¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónEn ningún lugar del mundo existen los telos. Yo, por lo menos, nunca vi ninguno, y cuando le comenté de su existencia a amigos extranjeros me miraron sorprendidos (y en muchos casos maravillados, no lo vamos a negar). La verdad, si tengo que ser sincero, mucho no me gustan. Me dan un poco de impresión. Hay algo del deseo, creo, que tiene que ver con una cuestión de inevitabilidad, de algo que se da sin que ninguna fuerza de ningún tipo lo pueda frenar, y cuando vamos al telo la matamos. ¿Por qué digo que la matamos? Porque al telo sólo se va a tener sexo. Ya sabemos de antemano lo que vamos a hacer, entonces hay algo de esa previsión que apaga la llama. Pero bueno, es lo que me pasa a mí.
Por otra parte, sería muy malagradecido si sólo dijera lo que acabo de decir. En mi adolescencia el telo fue un oasis (de hecho, si no me equivoco, hay varios con ese nombre). En casa no se podía (por lo menos no a la tarde), en la casa de ella tampoco, sólo quedaba el espacio público y el telo. Cuando no había plata, bienvenidas fueron algunas plazas, pero si podía pagar, mejor tener un espacio tranquilo disponible.
Además, otro punto a favor, es el hecho de la decoración. A veces se van de mambo y el tema es un poco kitsch, pero otras veces está todo tan equipado para lo que vamos a hacer, que abre nuevas posibilidades que no habíamos ni pensado. Para romper la rutina, vienen más que bien. Eso sí, traten, cuando vayan, de no prender la luz del todo. Le van a sacar la mística. Es como ver un boliche con las luces prendidas un martes a la mañana: nos damos cuenta de que la magia estaba 90% en nuestra cabeza y 10% en la realidad. Como cualquier magia, digamos.
Fecha de Publicación: 20/04/2018
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