¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónBuenos Aires - - Viernes 31 De Marzo
La obra de Rómulo Macciò merecería todo un capítulo entero en el arte nacional. El impulso vital, la pulsión plástica pura, exceden la categorizaciones tradicionales de neofigurativo o expresionista abstracto o action painting. Sus investigaciones en el color, que remiten más a experiencias urbanas que a una paleta canónica, y el desarme de la composición en la figura humana, que pasa de átomos a bit, constituyen un punto de partida original que pocos se han atrevido a profundizar, tal vez su compañero de ruta Yuyo Noé. Una trayectoria que evocó fantasmas en la tela, vivencias de una contemporaneidad cada vez más desfasada de un centro, llámese ciudades o individuo. “Tengo la cabeza llena de pintura”, dijo en una de las pocas entrevistas que concedió, convencido de que la plástica es un callejón sin palabras, y sin retorno. “Pinto mucho en la cabeza. En la tela lo plasmo, pero nunca sale igual. Se va transformando. Nunca podés llevar a la obra lo que soñaste”. Macciò, un hechizo a los brochazos que demuele hoteles, y sobrecoge al espectador en la intensidad pictórica, sin mediaciones ni intermediarios. La experiencia Macciò convulsiona, y no deja nadie indiferente.
Rómulo Macció nació en Buenos Aires el 29 de abril de 1931, y aprendió el oficio de manera autodidacta, con un talento singular; y éste le abrió las puertas del mundo de la publicidad. Fue director de arte en De Luca y en Walter Thompson, las dos principales agencias de mediados del siglo pasado. Se especializó en artes gráficas y realizó decoraciones y escenografías teatrales. Su primera exposición en la galería Galatea, en 1956, junto a la Asociación Arte Nuevo, expresan ciertas líneas cercanas al surrealismo y abstracción lírica. Alejado de la publicidad, en 1961 integra el movimiento de la Nueva Figuración, una de las vanguardias notables históricas, en compañía de Noé, Jorge de la Vega y Ernesto Deira, que se proponía cuestionar “los caramelos y la pintura rosa bombón. Nosotros estábamos decididamente contra todo esteticismo”. En Rómulo emerge original y combativa una nueva tendencia que quiebra la inveterada dicotomía entre abstracción y figuración, y construye una pintura abstracta contenedora de la figura del hombre -una que había sido borrada por los informalismo y el arte concreto. Una fuerte impronta gestual que pone en duda, en simultáneo, el egocentrismo en planos discontinuos, grandes extensiones desarticuladas, y violentas chorreadas, en predominantes grises, blancos y negros. La encrucijada entre el caos y el orden, lo visible y el misterio, la norma y el horror, que será una constante a lo largo de su trabajo, como se puede apreciar en “La Momia”, obra ganadora del premio Di Tella en 1963, o “Hambre” (1961), que se puede visitar en el Museo Nacional de Bellas Artes.
Hasta 1968, que incursiona en el arte pop, organiza una suerte de burocracia de la imagen, eclipsa el desorden, y arrasa con una geometría que tensionaba rostros “sin ojos que expresan lo más dramático, la privación de la mirada, la inexistencia del espacio”, acotaba el crítico Raúl Santana. Una sensibilidad anulada por la razón, grita Macciò, a veces con sarcasmo, a veces con humor, y que pone al hombre contemporáneo en el desgarro cotidiano de debatirse en la alienación, y la melancolía de la libertad prometida, nunca vivida.
El artista fue un cabal ciudadano del mundo que residió en París, Madrid, Londres, Venecia y New York, realizando exposiciones en las principales salas, museos y bienales del mundo, y representó a la Argentina en la Bienal de Venecia de 1968 y 1988, en la Bienal de París de 1969 y en la Bienal de San Pablo en 1963 y 1985 – durante treinta años la Fundación Konex consideró a Macciò entre los mejores cinco pintores. Fue Gran Premio de Honor del Salón Nacional en 1967. En la capital francesa comenzó una iconografía con personajes que se multiplicaban, con rostros que se doblaban, o se superponen como máscaras. El artista desplazaba el foco de crítica social de la década anterior a la crítica de la sexualidad “Nubes de humo” (1969. Colección Fortabat) significó un anticipo temprano donde el juego de los dobles ironiza las normas genéricas. En esta etapa el color se suelta, vuelve a cierta impronta gestual de sus comienzos, y se crean empastes arremolinados en inusitados planos, aquellos demuestran la vasta experiencia gráfica del pintor. Reafirma Macciò su estilo en los setenta, que a veces puede derivar en una acabada factura, otras en un signo descuidado, y que siempre, representa la lucha del artista moderno en la captura de la temporalidad de nuestras sociedades de la velocidad, que distorsionan humanidades y entornos.
El gigantesco “París era una fiesta, Buenos Aires también” (1981. Colección Fortabat) marca una nueva etapa en sus trabajos. La ciudad adquiere unidad temática en sus oleos y acrílicos, y la figura humana parece encuadrarse solamente vaporosa, como cuando se ve a través de una ventana empañada -uno de los grandes núcleos para pensar con los ojos en Macciò, las ventanas. Entre las ciudades del mundo intercala una estancia prolongada en La Boca, barrio bien porteño de su admirado pintor Miguel Carlos Victorica, y en el paso a la década siguiente, se afirma un halo metafísico a sus paisajes, cargados de extrañas premoniciones visuales, aunque no son extrañas a cualquier habitante de una megalópolis “la sonrisa socarrona del viejo Babuino que vió decaer y renacer a Roma, los trabajadores anónimos que se deslizan apresuradamente entre las sombras afiladas de los rascacielos de Manhattan, la canción de euforia que zarandea a la Bombonera cuando por fin mete gol Boca -Macciò realizó murales en la cancha-, el modesto callejón del Tigre disfrazado de bulevar para la gran fiesta…Macciò tiene una prodigiosa capacidad observación, que emplea para desnudar al ser humano y colocarlo ante el espejo de sus contradicciones, algo que inevitablemente acaba plasmando imágenes, si no abiertamente satíricas, sí bastante burlonas…. desenmascara al hombre y con él inventa comedias”, afirmaba la crítica española Cayetana Álvarez de Toledo en 2004, ante una nueva exposición en Madrid, en la cual se mezclan fogonazos que remiten tanto al misterioso Río de la Plata como a los usuarios de computadoras, encandilados/encadenados a la sociedad informática. Lo humano surge por accidente, algo se perdió en la Nube, parece expresar cada cuadro. Los dos mil también son el momento del reconocimiento masivo con multitudinarias retrospectivas en Buenos Aires (1999. Centro Cultural Recoleta), Rosario (2002. Museo Castagnino) y Córdoba (2002. Museo Genaro Pérez) "Los Caprichos de Macciò", que recuerdan en el título a los grabados del artista español Francisco de Goya, es una de las últimas series del artista en Buenos Aires y La Plata, y allí captura los trazos borroneados de las relaciones humanas del siglo XXI. Fallece Macciò en Buenos Aires, el 10 de marzo de 2016.
Para muchos un artista maldito, incluso se lo llamó el “Marlon Brando de la pintura argentina”, y que mantiene su vigencia como lo demostró el éxito en 2019/2020 de “Crónicas de New York” en la Colección Fortabat, sus pinturas de la ciudad norteamericana entre 1989 y 1991 a través de la reproducción alucinada de instantáneas, Macciò será en un mundo de deflación de las imágenes, de auras remotas y conceptualismos estériles, un pintor políticamente incorrecto, arriesgado y provocador, “en pintura, la pintura lo más importante”. Y que sea, pintura.
“Rómulo Macciò es el mejor pintor “pintor” argentino de su generación… un hijo de la nueva figuración, y por ende, un nieto del inglés -Francis- Bacon. Como en un lugar geométrico se cruzan en él casi toda las tendencias principales modernas. Viene – como Vasarely y Warhol- de la publicidad: vale decir que es un técnico en despertar el ojo del espectador para someterlo a la intriga y hasta la agresión. Pinta grande como la norteamericanos, dibuja admirablemente, y hace lo que se le dá la gana con la imagen. Óptico, caricatural, en un sentido muy fino del chiste serio que puede llevar hasta el humor más negro. Y no le falta el color, por el contrario, es uno de sus fuertes: corrosivo también, deslumbrante, en una gama que yo prefiero cuanto más vira al rojo vivo” (Damián Bayón (1972) en Pensar con los ojos. Ensayos de arte latinoamericano. México: Fondo de Cultura Económica. 1993).
“La pintura se muestra, no se dice. Es el arte del silencio. Se empieza tratando de no hacer lo que está hecho, y en ese camino del libre juego de la imaginación, no se sabe hasta dónde se puede llegar, ya que la pintura es una ciencia oculta, irracional; nace de un oscuro núcleo y no de conjeturas intelectuales. Me aburre absolutamente la conjetura de la pintura. Yo registro en mi conciencia temas de la realidad y luego los reflejo la tela. La pintura nace en la cabeza, la mano ejecuta y el corazón le pone emoción. Si hay poesía conmueve y si no la hay, no. Y eso es un milagro, no tiene explicación” (en el catálogo Crónicas de New York. Curaduría Florencia Battiti. Colección de Arte Amalia Lacroze de Fortabat. Buenos Aires. 2019).
Fecha de Publicación: 29/04/2021
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