¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónBuenos Aires - - Viernes 31 De Marzo
Dos trampolines en la ruta de Miguel Cané, una antorcha de los gentleman escritores del ochocientos, aquellos políticos de café, club y teatro, periodistas de pasquines y diarios oficiales, funcionarios obligados de un Estado por hacer. Cané es en compañía de otros escritores de literatura menor, autobiográfica y crónica, como Lucio V. Mansilla y Lucio Vicente López, quien mejor representa la ideología de la Generación del 80. Uno es el ingreso al Colegio Nacional Buenos Aires en 1863, marcado por la muerte del padre, quien deseaba escribir la novela nacional que nunca concretó, ni él ni su hijo, y que daría la tela para cortar de “Juvenilia” (1884), un libro raro en su adocenada producción, sucio y desprolijo, y raro para un país, que tomó escolar un texto que revela el devenir de un país a través de una saga endogámica porteña. Otro, 1881, cuando luego de un lustro de ardua tarea legislativa, el presidente Roca envía al joven Cané, tan treintañero como el mismo primer magistrado, a representar a la Nación por primera vez efectivamente consolidada. De aquellas peripecias por las Américas y Europa derivarían nuevos artículos y pensamientos, nuevos ajustes al proyecto liberal, que podía resultar ambivalente, económicamente aperturista pero socialmente restringido para que los advenedizos extranjeros, nuevos ricos mercantilistas, no contaminen a “nuestras mujeres…ni que mi tierra sea el refugio de todos los criminales del mundo” Aquí el testamento ideológico de Miguel Cané, autor de la represiva Ley de Residencia, aquí las agujeros negros de su generación que mejor se conservan en sus páginas y acciones. Don Miguel de nacer exiliado político pasó a legislar la persecución política al tiempo, que como Mansilla, pedía a Carlos Pellegrini en 1904 que la cuestión obrera no se resuelva con cargas de caballería, sable en mano a lo Falcón.
Hijo de una familia de linaje patricio y terrateniente, nacido en Montevideo el 27 de enero de 1851, Miguel Cané sin embargo vivió de los ingresos de periodista, luego de empleado público, legislador y diplomático, y poseyó solamente una humilde quinta en San Miguel. Ingresaría en el fatídico para él año de 1863 en el Nacional Buenos Aires, recién reorganizado por el presidente Mitre y tendría la figura mentora del pedagogo francés Amadeo Jacques, la lengua gala sería casi su primera lengua junto al griego. Recién en 1878 completaría los estudios de abogacía, cuando ya hacía tres años era diputado nacional por el Partido Autonomista de Adolfo Alsina.
Como sabemos por “Juvenilia” un crudo alsinista convencido, defensor del centralismo porteño aunque con una mirada nacional, que trabajó en los diarios cercanos al presidente Avellaneda, a quien acompañaría en la fuga a Belgrano durante los combates por la federalización de Buenos Aires en 1880. Ese año es reelecto legislador pero el presidente Roca, a quien apoyó frente a sus antiguos amigos autonomistas como Leando N. Alem y Aristóbulo del Valle, primero lo destina a la Dirección de Correos y Telégrafos, Cané un apasionado de la tecnología, y luego lo enviaría a una larga carrera diplomática a Colombia, Venezuela, Austria, Alemania y Madrid. Recién retorna en 1892, desde Europa envía las crónicas de “Travel” para los diarios porteños, y es el séptimo intendente porteño, donde en escasos meses instrumenta un ambicioso plan de pavimentación y cloacas, y sienta las bases del subterráneo, que tanto había admirado en Londres.
Ministro de la accidentada presidencia de Luis Sáenz Peña, nuevamente se lo remite ministro en París, siendo un embajador de la –alta- cultura argentina “He aquí lo bello e incomparable de la aristocracia, cuando es sinónimo de suprema distinción, de belleza y cultura…la tradición de raza, la selección secular, la conciencia de una alta posición social que es necesario mantener irreprochable, la fortuna que aleja de las pequeñas miserias que marchitan el alma y cuerpo…la aristocracia es una elegancia de la naturaleza”, reflexionaba Cané al filo del 900, con un mundo convulsionado por huelgas, movimientos obreros y atentados anarquistas por doquier, y retorna a Buenos Aires a ocupar una banca en el Congreso, presentando el proyecto de Ley de Residencia (1902), que legalizó la persecución y expulsión por cuestiones políticas y sindicales.
En este Retorno al Orden de Don Miguel también debe comprenderse la fundación de la Facultad de Filosofía y Letras en 1899, por un lado reservorio del espíritu latinoamericano frente al materialismo salvaje yanqui, por algo Cané canoniza el “Ariel” (1900) de José Rodó, y por otro, custodia de la cultura argentina amenazada por el aluvión zoológico, lenguas y culturas, de los seis millones de inmigrantes. Sus esfuerzos finales serían reforzar una educación nacionalista gratuita, la formación de un carácter argentino que diluya el cocoliche que cambiaba la efigie de su amada Buenos Aires, “cerremos el círculo y velemos por él”, y estaba abocado a un proyecto de restauración de la enseñanza clásica cuando fallece imprevistamente el 5 de septiembre de 1905. Diría Estanislao Zeballos en el obituario, oteando un mundo que moría con él, que se iba “un campeón de nuestro abolengo”.
"¿Prefiere un género más ligero? Escriba romances y haga naturalismo: mal que le pese, ahí le duele" le escribe burlonamente Eugenio Cambaceres a Cané. Había leído con agrado el primer novelista moderno argentino una prueba de galera de “En viaje” (1884) del diplomático roquista -estos escritores escribían para que primero los lean sus pares y la aristocracia, y luego comenten fumando un puro, en un salón de hombres; en particular en éste libro de Cané merece atención la cuestión de género dentro de la represiva época victoriana-. Una antología de Cané de crónicas de costumbres y paisajes de su experiencia por Colombia, Perú, América Central y Estados Unidos de Norteamérica que contiene una precursora mirada de las sociedad latinas, aún en formación, en particular un tradicionalismo criollista enfrentado al mercantilismo yanqui. Alentado por una buena crítica de Cambaceres, no como la de Paul Groussac que lo destruyó, “fanfarrón, gomoso, plagiario”, algunos de los epítetos de quien luego sería uno de los grandes amigos, Cané pide consejos de cómo seguir al autor de “En la sangre”. Como admitía a sus íntimos, Cané se sentía sin la fuerza esencial de sus admirados Dickens y Shakespeare, aunque había intentado escribir antes cuentos como “El canto de la sirena” (1872), un esfuerzo romántico a lo Poe, levemente veladas las señas biográficas, y, ahora, garabateaba "para matar largas horas de tristeza y soledad" en el consulado argentino en Venezuela en 1881. Sin embargo en este clima de abulia, en un cuaderno confeccionado por el inefable secretario Martín García Mérou, estamparía las páginas de un inesperado clásico de la literatura argentina, “Juvenilia” (1884). Inesperado para el mismo García Mérou que vio cómo las sucesivas ediciones se transformaron en un temprano best seller, pese a que las memorias del paso de Cané por el Nacional Buenos Aires exhibían las marcas reales que identificaban a los personajes, y que para su sorpresa, “esos cuadros del colegio, las aventuras infantiles…de un carácter especial, típico, un colorido nuestro, porteño, constituyen otro de los atractivos de este juguete escrito de mano maestra”; no comprendiendo que ese “nuestro” empezaba a ser la narración de una Nación, que ese “nuestro” familiar daría la identidad a la porteñidad, y luego, a un país.
Estas divertidas travesuras de colegio secundario, eternizadas una y mil veces en literatura, cine y televisión, son contadas por un Cané de solamente treinta años, no por un anciano como podría parecer, marcando también un distanciamiento del contexto. A los fines prácticos, se vacían las cuestiones políticas que marcaron la construcción nacional como el enfrentamiento entre Buenos Aires y el Interior, y que acaban siendo pasos de comedia, como el episodio de Loco Larrea y su chinita, sin dramatismos. O las luchas ideológicas del proyecto liberal transformando arrollador a la cansina Aldea y los trece ranchos “El simple hecho del baile revelaba, en aquel hombre, una condescendencia criminal”, se quejaba un Cané de 1881, proyectando un Cané de 1865, de un sacerdote F.M. –curioso, de los pocos que no se nombra con todas las letras, aunque lo llama extranjero, subrepticio-, y que organizaba bailes camperos cuando las dos terceras partes del alumnado era del Interior, a quienes les “faltaba la arenilla dorada” según Pedro Goyena, amigo de Cané. Y nuestro querido autor seleccionado en millones de textos escolares recomendaba “la disciplina militar” que venza el desorden criminal impuesto por un párroco cercano a los deseos de los ranchos. Obviamente el fin de la secuencia de ese capítulo 18 será el educador Amadeo Jacques y el triunfo del positivismo que impuso la Generación del 80. Jacques que en otro pasaje, siendo claros, se pelea por un ángulo recto con el montonero Corrales. Cané seguiría publicando proficuo por treinta años, en una continuidad de memorias y apuntes ligeros en diarios y compilaciones, pero nunca más pudo clavarla en el ángulo como en “Juvenilia”.
“Ese antagonismo entre los hombres de progreso y la raza negra, que no ha hecho, no hace, ni podrá jamás” es un bonita página del racismo nacional escrita por Cané en la Isla Martinica, unas líneas más abajo que se deleitaba con una trabajadora negra llevando carbón a un barco meciendo “lascivamente las caderas”. Un antecedente más, de acuerdo a Josefina Ludmer, para que diecisiete años después escriba otra página crucial de la historia nacional, un librito sin pelos en la lengua, “Expulsión de los extranjeros” (1899). Antes de entrar en la polémica ley que originó en 1902, y que estuvo vigente hasta la presidencia de Frondizi, medio siglo, digamos que su labor parlamentaria fue una de las más intensas y destacadas de la época, constatando Horacio Sanguinetti asistencia casi perfecta de Cané en las sesiones. De los primeros discursos del legislador son relevantes la defensa de la educación pública, contrario al pase municipal, la manifiesta “franca y lealmente proteccionista” postura en los famosos debates de 1877 -que marcarían el rumbo económico del país hasta 1916- y, en un acendrado desprecio por lo norteamericano, la sugerencia de “fundar y mantener con constancia un mercado de productos con Brasil”, un antecedente del MERCOSUR en la senda del presidente Alfonsín. También en su retorno a la banca, un 13 de enero de 1904, inquiere reclamar al Reino Unido por las Islas Malvinas.
Del segundo paso también se destaca el proyecto para la construcción del Congreso Nacional, donde un 20 de mayo de 1899 el diputado Cané además propone la construcción de la plaza de los Dos Congresos -que debían continuarse a la vuelta, por la calle Combate de Los Pozos. Peticiona importantes cambios en los códigos civiles y penales, tal vez los más notorios sean la protección a los hijos fuera del matrimonio, cruelmente discriminados entonces, y una ley de infancia, ambos proyectos que no llegaría a concretar. Como tampoco algunas medidas que protejan los derechos laborales, impidan los monopolios y estimulen la colonización agraria, siempre en el marco de un hombre liberal con ciertas preocupaciones sociales. Cané fue quizá de los primeros en denunciar corrupción en el Senado, un 9 de octubre de 1900, y consigue que un proyecto ya con dictamen favorable sea retirado porque sospechaba de coimas a un legislador por los bodegueros.
“Tengo la seguridad de que ese derecho será ejercido con la mesura y prudencia que imponen los sentimientos del pueblo argentino hacia el extranjero a quién brinda con su suelo y con su cielo, sino también con la fuerte y leal simpatía de su corazón…si algún mandatario insensato, hoy o mañana, pretendiera abusar de ese derecho, el congreso argentino, lo espero, la opinión pública, estoy seguro, sabrán recordar que la tierra argentina es la tierra hospitalaria por excelencia”, en la alocución de Cané de 1901, cuando se discutía su proyecto presentado el 8 de junio de 1899. Esta Ley de Residencia de apenas cinco artículos, mucho más dura y discrecional que la presentada por la presidencia Roca, alarmada también con la expansión del anarquismo y el socialismo, y los primeros sindicatos, fue aprobada con vítores y sombreros al aire en 1902. Violatoria de las mínimas garantías constitucionales, “expulsar a todo extranjero cuya conducta pueda comprometer la seguridad pública” (sic), y en el fondo, de las razones de la desaceleración inmigratoria frente a otros países como Estados Unidos y Australia, incluso motor del reflujo que alcanzará el cenit con la Ley de Defensa Social del Centenario. Pese a que las palabras finales de Cané ese día fueron “nosotros no podemos ser enemigos del trabajador…en quien todas nuestras esperanzas están fundadas” Vivió la suficiente para comprobar la terrible y represiva Caja de Pandora que desató, “las huelgas, las reivindicaciones sociales legítimas, no se resuelven apelando a la Ley de Residencia”, último discurso del 1 marzo de 1904. El daño ya estaba hecho por el mismo Miguel Cané que denigraba al enfermero italiano en “Juvenilia”.
Fuentes: Cané, M. Juvenilia. La Plata. Diario El Día. 1995; Viñas, D. De Sarmiento a Dios. Viajeros argentinos en USA. Buenos Aires: Editorial Sudamericana. 1998; Ludmer, J. El cuerpo del delito. Un manual. Buenos Aires: Eterna Cadencia. 2011; Sanguinetti, H. Miguel Cané, legislador en revista Todo es Historia. Nro. 407 Junio 2001. Buenos Aires; Pastormerlo, S. www.memoria.fahce.unlp.edu.ar.
Imágenes: Ministerio de Cultura
Fecha de Publicación: 27/01/2022
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