Derecho a queja.

No es una sensación, es una realidad: Argentina es uno de los países con más huelgas por año. Según un relevamiento de la Organización Internacional del Trabajo, nuestro país se encuentra en el segundo lugar, detrás de Alemania.

A su vez, los argentinos lideran otro podio: el del ranking de participación ciudadana en protestas sociales en América Latina. De acuerdo a la encuesta Barómetro de las Américas, el 15,4 % de la población asegura haber participado en alguna.

Números, números, pero en la calle se ven personas: personas que reclaman, personas que creen, personas que luchan por lo que consideran justo. Y personas que protestan porque tienen algún otro interés en agenda o porque recibieron algún tipo de incentivo: eso también sucede.

Como sea, mientras la mitad de la población defiende su derecho a reclamar y la otra mitad se queja porque ve entorpecido su derecho a circular libremente, existe un análisis esperanzador que va más allá de la creencia de que simplemente nos gusta quejarnos.

Las huelgas, las protestas, hacen que la sociedad viva en un estado de efervescencia permanente, eso es cierto. Pero significa también que la sociedad está viva, pensando en el futuro, en un futuro diferente. Es una señal de esperanza, de que la gente cree que las cosas pueden y deben mejorar. Cada quien elige sus batallas, pero lo realmente valioso es tener el espacio para poder librarlas.