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París está muy bien pero le falta un Di Tella

Mito y gloria de la cultura argentina, el Instituto Di Tella permanece como un fenómeno social que desbordó lo artístico. Y que excedió las artes visuales; teatro, danza, música y cine también fueron influenciados desde Florida 936.

El peatón que camine hoy por Florida al 900 difícilmente se detenga ante desangelados comercios y cadenas de comidas rápidas. Viajando al Buenos Aires de los sesenta del siglo pasado eso era imposible. Existía un imán llamado Instituto Di Tella, un poliédrico espacio que condensaba las ansías de modernización de una adormilada ciudad, con los mismos fervores de los veinte. Artes Visuales, teatro, danza, cine y quién sabe cuántas necesidades más en el combo vital, fueron catalizadas allí en el corazón de la Manzana Loca. Así se conocía esos metros céntricos de variopintos personajes y artistas con una única misión, demoler las instituciones argentinas aunque en mal momento, pleno auge castrador de la autodenominada Revolución Argentina. Inaugurado un 22 de julio de 1958 cobraría notoriedad por permitir la intervención horizontal en el hecho artístico, de manera inédita en un medio local receloso de los intentos democratizadores.  El Di Tella sacó el arte a la calle.

Para analizar el contexto de surgimiento de la institución, dentro de un plan de acción de espíritu desarrollista de la familia Di Tella, puntal de la industria metalmecánica, automotriz y electrodoméstica, cabe mencionar que fueron los tiempos en que las industrias nacionales, o multinacionales, pujaban por insertar a la Argentina en el mundo. Una marea internacionalista favorecida además por las políticas amistosas de Estados Unidos, que intentaba sobre todo con la administración Kennedy, no considerar más a Latinoamérica como su patio trasero. En artes, las bienales mundiales de las industrias Káiser en Córdoba, o los primeros concursos internacionales del Di Tella a partir de 1963, son síntomas de un contexto aperturista. Puertas adentro, una burguesía nacional, por primera vez no dependiente del modelo agroexportador, timoneaba el crecimiento de la economía, también sustentado por las medidas proteccionistas del presidente Illia. El mundo miraba al Río de la Plata y en 1963 el Museo de Arte Moderno de París dedica un muestra de artistas contemporáneos argentinos. Una “Nueva York austral” emergía a los ojos del mundo y el Di Tella vibraba en esa sintonía. En agosto de 1967, en la exposición más convocante del Di Tella, se montaba la obra de Julio Le Parc, ganador de la Bienal de Venecia en 1966.

“Queríamos convertir a Buenos Aires en otro de los centros reconocidos del arte. París había perdido desde la Segunda Guerra Mundial su centro indiscutido y creíamos posible incorporar a Buenos Aires al grupo de grandes ciudades con movimientos propios y reconocidos”, admitía Guido Di Tella a John King, rememorando los inicios de la institución, que en verdad expandía la sede de Belgrano -que aún funciona como universidad, y que fundó junto a su hermano Torcuato,  en homenaje a su padre. En el libro señero de King sobre el Di Tella de 1985 también se menciona que las primeras exposiciones fueron de arte precolombino y de la colección Di Tella, centrada en el arte del siglo XIX y comienzos del XX, con poco de vanguardia. Y que hasta la llegada plena del “mandarín del arte”  Jorge Romero Brest en 1963, además, fueron el teatro y la música los ámbitos primeros, más experimentales y arriesgados “Yo me acuerdo de que, hasta la década del sesenta, cada vez que yo abría una revista europea o norteamericana me sorprendía algo, y durante la década del sesenta no me sorprendía nada, todo los habíamos hecho nosotros…ahora estábamos en la época del Instituto Di Tella, estábamos en plena vanguardia internacional”, decía un artista de una generación anterior a los jóvenes iracundos del nodo artístico porteño, Kenneth Kemble, porque el Di Tella no solamente fue el patio de juegos de la idealizada juventud loca y hippie. Antonio Berni, en la exposición siguiente a la célebre Menesunda de Marta Minujin y Raúl Santantonín -que no era ningún joven-, convocó a más espectadores, y Ástor Piazzolla estuvo a punto de presentarse en la moderna sala céntrica, según Fernando García. El Di Tella era riesgo y consagración, sin barreras etarias, ideológicas, estéticas y sexuales.  

Antes de continuar, el Di Tella es un fenómeno eminentemente porteño; en el resto del país ocurrían distintas movidas, acorde a los revulsivos sesenta, tan o más interesantes que en Buenos Aires, citemos a los artistas de Rosario, o en el mismas artes visuales, y hablamos de los artistas de izquierda cercanos a la Sociedad Argentina de Artistas Plásticos. O en el teatro, no dislocado ni absurdo como en las salas del Di Tella, y nace el realismo reflexivo del Grupo Autores (Cossa-Talesnik-Rozenmacher-Somigliana), que aún marca la escena. Pensar que una década de larga influencia en la cultura, los sesenta, fueron solamente el Di Tella,  es una zoncera criolla o porteña.      

Marta Minujin, en la época del Di Tella.

Muchos más que un happening

“Floriadonópolis”, en la descripción de García en “El Di Tella. Historia íntima de un fenómeno cultural” (Paidós.2021), “estaba asentado en el centro de lo que a finales de los sesenta terminó llamándose “la Manzana Loca”, una geografía que comprendía la actuales cuadras del microcentro que iban desde Viamonte a Plaza San Martín, y donde los resabios de la elite cultural de principios del siglo XX -Jorge Luis Borges era vecino, la vanguardista Asociación de Amigos del Arte en 1924 tenía su sede en el mismo solar que el Di Tella-, en su constelación de galerías de arte, habían encontrado un nuevo impulso a una sociabilidad bohemia donde confluían artistas y diletantes de distintos estratos sociales diseminados por la ciudad”, acota de un zona que llegaba a incluir a la Universidad de Buenos Aires de Viamonte y Reconquista, las librerías con literatura extranjera, Galetea, los bares como El Moderno y Florida Garden, y teatros como el Independiente, un área sentimental enfrentada a la más politizada de avenida Corrientes.  Y se extendía a Belgrano, el mítico Hotel Melancólico de Belgrano R., o el departamento de Susana “Pirí” Lugones en Caballito. Aquel edificio de Florida 936-940 tenía como rasgo saliente su frente minimalista y vidriado, al cual en su interior se hicieron algunas pocas reformas con la instalación definitiva de 1963, de la mano Clorinda Testa -ganador del Premio Di Tella 1961-, Francisco Bullrich y Alicia Cazzaniga, aquellos del cenáculo de las últimas tendencias concretas del diseño y la arquitectura.

“Con el propósito fundamental de promover”, decía el acta fundacional de 1958 del Di Tella “sin perder de vista el contacto Latinoamericano de Argentina”, “estimular, colaborar, participar y/o en cualquier otra forma de iniciativas, obras y empresas de carácter educacional, intelectual, artística, social y filantrópica”, anunciaba de un instituto que hasta 1963 sería más bien un centro de conferencias y charlas. Una vez instalados en Florida se verían potenciados con una moderna sala para 250 espectadores, y con horarios que podían arrancar a las 15, en tres funciones en teatro o cine, a veces, y a precios accesibles. Bajo la dirección de Enrique Oteiza, en artes, porque el Di Tella también tuvo departamento de sociología y estudios urbanos, quedaban constituídos primeros el Centro Latinoamericano de Altos Estudios Musicales, con el maestro Alberto Ginestera,  y el Centro de Experimentación Audiovisual, con Roberto Villanueva, y luego el Centro de Artes Visuales en Florida, que había empezado a funcionar en el Museo de Bellas Artes con Romero Brest, “movilizar una cultura viva que reemplace a la dominante envejecida”, era el propósito de todos los centros admitía éste crítico, y que trabajasen transversalmente; tal como ocurría, el Di Tella, zona de cruces de todo tipo.

La idea fundante de Villanueva significaba la experimentación de las nuevas técnicas mecánicos-electrónicas en las tradiciones del teatro y la danza “En un mundo complejísimo en trance de cambio total”, reflexionaba el cordobés Villanueva, que venía del pionero del Grupo Teatro de Arquitectura de FADU-UBA, de los primeros en representar el teatro del absurdo, y a Samuel Beckett en 1956, “en un mundo no euclidiano y no cartesiano, en un mundo al mismo tiempo adormilado por saturación ante el exceso de informaciones, reclamos, estimulantes y tranquilizantes en el que aconteceres, pasiones y palabras significan poco, son necesarias nuevas herramientas”, cierra en 1964 algo que parece escrito en 2021. Novedosos cánones expresivos se suceden en sus salas, desde “El desatino” de Griselda Gambaro, obra ya clásica de la dramaturgia vernácula, el segundo montaje de la temporada inaugural, a “Danse Bouqet”, con una jovencísima Marilú Marini, vislumbre de su talentosa carrera, en compañía de Alfredo Arias. También pasa el cine norteamericano independiente y el Nuevo Cine Alemán, los proyectos escénicos Dadá y del Living Theatre. Con el accionar asociado de José María Paolantonio se estrenan “Mens sana in corpore sano”, de Carlos del Peral, música de Jorge Schussheim, y actuación de una debutante Nacha Guevara, otro retoño del Di Tella, “El niño envuelto” de Norman Briski, y varias piezas de grupos anticonvencionales como los de la Tribu y Lobo, con Robertino Granados y Miguel Abuelo ¿Danza? Ana Kamien y Oscar Araiz, revolucionarios de las artes en movimiento del último cuarto de siglo pasado, exhibieron sus primeras coreografías, entre ellas la recordada “Crash”

Hablando de música uno debe empezar con que Les Luthiers, el imprescindible grupo humorístico musical,  que la convirtieron en su sala desde 1967 hasta 1970, y entonaron sus primeros éxitos, entre la “Cantata Laxatón”, basada en un prospecto de un laxante. Y sin embargo quedarían kilómetros de historias, como aquel festival en homenaje al lustro de la salida del primer disco de los Beatles (sic) y una nutrida concurrencia que incluía a los fundacionales del rock argentino, Tanguito y Claudio Gabis. O los happening de Marta Minujín con música de Luis Alberto Spinetta.  En sus salas tocaron Almendra, Manal -que haría la banda de sonido de la película, entre ditelliana y beat, “Tiro de gracia” (1969) de Ricardo Becher-, La Cofradía de la Flor Solar -proto Patricio Rey y los Redonditos de Ricota- y El Huevo -el eslabón perdido de Los Abuelos de la Nada- También debemos sumar la avanzada música contemporánea del peruano César Bolaños y Miguel Ángel Rondano, algunos de los muchos becados musicales, y en un camino electrónico que aún suena futurista.

Y el Di Tella terminó casi como empezó, con teatro, y en junio de 1970, presionado por la censura de los militares, y la finanzas en picada del grupo industrial de los Di Tella, quien generosamente sostenía las excentricidades artísticas -alrededor de 13 millones de dólares-, con algunos escasos aportes de fundaciones norteamericanas como Ford o Rockefeller “María Lucía Marini es Marilú Marini”, con música de Carlos Cutaia, estrenada el 25 de mayo, última función el 28 de junio de 1970. Y clausura total del centro donde estaba prohibido no tocar, no imaginar, no vivir.

El futuro llamado Di Tella

La leyenda popular del Instituto quedó fijada en la memoria con las artes visuales, o la muchachada pop, o casi el mundo Minujín. Fueron poco más de siete años que alcanzaron a marcar una generación -porteña- de artistas ditellianos, sólo nombramos algunos, Federico Manuel Peralta Ramos, Delia Cancela, Pablo Mesejean, Edgardo Giménez, Pablo Suárez, David Lamelas, Roberto Jacoby, Juan Stoppani y Dalila Puzzovio. La orientación internacionalista con tendencia nacional resultaría evidente en el segundo premio Di Tella de 1963, que con jurados y artistas del mundo, consagró a Rómulo Macció, una de los cuatro fantásticos de la Nueva Figuración -Noé y Deira también serían participantes en premios y colectivas, y Jorge de la Vega, además, presentaría espectáculos musicales.  Esta premio sacudió a la prensa y el medio local, que los atacó porque premiaban a “artistas destructivos”, y la edición siguiente, con el triunfo de los emblemáticos colchones “prototipos de humanidad” de Minujín, se estableció un antes y después en el canon. Y la vida nacional. El arte argentino era tapa de revistas y salía en horario central de radios y televisión, algo irrepetible. Todo estaba preparado para el bombazo de la Menesunda, del 18 de mayo al 6 de junio de 1965, 33.694 participantes, con el genio de Minujín que acaparaba los flashes, y un Santantonín, un intelectual existencialista que deseaba solamente capturar la esencia porteña, en una estimulante ambientación, con una peluquería o una pareja real en la cama -que fueron varias, y casi todas, no continuaron la relación luego de pasar horas y horas, a merced de la mirada de los otros. Hace unos años el Museo de Arte Moderno realizó una exitosa recreación para quienes deseaban volver a la Loca Manzana y los sixties.

A partir de 1967 cambia la denominación a Experiencias Visuales, en la cuales las mayoría de los producciones tendían a la “desaparición de la obra de arte”, y un renovado interés de los artistas de expandirse a la calle, en el primer año del presidente golpista militar Onganía. En los códigos humanistas, y humoristas, del Di Tella se presentan al año siguiente algunas de las obras centrales del arte argentino, la pionera en artes electrónicas Margarita Paksa con “Santuario de sueño”, “La familia obrera” de Oscar Bony y “El baño” de Roberto Plate. Justamente la última, con un insulto al presidente de facto en una réplica de baño público, Ongania adalid del rancio moralismo, desencadenó la faja de clausura y, posterior, protesta de los artistas, arrojando sus realizaciones en plena calle Florida en 1968, con la policía interviniendo en un curioso canto de cisne de los happening -y del arte en el Di Tella. La última experiencia de 1969, cuando casi no había dinero en las otrora ricas arcas del centro, y que clausuró las artes visuales un 10 de octubre de 1969, propiciaba “que el participante se comunicara, consigo mismo y con los otros”, en momentos en que se impedía llevar el pelo largo a los varones, con riesgo de cárcel; o estallaban los movimientos sociales del calibre del Cordobazo “Arte mermelada” llamaban a las expresiones del Di Tella los artistas cada vez más comprometidos con la realidad política, Juan Pablo Renzi y Pablo Suárez; éste último que rehusó participar de las Experiencias 1968, “imposibilidad moral -porque en esas cuatro paredes no se puede vivir donde- está dándose el Hombre, la obra: diseñar formas de vida” De allí a Tucumán Arde, la comunión de los artistas, varios ditellianos, y los trabajadores, un paso.

Hablar del Di Tella significa una calidoscopio, que puede incluir hasta la moda, y allí los increíbles desfiles con la diosa de Marcia Moretto. O el diseño visionario de Juan Carlos Distéfano “París está muy bien pero le falta un Di Tella”, rescataba Pierre Restany, crítico francés clave en entronizar el instituto allende las fronteras. Pocas veces en la cultura occidental una institución privada, a pérdida económica, auténtica ganancia social, respaldó un fenómeno abrasador en tantos órdenes, sociales, artísticos y mentales. Hablar del futuro será siempre hablar del Di Tella.

“Nosotros amamos los días de sol, las plantas, los Rolling Stones, las medias blancas, rosas y plateadas”, “Manifiesto nosotros amamos” de Cancela y Mesejean, acompañando sus obras,  en el catálogo del Premio Nacional de Pintura Torcuato Di Tella de 1966, ellos luego figuras de la moda y el diseño en el mundo, “a Sonny and Cher, a Rita Tushingham y a Bob Dylan. Las pieles, Saint Laurent y el Young Savage Look – las canciones de moda, el campo, el celeste y el rosa- Las camisas con flores, las camisas con rayas, que nos saquen fotos, los pelos, Alicia en el País de la Maravillas, los cuerpos tostados, las gorras de color, las caras blancas y los finales felices, el mar; bailar, las revistas, el cine, la cebellina. Ringo y Antoine, las nubes, el negro, las ropas brillantes, las baby girl, las girl girl, las boy girl, los girl boy y los boy boy”

 

Fuentes: Romero Brest. J. Arte Visual en el Di Tella. Buenos Aires: Emecé. 1992; Giunta, A. Vanguardia, internacionalismo y política. Arte argentino en los años sesenta. Buenos Aires: Siglo XXI. 2008; García, F. El Di Tella. Historia íntima de un fenómeno cultural. Buenos Aires: Paidós. 2021

Imágenes: Universidad Torcuato Di Tella

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