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Al Argentino le encanta hacer colas

Si hay algo que no se discute es que a los argentinos nos encanta hacer colas (en el sentido de “hacer filas”).

Así somos
Al Argentino le encanta hacer colas

Si hay algo que no se discute es que a los argentinos nos encanta hacer colas (en el sentido de “hacer filas”, porque si hay otra cosa que nos encanta es encontrarle el doble sentido a todo). Nunca entendí por qué; debe haber algo, seguramente, en el hecho de delegar la responsabilidad de la decisión: si un montón de gente lo elige, yo también. ¿Para qué tomarme el trabajo de evaluar pros y contras si ya lo hizo otro? (El problema es que muchas veces también votamos así, y el resultado ya no es tan inocuo).

Elegimos no elegir, lo que, aunque no queramos verlo, también es una elección. Queremos pensar que no elegimos para no hacernos cargo de las consecuencias, pero estamos eligiendo, de la peor manera pero eligiendo al fin.

Cada fila, un motivo

Pero volvamos a las colas. Si un restaurante tiene ocupadas el 20% de las mesas y en el de al lado hay cola para entrar, tendemos a elegir el de la cola. ¿Por qué? ¿Alguien entiende por qué elegimos ignorar que en el vacío es mucho más factible que nos atiendan mejor porque están menos saturados de trabajo, o que podamos elegir la mejor mesa o que no haya que esperar para el baño? Los envidiosos dirán que no quiero creer que el bar que suele tener más gente cuenta con una mejor calidad de cocina y, por eso, las personas eligen perder el tiempo en la fila esperando su turno para comer. Y que, por el contrario, la opción del saló vacío da cuenta de que la comida no es buena, la atención es medio pelo o los precios son incoherentes. Dejenme decirles que ambas afirmaciones son incomprobables ¿Por qué elegimos pensar que si no hay gente “por algo será”? Mejor, dejémoslo ahí, que estamos a centímetros de entrar en una discusión más complicada.

Y ni hablar cuando vemos una acumulación de gente en la calle y nos acercamos cual chusma de telenovela para ver qué está pasando. No importa si tenemos apuro por llegar a algún lugar, nos tomamos el tiempo de gastar unos preciados minutos para preguntar disimuladamente (o no tan disimuladamente) qué pasó, ya sea al policía que está cuidando la situación, al kiosquero o a cualquier persona (igual de curiosa que nosotros) que está hace rato en el lugar de los hechos. Después nos consideramos mucho más que esos programas de televisión y portales de internet cuyo contenido es, en su totalidad, generado por "chismes" de la farándula. ¿Cómo no van a funcionar, hace años, este tipo de producciones si somos su público perfecto?. Queremos saber todo. 

Lo mismo pasa en las rutas y autopistas cuando se acumula una gran cantidad de autos en fila y quedamos detenidos a paso de hombre. Muchas veces la razón es que hay algún accidente de tránsito y eso, naturalmente, complica el paso. Pero tambén sucede que el paso se aminora porque cada persona que maneja auto y pasa por al lado del choque se detiene unos segundos para ver qué pasó. De nuevo, queremos saber todo, no importa cuánta demora provoquemos en la fila de la que somos parte queramos o no. 

Otro ejemplo cotidiano: el supermercado. Elegimos "clavarnos" de una en la fila más larga porque interpretamos que la que está más vacía no es para nosotros por alguna razón (o porque está asignada para personas que requieren prioridad, como embarazadas, personas con discapacidad o adultos mayores) o porque excedemos la cantidad de productos que podemos pasar por allí. Tomamos la decisión de quedarnos en la fila sin cuestionarnos y, muchas veces, sin acercarnos a leer si las cajas vacías a nuestro alrededor efectivamente tienen una señalización que indique todo esto. Es muy común ver a trabajadores de las cajas estirando el cuello a más no poder para indicarle a más de uno, de la manera más amable posible, que se puede acercar a esa caja. Falta nada más que griten "no tengan vergüenza, pasen". 

En fin. Me voy al banco. Ojalá no haya cola.

Fecha de Publicación: 19/04/2018

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