tonada, si no por este afán de entrar en confianza rápidamente. Si un español comparte hostel con un argentino, por ejemplo, después de una semana de recorrer juntos la ciudad que sea, seguro ya estarán a los abrazos como si fueran amigos de toda la vida. Así somos.
No sabemos pasar desapercibidos, no está en nuestros genes entrar a una habitación y quedarnos a un costado en silencio como si no estuvieramos ahí. Y eso se evidencia desde el inicio, cuando ingresamos al lugar que sea y nos ocupamos de tomarnos el tiempo necesario para saludar a cada uno. Lo tomamos como algo cotidiano y "normal", pero realmente es una característica muy particular de nuestro país.
Por las circunstancias o por elección, el contacto con el otro es parte de nuestra cultura, es nuestra forma de comunicarnos y de interactuar. Es una manera de acompañarnos, de recordar continuamente que contamos con un compañero, aunque recién lo conozcamos. Porque la incondicionalidad es otra de las cosas que nos hacen argentinos.
Fecha de Publicación: 19/04/2018
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