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Ir a la secciónBuenos Aires - - Viernes 02 De Junio
“Si los editores deciden no publicar más libros de poemas, cantaremos la poesía por las calles, la diremos en las plazas, la imprimiremos en papel barrilete", arengaba la poeta Olga Orozco unos meses antes de morir, y frente a los jóvenes de la generación del noventa, que revitalizaron la poesía argentina. En aquel entonces era una leyenda viviente, una de las pocas poetas conocidas junto a Alfonsina Storni y Alejandra Pizarnik. Sus versos, liberados de corsé genéricos y canónicos, trasponían, transfiguraban, la realidad en mundos -inquietantemente- cercanos. “Son los seres que fui los que me aguardan”, aparecía en sus primeros poemas de 1946, “Madre, madre/ vuelve eregir la casa y bordemos la historia/ Vuelve a contar mi vida”, cerraba en 1994 una sólida obra, con veinte publicaciones entre poesía y prosa poética, y que avizoraba una comunión en sororidad. Olga, chamana de las letras argentina, vidente eterna de las olas que vendrán.
Olga Orozco nació en Toay, La Pampa, el 17 de marzo de 1920, en una familia con padre inmigrante siciliano y madre argentina, de quien tomaría el apellido. Hasta 1928, como dijo la futura poeta que viviría su adolescencia en Bahía Blanca, en un paraje de médanos que empezaba a “contar la eternidad”, “me inquietaban muchas cosas, era una niñita medrosa, bastante tímida, llena de preocupaciones por todos los fenómenos que me rodeaban y que nadie podía explicarme satisfactoriamente. Por ejemplo, me preocupaba si un pájaro desplegaba el cielo, ese tipo de cosas. Como no me daban respuestas convincentes, empecé a contestarme yo sola; ahí ya estaba cantada mi vocación”, concluía. Para Orozco siempre será "la infancia como una semilla tatuada" y, a través de sus poesías, volvería una y otra vez, “Amé la soledad, la heroica perduración de toda fe/ el ocio donde crecen animales extraños y planta fabulosas,/ la sombra de un gran tiempo que pasó entre misterios y entre alucinaciones,/ y también el pequeño temblor de las bujías en el anochecer”, una lírica alucinada del campo a la ciudad y viceversa.
Instalada en Buenos Aires en 1940 para estudiar Filosofía y Letras, se vincula al grupo de jóvenes escritores que siguieron Oliverio Girondo, el romanticismo místico de Rilke y el surrealismo “Se ha dicho que soy surrealista, pero no lo soy sino como una actitud ante la vida, por la canalización de elementos oníricos o la creencia en otras realidades que no son solamente el aquí y ahora, y la exaltación de valores como la justicia, el amor, la libertad. Pero nunca hice automatismo como los surrealistas; si lo hiciera, no terminaría en poema sino en plegaria” aclararía mucho tiempo después la poeta, que en sus primeros poemarios adquiere el tono profético y ritual característico de su trabajo. Por una recomendación del poeta español Rafael Alberti publica “Desde lejos” (1946) en la editorial Losada,“junto a la niña eterna/ la piadosa y sombría niña de los recuerdos que contempla borrarse una vez más,/ bajo los desolados médanos,/ la casa abandonada, amada por el grillo y por la enredadera;/ más cerca, como rumor del musgo en la mejilla de aquella incierta niña de leyenda,/ la niña del espanto que escucha, como antaño junto al muro de ruido/… la fugitiva niñas de la sombra que los atardeceres reconocen/… Yo conozco esos gestos” También aparece tempranamente, en la reflexión de Alicia Genovese, “yo que soy muchas y que tengo un nombre femenino hablo, no sólo aquí y ahora sino también con lo que fui, con lo que soñé ser, con lo que seguiré siendo. Es esta autoafirmación un gesto contrapelo del discurso masculino, una reinscripción de un sujeto mujer que deja el lugar de interlocutora silenciosa, o ausente, para emerger habitada por muchas vida propias, por múltiples voces”, señala la especialista sobre Orozco. Olga era la única poeta de renombre tras la aparición de “Las muertes” (1952), entre los poetas metafísicos de los cuarenta, con Alberto Girri y Enrique Molina a la cabeza, y antecesora en la visibilización del deseo femenino de Alejandra Pizarnik, de quien resultó amiga y confidente, “Pequeña pasajera,/sola con tu alcancía de visiones/y el mismo insoportable desamparo debajo de los pies:/sin duda estás clamando por pasar con tus voces de ahogada” en "Pavana para una infanta difunta" de Olga para Alejandra. En simultáneo, en los cincuenta, Orozco se destaca por sus apariciones en el radioteatro de Radio Splendid, en la compañía de Nydia Reynal y Héctor Coire, y con el alias de Mónica Videla, “personificada en las malas, a las brujas, y a las madres, que son las peores”, recordaría.
Mientras publica espaciado sus libros de poemas, “Los juegos peligrosos” (1962), una oda a los mundos de la adivinación y lo arcano, aprendido en caminatas por el Tigre con Xul Solar, y “Museo Salvaje” (1974), que inicia una interrogación en forma de tapiz, símbolo de la encrucijada, sobre la muerte y el tiempo, y que cerraría en “La noche a la deriva” (1984), Orozco se lanza al periodismo en sus variadas formas, “llegué a tener ocho seudónimos, cada uno con un estilo distinto”, que iban desde la crítica literaria a las columnas de la revista femenina Claudia, y los horóscopos en el diario Clarín. Olga, astróloga recibida con María Julia Onetti, prima del escritor Juan Carlos, y que compartía con ella la firma, “Canopus” “Siempre tuve videncias, premoniciones. Como mi madre y mi abuela”, señalaba Orozco que se regía con imágenes saturnales, “mordedura blanca del destierro hasta escalofrío”, y que se transformó en profesional del Tarot hasta que malos sueños, pesadillas cumplidas, hicieron que nunca más toque las cartas.
“La oscuridad es otro sol” (1962) y “También la luz es un abismo” (1995) son sus libros autobiográficos, que pese a estar separados por treinta años, mantienen una perfecta unidad de un existencialismo surrealista. La autora aparece bajo el nombre de Lía, una niñita soñadora y fantasiosa, y remite en hechos a un encantado -y funesto- Toay natal. Pocas veces libros de memorias infantiles, en las letras argentinas, tiene la belleza evocadora y misteriosa lograda por la poeta.
“Ahora estoy viajando con esa piedrecita negra, lisa, lustrosa, apretada en la mano” – en “También la luz es un abismo”- Me tendrán que abrir la mano por la fuerza para saber qué tengo adentro. Recorrerá conmigo kilómetros y kilómetros y seré casi manca durante setenta y dos horas. Después nadie sabrá de qué se trata. Diré que es un talismán que me regaló un mago. Pero seguirá viajando conmigo durante largos años: kilómetros y kilómetros de papel escrito, de papel en blanco que espera el poema, con esa piedrecita apretada la mano. No sé si quiero un secreto, un significado que ignoro. A veces me parece que huele algo más que piedra fría o que late como un pequeñísimo corazón, como si adentro hubiera un pájaro minúsculo; a veces siento una vibración como se intentara dictarme la palabra que trato de escribir, la palabra en cuya búsqueda continúa escribiendo. Aún no he descubierto que esa es la palabra que murmura todo cuanto miro”, centellaba Orozco. Era la piedra que le regaló un amigo cuando salía de La Pampa, y que conservó toda su vida en compañía de una piedra de la tierra de su padre, y otra de la tierra de su madre.
“En el reves del cielo” (1987) es el reconto de una vida con el soplo de lo divino, y con la pérdida de la inocencia, “He dicho ya lo amado y lo perdido,/ trabé con cada sílaba los bienes y los males que más temí perder…/ vas a quedarte oscuras, vas a quedarte a solas/…se nos precipitó la lejanía”, traza la poeta herida con la pérdida de su compañero, Valerio Peluffo. En 1994 inaugura en Toay la Casa Museo Olga Orozco, que funciona como centro cultural y biblioteca -integrada por la suya personal.
Sus poemas y textos aparecen en diversas antologías y otras publicaciones, además de ser traducidos al francés, inglés, italiano, alemán, rumano, hindú, portugués y japonés. En 1998 recibe una de las distinciones más importantes en lengua hispánica, el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo, “La poesía acompaña a la gente, les ayuda a compartir sus extrañamientos, a sentir que no están solos para mirar el fondo de los abismos que se nos presentan a cada rato y los acompaña en sus interrogantes, en sus inquietudes extremas, en el enigma que todos llevamos con nosotros por el sólo hecho de estar vivos y no saber quiénes somos. Además la poesía ayuda a no dormirse del lado más cómodo”, advertía Orozco. Fallece en Buenos Aires el 15 de agosto de 1999.
“Mis amigos me temen porque creen que adivino el porvenir”, escribía Orozco en 1995, “a veces me visitan gente que no conozco y que me reconocen de otra vida anterior. ¿Qué más puedo decir? ¿Que soy rica, rica con la riqueza del carbón dispuesto arder?”. Olga, una hechicera del lenguaje que nos convoca al fogón del verbo original, al mito de María Teo, la bruja pampeana, en el surco de la Poesía, musa y madre.
Fuentes: Orozco, O. Relámpagos de lo invisble. Antología. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. 1998; Genovese, A. Leer poesía. Lo leve, lo grave, lo opaco. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. 2011; https://www.infobae.com/cultura/2019/01/15/olga-orozco-la-gran-poeta-de-las-premoniciones-funestas/; https://www.malba.org.ar/una-entrevista-con-olga-orozco/
Fecha de Publicación: 17/03/2021
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