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Silvina Ocampo. Tan desarticulada

Desarticulada era una de la autodefinicaciones favoritas de Silvina Ocampo. Su escritura corroe las estructuras, y los lenguajes, para que vayamos el lado salvaje.

Arte y Literatura
Silvina Ocampo

Hermana de. Esposa de. Amiga de. Silvina Ocampo arribaba en cuarto lugar. Victoria Ocampo, Adolfo Bioy Casares, Jorge Luis Borges y Rodolfo Wilcock, son pilares demasiado imponentes en el canon. Pero Silvina, la menor,  fue una escritora mayor.  A través de un poderosa literatura, poderosa porque emergía de los márgenes donde la palabra calla, del candor engañoso de la infancia, o del aroma de una espinada flor silvestre, que nunca pudo encasillarse, y que poco permite entrever precursores o discípulos. Los cuentos y poemas de Ocampo constituyen uno “de los mejores y más originales en Hispanoamérica”, sin vueltas, César Aira  “Cuando se dio cuenta de que no tenía los ojos públicos sobre ella, fue libre, hizo lo que quiso y escribió lo que quiso. Fue inteligente en su manejo del segundo plano. En mi opinión es mejor escritora que Bioy. Más atrevida, más original, con más gracia”, sentenciaba Mariana Enríquez. Para leer a Silvina, tan extraña como la realidad llena de sin sentido, hay que hacer que uno lee por primera vez.

El padre de su tatarabuelo Manuel José de Ocampo fue alcalde y regidor de Cuzco; Prilidiano Pueyrredón, José Hernández y Rosas eran sus parientes; su tatarabuela María Josefa de Lajarrota de Aguirre, descendiente de una india guaraní, donó una onza de oro mensual a la Revolución de Mayo. Varios de sus abuelos fueron figuras influyentes, políticos y terratenientes,  de la Generación del 80. Silvina Inocencia María Ocampo Aguirre  nació el 28 de julio de 1903, última hija de una familia con mansiones en San Isidro –hoy Villa Ocampo-, campos e institutrices de mil idiomas “Cipaya invertida que cuando oía cantar a un ruiseñor extrañaba el zorzal, prefería el campo de la provincia de Buenos Aires («el lugar más hermoso de la tierra, donde las nubes son las montañas») antes que París. Silvina situó a sus sombrereras, adivinas, peluqueras, modistas, curanderas, en casitas de Burzaco pobladas de lechuzas embalsamadas, canarios y una piel de tigre que tenía un cepillo especial para limpiar sus dientes. Las Elvia, Cleóbula, Libia, Cándida, Casilda, las Miss Edwards y Miss Hilton usaban pieles de zorrino y pelos postizos inspirados en la peluca con raya cosida a máquina de su maestra privada de castellano; las instó a sentir premoniciones, a robar anillos a los muertos, a leer las manos, a hacérselas leer”, bosquejaba Laura Ramos, de una escritora que creció marginada en el seno familiar. Mientras las cinco hermanas, incluída la dominante Victoria, a quien siempre recriminó llevarse a Fanni una vez casada, la adorada niñera, gozaban de la vida social, y las distracciones de la alta sociedad, Silvina se escabullía al cuarto de la planchadora,  y oía sobre vidas más allá de la riqueza. Tamaña fascinación causaban los pobres que se trepaba a los árboles para observarlos en la barranca de San Isidro, o directamente charlaba con los mendigos,  y les acercaba té con leche y masitas, aunque lo que atraía era cómo deglutían la nata, que ella aborrecía. La ternura y la crueldad, presentas a la largo de su obra, en aquella lejanas acciones de niña rebelde, que si bien eran reprendidas con nariz parada por su familia, tampoco mucho porque Silvina era “el etcétera de la familia” Nació excéntrica, y serás excéntrica, Ocampo. También allí una inédita emancipación femenina, en cuerpos y deseos, “la libertad en que se mueven los personajes femeninos de la escritora no tiene casi antecedente en el tradición literaria de nuestro país”, destaca Noemí Ulla.

Empezó a publicar a los treinta y cuatro años con los brevísimos cuentos de “Viaje Olvidado” (1937). Ya volveremos sobre este libro debut. Antes de eso tuvo una vida de la que se sabe francamente poco, viajes a Europa con la familia, y estudios con los vanguardistas Giorgio de Chirico y Fernand Léger “Fue la única vez que trabajé”, diría una anciana Ocampo, y expone con las agitadoras de la modernización de los veinte, Norah Borges y María Rosa Oliver. Siguió en las artes visuales toda su vida, más de manera subterránea, y Ocampo realizó varios cuadros de los menesterosos de la niñez, paisajes de San Isidro, e ilustraciones en libros, incluso de amigos como el escritor y matemático Alfredo Novelli.  Por aquellos años ampliaría su círculo, que nunca fue demasiado grande, “la gente siempre me ha perturbado”, acotaba la escritora, con su futuro marido, Bioy Casares, once años menor, y el infaltable compinche, Borges, y bajo el puño de Victoria Ocampo. Ellos, los cuatro, componen un cuarteto en plena ebullición creativa “Ficciones” (1944) de Borges, que incluye el cuento dedicado a Silvina, “Pierre Menard, autor del Quijote”; la revista Sur; “La invención de Morel” de Bioy, publicada  en 1940, año de su casamiento pese a los retos de la hermana por las conocidas infidelidades de Adolfito, que nunca acabarían, con una posterior hija extramatrimonial integrada a la familia, y que terminaría alejando a Victoria de Bioy Casares –al igual que las habladurías sobre la luna de miel ménage à trois de los recién casados y una sobrina- Además publicaría la novela policial “a cuatros manos” con Bioy, “Los que se aman, se odian” (1946), que tuvo su versión cinematográfica en los dos mil, y la referencial con su esposo y Borges, “Antología de la literatura fantástica” (1940) Ésta selección de cuentos del terceto, entre reconocidos autores del mundo, dio pie al equívoco de la Ocampo, escritora de literatura fantástica, precursora de Julio Cortázar. Eso para la mirada canónica de Borges y Bioy, copiada por la crítica en general largo tiempo, y que no supieron entender que la escritura de Silvina, con un deseo fluído, con personajes que generalmente cumplen sus necesidades más íntimas, y tenebrosas, es tan “desarticulada”, tan viva, tan llena de etcéteras.

Una literatura que tiene más de sinsentido que de fantástico, al menos formal, como acuñaron en la célebre antología Bioy y Borges. Porque uno estaba más cerca del fuera de tiempo y espacio, perdidos en laberintos y senderos, con máquinas espectrales, mientras que Ocampo se adentra brava en la locura de lo real.  Judith Podlubne señaló que ya en sus inicios literarios se profundizó, entre los lectores especializados, la identificación de la obra de Ocampo con el fantástico: “Desde la controvertida reseña de Victoria Ocampo a “Viaje olvidado”, […] pero sobre todo a partir de la publicación de “La Furia y otros cuentos”, en 1959, la inquietud y el desasosiego que provocan sus relatos encuentra una coartada eficaz en el envío de estas narraciones al acotado refugio de la literatura fantástica. El reconocimiento que este libro le depara a la autora (además de una cantidad significativa de reseñas dentro y fuera de la revista Sur, Silvina obtiene el Premio Municipal de Literatura) no disimula la ansiedad y el desconcierto que sus historias suscitan entre los mismos críticos que la consagran”, transcribe Natalia Biancotto.

A propósito de su primer libro, “Viaje Olvidado”, que no pocos críticos han señalado que coincide en sus iniciales de  su omnipresente hermana, donde ya aparecen las viñetas de una demorada, y sombría infancia, rasgada con el peso de la realidad, Victoria diría, “lleno de hallazgos que encantan y desaciertos que molestan, lleno de imágenes felices –que parecen entonces naturales- y lleno de imágenes no logradas –que parecen entonces atacadas de tortícolis (sic)-…si Silvina Ocampo tuviera necesidad de disculpas…yo vendría a acusarme de poner en contacto su cabeza con la tinta”, concluye un retorcido halago, y marcación de territorio,  de la Señora Literatura. En la segunda línea Silvina, que tal vez alguna vez sufrió sentirse el decorado de la pinacoteca de los genios, en varios de sus relatos campea la indiferencia, sonríe con la promesa sin etiquetas, ideológicas ni sexuales, del “Éxtasis”, “Los deseos son incontrolables desatinos/que nos asaltan donde estemos”    

Premios y reclusión

Hasta la aparición de los cuentos de “Autobiografía de Irene” (1948) y “La Furia y otros cuentos” (1959), que cimentan su universo de niños y  mujeres infantiles entre crímenes, tragedias y traiciones, avanza Ocampo un poemario que enlaza la “Enumeración de la Patria” (1942) –la enumeración, otro recurso estilístico, no a la manera lógica de Borges, sino a la de “Alicia en el País de las Maravillas”- a “Los nombres” (1953) Allí concentraría sus esfuerzos la escritora  con sus habituales recursos autobiográficos, más acentuado su ojo pictórico en la descripción de la naturaleza, sus variaciones y metamorfosis, y una versificación que rompía los esquemas del soneto, “una jaula bien ajustada”, comentaría; al igual que experimentaría con el lenguaje y sus pliegues en los cuentos, una prosa que exuda poesía. En “Le hablo a Alejandrina”, su homenaje a Pizarnik, con quien mantuvo una intensa relación, “Alejandrina, tu sabiduría,/ese conocimiento tan profundo/prenatal no sería de este mundo:/con él te fuiste donde muere el día”

Cuando sus hermanos mayores Victoria, Borges y Bioy pasan al Olimpo de la Cultura Nacional, la pequeña Silvina comienza a escalar con premios y reconocimientos en los cincuenta, aunque sería recién en los ochenta, con algunos de sus amigotes muertos o muy ancianos, cuando la crítica y público empieza a leerla sin lápidas tutoras, “-“La propiedad” de 1959- peligra si el lector se atiene a la lectura que impone el desenlace. Sin duda una de las respuestas posibles es que se trata de un cuento malo, pero sería desconocer, mediante un juicio de valor, los límites  -la falta de límites- que elige la autora”, diría Sylvia Molloy, en un rescate de Martín Prieto. Este libro también tiene su cuento más famoso, “Las fotografías”, el inolvidable cumpleaños de Adriana,  y el más increíble por su oscuridad y sexualidad retorcida, “Mimoso” – cuento que detestaba Borges, su ladero en interminables caminatas en Palermo, en las cuales ella dibujaba y escribía en los bancos “Las Invitadas” (1961), “Los días de la noche” (1970), “Y así sucesivamente” (1987) y “Cornelia frente al espejo” (1988) completan su plan narrativo, que en los setenta la encontró como inesperado best seller infantil con “El caballo alado” (1976) Otro vector relevante en su trayectoria intelectual es su brillante papel de traductora, entre ellos la poesía completa de Emily Dickinson.

Esquiva a las entrevistas y reuniones sociales, frente a la alta exposición que gustaba a Bioy, se fue recluyendo en la casa de Recoleta, Posadas 1650,  a metros de Plaza Francia, en sus años finales “Las amistades me distraen”, confesaría a Hugo Beccacecce en 1987, “He sido muy feliz cuando he escrito  o he creado algo con un amigo. Ése es el momento más pleno de una amistad: cuando se puede hacer algo juntos. En realidad, nada me ha dado más placer que crear, que escribir. Cuando escribo, cuando estoy entusiasmada con un argumento, con una poesía, no puedo parar; es como si tuviera fiebre, pero una fiebre que me llena de alegría. Entonces no les tengo miedo ni a las adivinanzas del futuro –Silvina, una reconocida adivinadora y lectora de manos-, ni a las traiciones, ni a los tormentos de los celos, ni pienso en los demás. Los demás son los seres que están en ese cuento, en esa historia que estoy relatando. Y ellos, en cierto modo, sólo dependen de mí”,  en el borde de la enfermedad terminal, que dejaría obra por editar; como “La promesa”, una novela que arrancó en 1963, dio las últimas puntadas en 1989, y se publicó póstuma en 2010 “Quisiera escribir un libro sobre nada” es la última frase del último libro de Ocampo, quien falleció el 14 de diciembre de 1993. Y se fue Silvina a rasguñar la piedra de la Razón.

Dice de Silvina Ocampo en “Vanidad de Vanidades”- edición de Noemí Ulla

Vivimos en una casa

que no podremos construir

para un viaje que no haremos

y para un libro que nunca

llegaremos a escribir;

como un dibujo trazado

en una hoja cuyos límites

exiguos no se han permitido

la inclusión total de un plano.

Dicen de Silvina Ocampo

“Es una de esas escritoras, en consecuencia, que desafían la circulación comercial y académica de la literatura: esquiva el título de lectura obligatoria, el poema único, el cuento que es elegido como uno de los diez mejores de la literatura argentina. No puede ser fácilmente fragmentada ni seleccionada. Tómala entera o déjala…Esa cartografía no sería luminosa si perteneciera exclusivamente al siglo XX, si no fuera un mapa celeste también del siglo XXI. Silvina Ocampo es una referencia que Enríquez comparte con la otra escritora argentina nacida en los años setenta con mayor proyección internacional, Samanta Schweblin. Y la directora de cine argentina más premiada, de esa misma generación, Lucrecia Martel, le dedicó un documental inquietante y precioso: “Silvina Ocampo: las dependencias” Han escrito sobre ella también algunas de las escritoras más importantes de las generaciones anteriores, como Matilde Sánchez, Graciela Speranza, María Moreno o Sylvia Molloy. “Escribir antes o después de que sucedan las cosas es lo mismo: inventar es más fácil que recordar”, escribió la hermana menor mientras imaginaba futuros. Desde el nuestro la seguimos leyendo. Y reivindicando”, Jorge Carrión en www.nytimes.com.

En 2021,  El Museo del libro y de la lengua, y el Ministerio de Cultura de la Nación,  lanzan el Premio Nacional de Cuentos de Amor “Silvina Ocampo. Amé dieciocho veces, pero recuerdo sólo tres” Se pueden presentar trabajos hasta el 27 de agosto de 2021. Consultas a cuentosdeamor@bn.gob.ar

Premio Nacional de Cuentos de Amor

Fuentes: Ocampo, S. Poesía inédita y dispersa. Buenos Aires: Emecé. 2000 y Cuentos completos. Buenos Aires: Emecé. 2017 ; Jitrik, N. Atípicos en la Literatura Latinoamericana. Buenos Aires: Publicaciones CBC.UBA. 1997; Ulla, N. Invenciones a dos voces: Ficción y poesía en Silvina Ocampo. Buenos Aires: Torres Agüero. 1992

Imágen: Télam

Fecha de Publicación: 28/07/2021

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