¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónTomar café es una costumbre milenaria y globalizada. En todo el mundo se toma café. Los estadounidenses lo hacen en vasos grandes y a las apuradas. Corriendo por las veredas, atropellándo a los demás y hablando por celular. Los europeos, como franceses o italianos, toman café mirando a los demás. Las sillas y las mesas en los locales están dispuestas hacia la vereda, procurando que quien se sienta a consumir lo haga mirando permanentemente a los demás. Finalmente, en Argentina y, sobre todo en Mendoza, practicamos el ritual del café.
Para algunos, no importa si el café está rico. Si está muy cargado o más suave. Si es de máquina, expreso o si se trata de café instantáneo. Tampoco se detienen a pensar si sale manchado, lágrima, cortado o goteado.
Es que, en Mendoza, el ritual del café es eso. Es el acto en su conjunto. Comienza con un mensaje, un WhatsApp o una llamada: “¿En 15 ahí?”. La pregunta la puede recibir una abogada que está en su despacho, un empleado de una empresa de electricidad que está a 5 metros de altura arreglando un cable o el CEO de una de las bodegas más grandes del país. El ritual del café corre para todos.
El mensaje no necesita más indicaciones. Se responde con un “ok”, y el encuentro ya está programado. Se termina la tarea que uno estaba haciendo y partimos, al grito de “vuelvo en 20”. Abrigo en mano y a caminar hasta “ahí”, que no es más que el café de siempre. En el mismo lugar, a la misma hora.
A esa altura, al llegar y sentarnos en una mesita, el mozo ya sabe lo que vamos a pedir. Ni siquiera nos mira. Directamente monta dos tacitas blancas sobre dos platos, las llena de café cortado, cucharita, azúcar y edulcorante, dos vasos de soda y dos medialunas. Para cuando las bebidas estás en la mesa, el ritual del café ya ha comenzado, en realidad. Ya se charló sobre lo que hicimos el fin de semana, sobre el compañero de trabajo que es insoportable, sobre la jefa que no se aguanta, sobre el partido del próximo domingo y ya le preguntamos a la otra persona qué pasó con su pareja, ya que en su cuenta de Instagram ya no sube fotos con ella.
Por eso, el café es una excusa. El motivo perfecto para juntarnos con esa persona, desconectarnos un poco de nuestras responsabilidades, parar la pelota y pasar un buen momento. El café llega. Con no más de 3 sorbos, las tazas quedan vacías. A los empujones nos comemos la medialuna y rematamos todo con un trago de soda. Limpiamos como se puede nuestras comisuras con las servilletas y volvemos al ruedo. Más tranquilos y relajados.
El ritual del café que acabamos de describir es habitual. Todas las mañanas, en los 3 o 4 cafés por cuadra que existen en el microcentro mendocino, se repite esa postal. Adultos, jóvenes, adolescentes o ancianos. Entre hombres, entre mujeres, mixto. En cualquiera de sus variables, el café de la mañana vive en los mendocinos.
Argentino como el asado y el fútbol del domingo. El vaso de soda nos caracteriza en el mundo. Como argentinos (y como mendocinos, sobre todo), no podemos concebir la idea de recibir un café sin el vaso de soda. Es un elemento fundamental en esto que llamamos el ritual del café. Nos quita el gusto, el amargor. Nos saca la sed. Nos marca que la reunión ha terminado.
Fecha de Publicación: 19/07/2021
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