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Buenos Aires - - Miércoles 29 De Marzo

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Un cuento de verano de Estela Canto

Entre las escritoras injustamente olvidadas, Estela Canto vibra en el aura de leyenda. Adorada y deseada por los intelectuales de mediados de siglo pasado, Borges uno más, su vida y obra desprejuiciada rompe con cualquier alambrada.

Arte y Literatura
cuento de verano de Estela Canto

Una de las mayores aventuras de los veraneos constituye el visitar las viejas librerías con olor a sal o tierra. En la playa, o en las montañas, quedan aún locales de  anaqueles apretados, de solícitos y amorosos libreros, que calman el voracidad lectora de los turistas. Títulos largamente descatalogados, saldos inconseguibles o viejas ediciones son verdaderos tesoros que esperan el fulgor que hace al libro. No hay libro sin lector.

En una galería de Pinamar vine a dar con una antología que enseguida llamó la curiosidad. “Las ciencias ocultas en Buenos Aires”, editado en 1967 por la ignota Editorial Merlín, un lejano homenaje a uno de los primeros títulos de Roberto Arlt, y en  línea de las populares compilaciones de la Editorial Jorge Álvarez de la época. Comparte esta publicación rescatada en la Costa Atlántica, con aquella mítica empresa de Álvarez, un selección de grandes firmas, y un disparador, en éste caso “la empecinada -manifestación de los porteños- por lo esotérico, un hambre insolente para cifrar y descifrar misterios” Y entre dos ensayistas y siete cuentistas, de la calidad de Haroldo Conti y Elvira Orphée entre otros, abre el volumen “El otro” de Estela Canto. Un rara que recuperamos para que su antorcha de rebeldía, whisky en mano, siga soplando campos y castas. Ya no mirés atrás.

¿Quién era Estela Canto?

Estela Canto es Beatriz Viterbo, la musa a quien está dedicado “El Aleph”, una de las cumbres de la literatura, de un tal Jorge Luis Borges. Jorge amó con locura y pasión, en inglés, of course, a la muchacha rebelde y comunista a fines de los cuarenta, en un pico de creatividad irrepetible. A punto de quedarse ciego. Y para horror de mamá Leonor Acevedo de Borges. Pero no hablemos del escritor universal sino de la enorme escritora Canto que desafió las convenciones de la época, periodista, traductora, militante y amante, y que inauguró una senda del fantástico original para las mujeres, el horror de las relaciones familiares patriarcales y los estereotipos femeninos, y que tiene resonancias en nuevas generaciones de escritoras.

Estela fue un desafío constante en los ámbitos que se movió, los aristocráticos salones de Victoria Ocampo como los bajofondos del conurbano, y se tez morena altiva, labia filosa, una contrariedad en redacciones y cafés donde se movía como pez en el agua. Fallecería con casi 80 años en 1994 y sus restos descansan anónimos en el osario de Chacarita.

“Una inteligencia cultivada a fondo era señal de atrevimiento. Contra padecimientos de esa especie han tenido que luchar en sus comienzos la casi totalidad de las mujeres con vocación literaria. Tengámoslo presente. Nosotras, las mujeres, hemos sido y somos aún el verdadero proletariado del mundo” dijo Estela en 1954 al recibir el premio municipal por la novela “El muro de mármol”, una de sus más de diez obras literarias, nunca reeditadas; salvo el polémico “Borges a contraluz” (1989), donde reveló su intimidad con el escritor de “Ficciones”. Que se limitó a un par de afeitadas en la estancia de Adolfo Bioy Casares de Rincón Viejo, en Las Flores, provincia de Buenos Aires.  Más notable serán pues reencontrar los escritos de Estela Canto en medios libertarios, o las batallas ideológicas y sexuales de las heroínas de sus textos; que siguen remando a la vanguardia de la noche y el barro.  

“El otro” de Estela Canto. Buenos Aires: Editorial Merlín. 1967 (fragmentos)

“No me sorprendí cuando me dijieron que había muerto. La encontraron en el recodo del camino. Había bajado del auto y estaba sentada sobre una piedra, con la cabeza apoyada en el tronco de eucalipto. Tenía los ojos fijos en mi casa, como yo lo imaginé tantas veces. No pudieron cerrárselos. Debe haber bajado así del cielo o del infierno, feliz al fin con esa última visión.

Nunca supe nada de ella ni quise averiguarlo. Recuerdo su presencia cerca de casa, por tres años seguidos, en el bochorno abrumador de la segunda semana de enero.

La ví por primera vez una noche da luna. Yo había dejado la ventana abierta, oía el canto del grillo, el croar de las ranas, el aire estaba suspendido, la claridad azulada invadía el campo, las ramas flotaban en una atmósfera expectante y dulce.

(….)

Ví a la mujer con los ojos clavados en el portón de la casa, esperando la salida de alguien…De pronto pensé que no estábamos solos, que había alguien, otra presencia en la casa, y esa presencia quería llegar hasta el camino (…)

La presencia estaba allí y no era temible. En algún momento, cuando preparaba café en la cocina, llegué a sentirme acompañado.

-Somos amigos- murmuré en una ocasión. Pero me asusté después, pensando que estaba loco, que me entregaba a alucinaciones, que no me convenía estar tanto tiempo solo. Escribí a uno de mis amigos para que viniera a acompañarme: una invitación cortés, y nadie rehúsa unos días de veraneo. Llevé la carta al correo y me demoré en en pueblo…al llegar la divisé sentada en la piedra, la cabeza contra el tronco del eucalipto y mirando hacia mi casa…Una mujer como se ven tantas en las playas de veraneo, pero…¿por qué venía aquí? ¿por qué miraba mi casa?

(…)

El verano siguiente, en la misma fecha, que es cuando me permito mis cortas vacaciones aisladas, volví a verla. Alguna vez pasó a pie por el camino, otras se detuvo en el auto y miró la casa. Dos veces se sentó contra el eucalipto. No había variedad en sus gestos. Ellas los repitió como un rito. Lo que quiero decir es otra cosa. Es esto: desde el primer día en que pasó frente a la casa volví a no sentirme solo. La presencia de ella provocaba la de la otra cosa, algo que estaba allí, que procuraba llegar hasta la puerta, que no era enemigo, pero que ella no veía, y eso la hacía desdichada. Una noche ví un resplandor junto al poste. Ella estaba en el auto: no lo percibió, estoy seguro.

Sentí mucha pena, una gran tristeza, un deseo de consolarla."

“¿He hecho lo que debía hacer?”

“El tercer año me acerqué, le hablé,

- ¿Tiene interés de ver la casa?- le pregunté. Me miró con unos grandes ojos azorados.

- Bueno…- dijo. Tenía acento extranjero, un acento raro, que no puedo ubicar.

Al entrar acarició la puerta, se acercó a la chimenea.

- Habría que encender el fuego, aunque sea verano -dijo-; el fuego es lindo…

Se acercó a la ventana del cuartito y miró el campo.

- Mire -dijo- Pero no ví nada entre los trigos que se agitaban. Tal vez se refirió solo a eso.

Cuando se fue pregunté a las paredes:

- ¿Estás contento? ¿He hecho lo que debía hacer?

Ella no volvió y la casa quedó sola otra vez. Quiero decir, yo no sentí la presencia.

Este verano me demoré. Al llegar me contaron la historia: una mujer había muerto de un ataque del corazón, dijieron. Se llamaba Elisa, estaba casada con un holandés. Venía unos días todos los años.

No se qué mato a Elisa. No sé cuál era su nacionalidad, no la de su marido. Sé que, al desaparecer ella, ya no oiré música por las noches; ya no veré sombras ni resplandores, ya no tendré alucinaciones auditivas y el perro no se asustará. Pero estaré solo, definitivamente solo en la casa, en el mundo.

Me alegro: ella se ha llevado lo que yo he perdido. Le correspondía. Sé lo que vieron al fin sus ojos abiertos: lo que buscaba…eso”.

 

Imagen: Freepik

Fecha de Publicación: 06/02/2023

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