Muchas veces se cita de memoria el Don Segunda Sombra y se desconoce que, detrás de uno de los libros fundamentales de la literatura argentina, canto de cisne de la gauchesca, estuvo un escritor y poeta con una carrera de poco más de diez años. Que este hijo dilecto de San Antonio de Areco fue para algunos un “santón gaucho” y para otros un “oligarca aburrido” Ricardo Güiraldes fue y será una figura incómoda de las letras argentinas, dandy de manteca al techo en París, introductor del tango en los salones europeos, y, a su regreso, un difusor de la vanguardia martinfierrista y mecenas de los Jorges Luis Borges o Raúl González Tuñón. En este cruce de caminos, lo culto y lo popular, lo extranjero y lo nacional, el aristócrata y el profesional, la trayectoria de Güiraldes denota las luchas de un escritor argentino que busca un auténtica expresión nacional. No en vano pertenece a una generación que impulsó las búsquedas del ser argentino, de Ricardo Rojas a Ezequiel Martínez Estrada y León Rozitchner: “Gaucho, por decir mejor/Ropaje suelto de viento,/ protagonista de un cuento/vencedor” eran algunos de los primeros versos de Güiraldes que prefiguran al héroe de su obra mayor, y el arquetipo argentino que dialoga con el Martín Fierro.
Ricardo Güiraldes nace el 13 de febrero de 1886, hijo de una familia patricia argentina. Su padre fue intendende de Buenos Aires, Manuel, y su madre Dolores se fundía en el linaje colonizador de su adorada San Antonio de Areco. Viajes incesantes entre Europa y la pampa bonaerense son una constante de los primeros años del futuro escritor, donde el dibujo parecía convertirse en la primera elección a instancias de un profesor mexicano. De todos modos el joven Güiraldes prefería los placeres de la París anterior a la Gran Guerra que la Buenos Aires sudamericana, aunque con suficiente autocrítica: “Niño bien, hijo de padre bien, que se viste bien y ha sido educado en Europa… lo aburre la pampa porque en su pequeño cerebro tiene el recuerdo de los parques ingleses… va al Colón a recordar las funciones de la Ópera de París”. Allí toma contacto con los poetas simbolistas y la fuga de la realidad, junto a la exaltación de la juventud y el vitalismo, serán sus motores, que antes de la creación artística lo arrojan a la aventura por Oriente. “Duerme, duerme -y deja que mi pluma llore en lágrima negra”, anotaba en sus infaltables cuadernos hacia 1911, fundando un tono elegiáco que también serían un estilo.
La crítica posterior ha querido separar al Don Segundo Sombra de 1926 de sus trabajos anteriores, pero en su producción habrá una constante, la pampa evocada que conoció en la niñez, y el gaucho que sintetizan las -perdidas- virtudes argentinas, el coraje, la voluntad, la lealtad, el orgullo y la destreza. El pasado nacional y la violencia, un marca generacional del criollismo que lo emparenta con el primer Borges y Evaristo Carriego, son las referencias en “Cuentos de muerte y de sangre” (inspirado en su amigo Horacio Quiroga) y “El cencerro de cristal”, ambos publicados en 1915, y que fueron apareciendo estos cuentos y poemas en prestigiosas revistas como Caras y Caretas, con el apoyo de Leopoldo Lugones (que un año después con “El payador” elevaría al gaucho Martín Fierro a genio y figura argentino). Un primitivismo romantizado y la exaltación de la guapeza, una superioridad moral de los valores del campo inspirada en el “odio que profesé siempre por los caudillejos rufianescos de nuestros logreros métodos políticos… de ciudad”, surgen fundacionales entre otros en el cuento contemporáneo “Politiquería”, una verdadera declaración de principios en pos del rescate del “ilustre pasado ecuestre de tierras descampadas y de hombres animosos y pobres”. Allí presenta en sociedad a Don Segundo Sombra, una ficcionalización de uno de sus empleados en las estancias de Areco, el paisano Segundo Ramírez.
Del pozo al bestseller
El medio literario ignoró los esfuerzos de Güiraldes hasta su definitiva vuelta a mediados de los veinte. Incluso en un gesto teatral decide quemar sus obras en un pozo cisterna, que su esposa Adelina del Carril, hija de otra familia patricia nacional, salva de las llamas del fuego. Repartiendo su tiempo entre viajes exóticos y negocios terratenientes, el escritor edita “Xamaica”, una novela de travesías aristocráticas o un diario personal melancólico, y “Raucho”, que pensó llamar “Los impulsos de Ricardito” por considerarla “una autobiografía de un yo disminuido… que nos hace cometer tonterías”. En este trabajo entra en combustión el paisaje bonaerense con las enseñanzas del simbolismo y el modernismo, “las hazañas del peonaje…no era el héroe, sino EL HÉROE… su alma era noble y el brazo fuerte”, decía el personaje, un “letrado” niño embelesado con los rodeos y la arriada, con los aperos y las pulperías. Aquí un anticipo del Fabio Cáceres de su novela consagratoria. Sigue pasando desapercibido por el medio literario, que no ven más que una continuación de los escritores gentleman a la Lucio V. Mansilla y que querían enterrar vivos los escritores profesionales que no se autoeditaban, retoños de la nueva clase media o hijos de provincia, Rojas, Manuel Gálvez, Alfonsina Storni y tantos más. Hasta que lo revalorizaron Borges y Oliverio Girondo, los máximos estrategas martinfierristas, aquella la primera vanguardia argentina del siglo XX. “Raucho es un libro refinadamente criollo, es el libro de un hombre que, luego de haber pulsado las civilizaciones más diversas… tiene un pecho amplio para llenárselo de pampero y buenas piernas para pegarse al pingo…un lazo con el chambergo del paisano… o la guitarra nuestra”, se comenta en la revista Martín Fierro en 1925.
Los motivos de tal empresa cultural de estos jóvenes iracundos tiene varias explicaciones, además de un cambio de actitud del mismo Güiraldes, que luego un acercamiento a la filosofía oriental, apoya y acompaña los cenáculos de renovación de la literatura argentina, aún provinciana en el modernismo, que ansía por el criollismo y el ultraísmo. También los martinfierristas abren sus puertas a un estanciero criollo y cosmopolita rico, un eslabón con la argentinidad de la generación del 80, y que funda revistas de vanguardia con Borges como la revista Proa: “Arrancarse de lo conocido/Beber lo que viene/Tener alma de proa”, eran versos de Güiraldes que decidieron el título de una publicación influyente de Latinoamérica. Y, finalmente, Borges y Girondo intentan una operación cultural de sustituir el gaucho malo y reo del Martín Fierro por la esencia gaucha del Don Segunda Sombra, pero también el pícaro resero que deviene en patrón, sin resentimientos ni deudas sociales. Del “vago y malentretenido” al “gaucho que coopera en la formación de la Patria si es menester”, en palabra de Lugones. En este fracaso pueden hallarse clave de la historia nacional, pero esa es otra historia.
Sin pampa soy tabaco aventado
“A Ud. don Segundo…. A la memoria de los finados…José Hernández... A mis amigos domadores y reseros… A los paisanos de mis pagos... Al gaucho que llevo en mí, sacramente, como la custodia lleva la hostia” en las primeras páginas de la exitosa “Don Segundo Sombra”, que agota ediciones ante al asombro del propio Güiraldes, todas ellas impresas en vida en San Antonio de Areco. Las rocambolescas memorias de Fabio Cáceres, con ribetes de Cenicienta, sus andanzas por campos bonaerenses y el aprendizaje de los secretos del resero, y con ellos la esencia gaucha del fantasmal Don Segundo Sombra (sic), con un hábil recurso autobiográfico en las costuras, conforman las bases de un clásico nacional que ensombrece a su autor. Exaltación de la aventura juvenil y los valores profundos de una Argentina mítica, “Sombra es el punteo de la bordona, Cáceres tiene al alma hecha con cuatro cuerdas de tripa”, reseñan en la revista Martín Fierro, y donde el campo se contrapone a la ciudad, “¿Cómo hablaría, en efecto, cuando “el recao me dentrara a lonjiar las nalgas”? ¿Qué tal me sabería dormir al raso una noche de llovizna? ¿Cuáles medios emplearía para disimular mis futuros sufrimientos de bisoño? Ninguna de estas vicisitudes de vida ruda me era conocida y comencé a imaginar crecientes de agua, diálogos de pulpería, astucias y malicias de chico pueblero que me pusieran en terreno conocido. Inútil. Todo lo aprendido en mi niñez aventurera, resultaba un mísero bagaje de experiencia para la existencia que iba a emprender. ¿Para qué diablos me sacaron del lado de mamá en el puestito campero, llevándome al colegio a aprender el alfabeto, las cuentas y la historia, que hoy de nada me servían?”. Y la sabiduría gaucha saca varios cuerpos a los saberes “fraccionados” del habitante urbano: “El hombre no debe ser zonzo. De la gente jineta que vos ves aura, muchos han sido chapetones y han aprendido a juerza de malicia… Ahí quedó Miseria, sin dentrada a ningún lao porque ni en el cielo, ni en el Purgatorio, ni en el Infierno lo querían como socio y dicen que es por eso que, dende entonces, Miseria y Pobreza son cosas de este mundo y nunca se irán a otra parte, porque en ninguna quieren almitir su existencia”. Una ideología conservadora, en suma anacrónica en el mismo momento de publicación del libro, ese año Roberto Arlt publica “El juguete rabioso” y patea el tablero de la cultura local, pero efectiva en el amalgama de un nacionalidad en ciernes y dentro de un universo de metáforas no conflictivas.
“Lo vi alejarse al tranco. Mis ojos se dormían en lo familiar de sus actitudes. Un rato ignoré si veía o evocaba. Sabía cómo levantaría el rebenque, abriendo un poco la mano, y cómo echaría adelante el cuerpo, iniciando el envión del galope. Así fue. El trote de transición le sacudió el cuerpo como una alegría. Y fue el compás conocido de los cascos trillando distancia: galopar es reducir lejanía. Llegar no es, para un resero, más que un pretexto de partir” eran las últimas palabras del Cáceres que expresan tanto el canto eligiáco como un espíritu de huída que Güiraldes profundizará en el lirismo póstumo de “Poemas místicos” y “El sendero”.
“No he escrito en el diario ayer… desayuno con fosfatina”, aparece repetidamente en sus diarios en 1926, que ya no tratan cuestiones literarias, ni visitas al Royal Keller o Amigos del Arte, sino una salud gravemente deteriorada. Muere en París el 8 de octubre de 1927. Y tal vez alucinando una noche estrellada en Areco, a la vera del Río Sena, en el cruce de espíritus de la tierra ancestral y conquistadores, Ricardito exclamó “me fui como quien se desangra”.
Dicen de Ricardo Güiraldes
“Creo que aquella noche también estaban Arlt, Nicolás Olivari, Pablo Rojas Paz y el dibujante Dardo Salguero…nada de solemnidad…Ricardo cantaba y tocaba la guitarra..a veces, con Adelina…gracias a él leímos a poetas poco o nada conocidos…sostenía que por distintos que fuéramos había en nosotros algo inconfundible, una timidez unida al desenfado,rasgo típicamente argentino…Ricardo no era un hombre reaccionario como se ha señalado…¡Y qué decir de su generosidad!...ayuda a jóvenes poetas…En Proa pagaba muy bien las colaboraciones”, recordaba Raúl González Tuñón en revista Crisis Nro. 37 Mayo 1976. Buenos Aires.
Dice Ricardo Güiraldes
“¿Qué es esta división entre el pueblo y la gente seudo-culta? Es a mi entender la división entre el país y el no país?” en “Semblanza de nuestro país”, inédito, en revista Crisis Nro. 37 Mayo 1976. Buenos Aires.
Fuentes: Güiraldes, R. Los cuadernos perdidos 1911-1925. Buenos Aires: Pag/12-BNMM. 1999; Viñas, I. Güiraldes en revista Contorno Nro. 5-6 Septiembre 1955. Buenos Aires (facsímil BNMM); Sarlo, B. Una modernidad periférica. Buenos Aires (1920-1930). Buenos Aires: Siglo XXI. 1988
Periodista y productor especializado en cultura y espectáculos. Colabora desde hace más de 25 años con medios nacionales en gráfica, audiovisuales e internet. Además trabaja produciendo Contenidos en áreas de cultura nacionales y municipales. Ha dictado talleres y cursos de periodismo cultural en instituciones públicas y privadas.