¿Quién tiene derecho a la atención en un hospital público de nuestro país? ¿Cualquier ser humano? ¿Cualquier ser humano nacido dentro del territorio al que denominamos, por no encontrar una palabra mejor, “Argentina”? ¿Cualquier ser humano no nacido dentro del territorio pero que haya hecho un trámite (residencia, por ejemplo)? ¿Cualquier ser humano hijo de otro ser humano que haya nacido en el territorio? ¿Cualquier ser humano hijo de otro ser humano que haya hecho un trámite? ¿Por qué es tan difícil responder esta pregunta?
El nacionalismo es el primer paso en la senda de la xenofobia. Quizás mi visión esté teñida por años de inmigrante, a veces legal y a veces ilegal. Voy a contar una pequeña infidencia. El abuelo de la mamá de mi hijo, es decir, para hacerla más fácil, el bisabuelo materno de mi hijo, nació en Rumania. Su familia era rusa pero la revolución del 17 los expulsó (por lo menos, digamos que “los convenció de que se fueran”). Ese buen señor, al que llamaremos “Fima”, para guardar su buen nombre, nació, como ya dije, en Rumania, y vivió en ese país no más de 10 meses. Con Fima todavía bebé, la familia continuó el viaje, primero pararon en Italia un tiempito y luego, finalmente, se tomaron el barco que los depositó en las Pampas.
Ahora, casi cien años más tarde, el Estado rumano está a punto de expedir la ciudadanía de mi hijo. Es decir, un señor que vivió solo 10 meses en un lugar le otorga a mi hijo el derecho a que él también lo haga. Y no solo a él, en el proceso me lo otorga a mí porque, como soy el padre, tengo derecho a vivir en el mismo territorio que mi hijo. Y no solo nos otorga el derecho a vivir en ese territorio sino que, gracias a tratados internacionales, podemos hacerlo en cualquier país de la comunidad europea. Y si vivimos más de cinco años en el mismo país, nos dan la ciudadanía. Es decir, en cinco años, mi hijo podría tener la ciudadanía argentina, la rumana y, pongamos, la sueca. Y yo la argentina y la sueca. Por un nacimiento de casualidad, de alguien que ni siquiera es familiar mío, hace 100 años, en territorio rumano. Así funciona el mundo.
¿Por qué escribí toda esa perorata? Porque quiero dejar lo más claro posible lo terriblemente arbitrarias que son las leyes de ciudadanía. El planeta se rige con fronteras (que son arbitrarias), cuyos gobiernos hacen pactos con otros y agrandan o achican esas fronteras (también de manera arbitraria). ¿Por qué los bolivianos no son argentinos? ¿Por qué la Patagonia no es chilena? ¿Por qué Uruguay no forma parte de Brasil? ¿Por qué un ciudadano del Mercosur puede vivir en cualquier país integrante y no, por ejemplo, en Colombia? ¿Por qué un argentino no tiene derecho a trabajar en México? La respuesta es fácil: porque no.
Una vez que entendamos eso, quizás, solo quizás, veamos al inmigrante como alguien que busca lo que su lugar de origen le niega. Y cuando lo veamos así, quizás, y solo quizás, sintamos el impulso de darle una mano. Me llama la atención que muchos argentinos no lo entiendan de esta manera, cuando la mayoría tiene antepasados que llegaron, como el bueno de Fima, con una mano atrás y otra adelante. ¿Qué tendría que haber hecho la Argentina con nuestros abuelos cuando llegaron si necesitaban un tratamiento médico? Prefiero no contestar. Y que a cada uno, la conciencia le responda lo que pueda.
Hipólito Azema nació en Buenos Aires, en los comienzos de la década del 80. No se sabe desde cuándo, porque esas cosas son difíciles de determinar, le gusta contar historias, pero más le gusta que se las cuenten: quizás por eso transitó los inefables pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Una vez escuchó que donde existe una necesidad nace un derecho y se lo creyó.