¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónDiferentes épocas, diferentes motivos, pero una sola constante: el exilio. Esa palabra tan real que asusta aún cuando sentimos que no nos toca de cerca. Verse arrancado de la propia tierra es uno de los sentimientos más desgarradores para el hombre. Como cuando se deja atrás un viejo amor, las razones que nos rompen el corazón se multiplican, los disparadores de la nostalgia están por todos lados y la sensación de no pertenecer se intensifica. La distancia física con nuestros afectos y costumbres hace que, al menos en los primeros momentos de la mudanza, la tristeza invada las almas de los que se fueron del país.
Una sensación similar la sienten los compatriotas de las provincias que viajan a Capital Federal cuando terminan el secundario en donde se criaron y quieren estudiar alguna carrera universitaria en la ciudad. Sufren a diario la diferencia de cultura, la sensación de no conocer a nadie y los pensamientos de lo que dejaron atrás. Les cuesta empezar una nueva vida en un lugar en el que nunca trabajaron, no conocen los medios de transporte ni los precios de los productos. Hay muchos casos en los que las personas no aguantan ni dos meses y vuelven enseguida a sus ciudades de origen. Imaginense esa situación pero sin haberlo planeado y mudándose a miles de kilómetros, a otro continente y, por lo general, a lugares en los que se habla otro idioma.
Por circunstancias políticas o económicas, los argentinos tenemos un amplio historial de exiliados. Artistas, políticos, militantes, empresarios, contadores y meseros: muchos en algún momento tuvieron que huir del lugar en el que ya no podían estar, pero al que no pudieron olvidar. Lo llevan en sus conversaciones, costumbres cotidianas y actitudes. Y, sobre todo, en la memoria.
Persecuciones políticas e ideológicas, en democracia o en tiempos de dictadura, fueron –en la mayoría de los casos– las motivaciones principales de esta emigración. Desterrados, proscriptos o autoexiliados, cientos de argentinos dejaron el país para buscar asilo en otras tierras. Crisis económicas como la de 2001 fueron, también, motivo de exilio: en casos como ese se dio la denominada “fugas de cerebros”. Se trató de argentinos que, habiendo tenido al oportunidad de formarse académicamente, la crisis económica y social era tan fuerte que de todas formas no contaban con el dinero suficiente para subsistir en nuestro país o deseaban encontrar un ambiente menos hostil para la crianza de sus hijos.
El exilio es una pérdida parcial de la identidad. Y esto no es exagerado. Supone la adaptación a un nuevo entorno en circunstancias forzadas, la distancia de los seres queridos, del medio conocido, de lo que nos construyó como individuos. El idioma, las costumbres, las personas, el clima: todo es nuevo, diferente y no elegido. No hay ningún cambio rotundo de vida que pueda ser armónico si no hubo libertad de elección al momento de decidirlo. La falta de opciones genera un malestar adicional a la molestia de tener que hacer semejante cambio. No hay forma de que no sea un momento hostil en el calendario de la vida de quienes emigraron.
Para algunos, el exilio fue pasajero: regresaron al país en cuanto pudieron y continuaron su vida por aquí. Pudieron capitalizar esa experiencia en el exterior para pararse de otro modo en Argentina, apoyándose en momento distinto de la historia de nuestro país. Otros nunca más volvieron: crearon su universo en otro lado, tuvieron hijos, forjaron una carrera o hicieron su nueva comunidad en otro lado, con nuevos amigos y compañeros de trabajo. Se sintieron expulsados por su tierra y nunca más pudieron reparar ese daño. Aprendieron a dejar atrás nuestro país.
Fecha de Publicación: 19/04/2018
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