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Manuel Gálvez. El mal metafísico

Uno de nuestros primeros best seller, con traducciones en el mundo, Gálvez hoy permanece casi olvidado. Entre realista y moralizante, nacionalista y reaccionario, germen de un escritura nacional.

No muchos escritores recibieron una manifestación celebratoria en el lanzamiento de su última novela. O ganaron el premio nacional de literatura en dos oportunidades. O fueron miembros de academias de Argentina, Francia y España. Manuel Gálvez excede el marco de lo estrictamente literario, con su estilo realista teñido de nacionalismo y catolicismo, y muestra la trayectoria de un autor que acompañó la profesionalización  del campo editorial a principios del siglo pasado, periodistas, escritores y editores.  En aquella autobiografía tan poco biográfica, “Recuerdos de la vida literaria”, finalizada por el autor del best seller “Nacha Regules”,  poco antes de fallecer, sintetiza un impresionante registro de  la vida cultural argentina, y las diversas corrientes que la modelaron, centenarismos, revisionismos, modernismos, vanguardismos, revisionismo y peronismo “Hace poco un admirador desconocido le escribió: ¿por qué esta tan silencioso?, ¿por qué no actúa”, aparecía en  la memorias del Gálvez, circa 1961, en esa tercera persona que usarían tantas figuras de la cultura y más allá, “Don Manuel no quiere actuar en cosa que no sea escribir. ¿Y en qué pudiera actuar? No es político, ni profesor universitario, ni orador, ni gusta andar en comisiones de sociedades, no ser el dueño del héroe”, cierra quien deseó ser más que escritor, un fenómeno de masas, “solamente le ilusiona el éxito de estos Recuerdos y el de las Biografías completas y encontrar editores para los libros inéditos y agotados ¡Ah! Y también le ilusiona la ilusiona las idea de ver en el cinematógrafo algunas de sus novelas” Hoy, olvidado.

Manuel Gálvez nació el 18 de julio de 1882 en Entre Ríos, Paraná, la ciudad que en 1914 celebraría el éxito de “La maestra normal”, más de 10 mil ejemplares, con una masiva concentración. Hijo de una familia tradicional del Interior, que hundía su linaje en los primeros conquistadores y colonizadores españoles, como tantos otros provincianos llegaron a Buenos Aires, a fin de conquistar el espíritu finisecular de una ciudad que comenzaba a erigirse en el centro de la cultura hispanohablante. Sus primeros pasos son en el periodismo santafesino e intenta un fugaz paso en la dramaturgia, con la fallida zarzuela  “La Conjuración de Maza”, en el rescate de los años del rosismo, uno de sus temas históricos luego preferidos; Gálvez, un  precursor de la novela histórica. E integra la mítica bohemia porteña de Charles de Soussens o Antonio Monteavaro, cruzada por el modernismo de Rubén Darío y el decadentismo francés, aunque “que la mayoría de los escritores no tenía nada que ver con ninguna vida bohemia”, acota Gálvez en sus memorias, “éramos una veintena de muchachos…casi todos teníamos empleo…cada cual en su casa…nos encontrábamos en un café de la calle Maipú, y a eso de los once, en el Aue´s Keller o el Royal Keller. La mayoría nos íbamos temprano a casa”, recuerda cuando ya había  lanzado su revista cultural Ideas, y publicado dos poemarios, que pasaron totalmente inadvertidos. Años después colaboraría en la revista Nosotros, nodo de la Generación del Centenario, y debutaría en la literatura con “El diario de Gabriel Quiroga” (1910), un ensayo inaugural del nacionalismo. También se acercaría al socialismo, del cual luego renegaría, y terminaría sus días en el catolicismo más reaccionario.

Recibido de abogado, y trabajando de inspector de escuelas  medias–cargo que desarrollaría por 25 años-, casa con la rica heredera Delfina Bunge en 1910, y emprende un largo viaje por Europa y África. Sería por estos años que traza un ambicioso plan, decidido a conquistar un nombre cuando “aparecían diez o doce libros de autores argentinos por año”, recordaría, y en la senda de sus modelos Balzac y Zola, comienza un proyecto narrativo que propone abarcar todas las aristas de la sociedad.  Ni más ni menos, la Comedia Argentina. “La maestra normal” (1914), un pintura de la vida de provincias, ambientada  en La Rioja y un amor fatal entre una maestra de pueblo y un porteño, “El mal metafísico” (1916), o su ajuste de cuentas con su generación –que a muchos ayudó a publicar, desde sus emprendimientos editoriales independientes-, y “Nacha Regules” (1919) –Primer Premio Nacional de Literatura en 1920-, un personaje que aparecía en la novela anterior, y ahora, es desplegado como una Dama de las Camelias de las urbe porteña; tres novelas, tres frescos románticos de la Argentina de inmigrantes y criollos, de injusticias y miserias, de revoluciones políticas y sociales.  Es tal el suceso de Nacha, que se traduce incluso en ruso y tiene versiones teatrales y cinematográficas, que opaca al creciente Gálvez ensayista, que con su reivindicación del hispanismo, “El solar de la raza” (1913), gana el Tercer Premio Nacional de Literatura.   Allí ya se percibe una manera de entender su profesión de escritor, cuando recusa violentamente al jurado de ese año en todos los diarios. Había presentado “La maestra normal”, que para Don Manuel fue la mejor obra del año, pero según él molestó al jurado, quienes no quisieron  incordiar al riojano Joaquín V. González por las escenas “pecaminosas”

Retorno al orden

Después de este primer momento, el proyecto de Gálvez va mutando, y pierde potencia social y denuncia. Mantiene el realismo en sus novelas, en tren de un costumbrismo españolizado,  pero el revolucionario se hace tradicionalista; el cuestionador de la Iglesia, católico recalcitrante; de rebelde contra la autoridad a panegirista de los hombres fuertes. Solamente mantiene su antimperialismo que variaría en un nacionalismo rancio. Además van debilitándose las alabanzas de la crítica especializada, que ya se encuentra bajo el influjo de los jóvenes iracundos de la revista  Martín Fierro, que luego conformarían la revista Sur en los treinta. Varios de ellos se ríen del método de Gálvez de documentarse minuciosamente sus obras, “una de las cosas que yo se deseaba ver era una casa de La Boca de muy mala fama”, decía el escritor mientras afirmaba con seriedad que había asistido con su secretario al prostíbulo, visitas que inspirarían a su Nacha e “Historias del arrabal” (1922) Gálvez aseguraba que había permanecido solamente media hora en el quilombo.   

Entre el éxito de Nacha Regules y la fundación de la Academia Argentina de Letras (a la que pertenecería dos años) transcurren, sin embargo, los años más prolíficos en la vida de Manuel Gálvez. Una decena de novelas, gran cantidad de artículos en diarios importantes y ensayos, y su nombramiento en la Real Academia Española. Encara las novelas históricas sobre la Guerra del Paraguay y la primera sobre la época de Rosas, “El gaucho de Los Cerrillos” (1931) Le seguiría “El General Quiroga”, sobre el caudillo riojano, que gano el Premio Nacional de Literatura en 1935. Hacia fin de la década presentaría las biografías noveladas de Hipólito Yrigoyen, Juan Manuel de Rosas –ambos tremendos éxitos editoriales-, Sarmiento, José Hernández y, la última en 1947, Ceferino Namuncurá.  A partir de 1944 se concentra a escribir sus memorias, con pocas novelas centradas en reflexiones morales o filosóficas, la última, “Me mataron entre todos” (1962)

Ese mismo 1944 aparece en un medio católico “La obra social del coronel Perón”, un temprano reconocimiento al tres veces presidente, y líder del movimiento justicialista, y que fue incorporado en el primer libro de discursos del futuro general. Enfriada su relación con el peronismo en los cincuenta, tras el enfrentamiento del régimen justicialista con la Iglesia, Gálvez  nunca ocultó la idea de que el movimiento de Perón podría aplastar el avance del comunismo y el socialismo.  En los últimos años padece que su nombre sea asociado con los populares corredores, los hermanos Gálvez, y no por sus hazañas literarias. En la soledad de su departamento de la avenida Santa Fe y Callao, casado en segundas nupcias con Elena Gaviola Salas, viudo de Delfina en 1952, el escritor fallece en Buenos Aires el 14 de noviembre de 1962 De “La tragedia de un hombre fuerte” (1922) al póstumo “La locura de ser santo”, más que títulos, manifiestos de un Gálvez que anhelaba vivir la Gran Historia de Ser Escritor, con todas las Letras.

Dice Manuel Gálvez

“Algunos de estos hombres tienen un título de abogado, o llevan un apellido notorio. Son todos carreristas y jugadores. Viajaron por Europa, injuriando, con su arrogancia y su rastacuerismo, a las gentes civilizadas…mezcla de bárbaros y civilizados, de compadritos y personas decentes, constituyen la descendencia urbana del gaucho Juan Moreira. Seres sin escrúpulos, ni moral, ni disciplina, no tienen otra ley que la de su capricho. Mientras tanto, Nacha, con las manos en el rostro, lloraba. El patotero se enfurecía, levantaba la voz y la amenazaba…en el hombre solitario se iba desdibujando la inmovilidad de su silueta” en Nacha Regules. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina. 1968.

Dicen de Manuel Gálvez

“Y algo de eso existe en Gálvez…se desprende a ratos un olor de humanidad, triste, pegajoso, que reconocemos. Una vida que, por cierto, excede a las intenciones de Gálvez…se puede decir que en él está un borrador de nuestra literatura. Eso comprende, más que los datos reales que nos transmite, cierta forma de sentirnos, de palpar la vida, de pertenecer a ella…su obra como el tango, es más bien una señal de la realidad nuestra aprovechable estéticamente” Marta Molinari, Manuel Gálvez: el realismo impenitente en Revista Contorno. Edición facsimilar. Buenos Aires: Biblioteca Nacional. 2007.

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