¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónBuenos Aires - - Martes 06 De Junio
Entre las dos y las seis de la tarde, en la esquina de Viamonte y Florida, el inmigrante italiano Antonio Giglio montaba su función a fin del 800. Vestido de elegante descascarado jacket y moño, faja y galera de felpa, a la manera de los signore del Teatro Colón, bastón en mano, saluda ceremoniosamente a cuánto carro cruzara por los adoquines por unos centavos. O los dottore que vivían en las inmediaciones como el presidente Uriburu, “que me señaló 25 pesos al mes, porque le saludaba siempre que pasaba; sólo me pagó una mensualidad y me adeuda 600 pesos”, se quejaba amargamente a la revista Caras y Caretas de 1898. Giglio, el Saludador, cumplió su tarea de mendicidad en otro nivel, en la dimensión de la Capital que se soñaba Imperio, y vistió las ropas del potentado que era el deseo hegemónico. Ese que tiraba manteca al techo y consumía, él y las contadas familias terratenientes, las riquezas de un país. A los mismos que uno de sus bisnietos, Federico Peralta Ramos, los demolió con su arte gánico. Pero a la manera de Giglio, mendigaría un mandrugo en forma de café interminable en la cercana Confitería Florida Garden. Antonio y Federico, dos pioneros perfomáticos de la pobreza.
Giglio no era más que otro representante de los miles de desocupados que rebotaban del sucio conventillo de San Telmo a las piojosas pensiones del Paseo de Julio. Compatriotas como él que vinieron, muchos miles regresaron, ante una sociedad excluyente, racista y progresista. La generación del 80, y los hijos que los sucedieron en el poder, habían logrado la alquimia hoy impensada, aunque símil a las demás, pongamos un nombre, democracias occidentales. Que podían tomarle el pelo libremente a gente como Antonio, “confío en que el “generale” Roca, de quien soy partidario, sabrá cumplir los compromisos contraídos conmigo. Debo esperarlo así, porque me ha dado esto, como salvoconducto. Con esto estoy casi seguro de que “il generale” me dará una “legazione” en Italia con “cinquanta o sessanta pesi al mese””, se alegraba Giglio, mostrando una derruída tapa de marfil, al cronista de la revista más leída –por los que eran alfabetizados, claro. Por no cuadrar con la ciudad afrancesada fue llevado el inmigrante 200 veces a la comisaría y 3 al manicomio. Tal vez algo haya influído en estas detenciones de que el napolitano había trabajado para los revolucionarios garibaldinos, más tarde varios anarquistas, en Montevideo. A pocos años de la inconstitucional Ley de Residencia (1902) o Ley Cané, otro niño bien horrorizado con los inmigrantes, autor de nuestro clásico “Juvenilia”.
“Coloradote y reluciente, rebosa salud y puchero por todos los poros de su cara, y su pestorejo jarameño es digno de los pestorejos de aquellos claustros de otros días, donde se desarrollaban las humanas inteligencias y el tejido adiposo”, lo describe con la corrección política de 1900, y sigue, “De ojos vivarachos, de nariz dórico jónica, de boca voluptuosa, lo mismo que el amor que para los comestibles, y de mirada ardiente a la vez que dura, el Saludador recuerda uno de aquellos “guapos”, de pasados siglos –¿ya habían desaparecido en 1898?-, encargados de velar por el honor ajeno, a tanto por estocada y por hora. Porque si de su cinto no penden espada y daga, ni viste coleto y ferreruelo, en cambio, de la diestra mano no se le desprende un respetable garrote y su traje es una caja de pinturas, con más riqueza de tonos que tuvo nunca la paleta de Tiziano. Primero dejará de salir el sol por Oriente, que Antonio Giglio falle a la supradicha esquina, centro de sus operaciones y donde tiene establecido su bureau”, cierra la semblanza antes de invitar al Saludador a un sánguche de fiambre en el almacén de Gregorio enfrente. El detalle de las estrategias del oprimido, que recuerdan a las del Negro Raúl, otro de los personajes de la Buenos Aires intolerante y transformadora, acota el periodista de Caras y Caretas, que Giglio cuando “reúne 40 centavos, se va a dormir a una fonda del Paseo de Julio. Cuando posee más de ese capital, lo superfluo lo distribuye entre otros necesitados”. “Yo abrí una ventana para que saliera el mal olor y nunca me lo perdonaron”. Federico Peralta Ramos.
Para 1903, unas cuadras más abajo en la misma Florida, en la intersección de la calle Cuyo –actual Sarmiento- un francés bien vestido, munido de un rollo de diario, impartía indicaciones al caos vehicular, hace exactamente 120 años atrás, nada cambió Mordisquito. Era un espectáculo gratis acercarse a Monseniur Lebonnard en una de las sucursales de la mítica tienda Gath & Chaves, dedicada a los niños. Algunos hablaban que Lebonnard era un financista francés quebrado y enloquecido por una de las cíclicas crisis argentinas, en la Argentina de las vacas y mieses. Hace exactamente 120 años atrás, nada cambió, a pesar de tipos como vos, Mordisquito Discépolo. Otro emprendedor del calibre de Giglio porque, pasaron los años, el pobre hombre se esfumó del lugar de trabajo ad honorem callejero, y la municipalidad porteña determinó que los oficiales ordenen el tránsito…con una varita. ¿Habrán pagado al inventor? Haciendo Buenos Aires.
Fuentes: Molinari, R.L. Buenos Aires 4 Siglos. Buenos Aires: TEA. 1980; Anónimo. El Saludador en revista Caras y Caretas. Octubre 1898; El Saludador en revisionistas.com.ar
Imágenes: Archivo General de la Nacion Argentina
Fecha de Publicación: 14/05/2023
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