¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la sección“No lo puedo creer, madre, me reciben como un ministro” exaltado escribía Federico García Lorca en el Hotel Castelar -hoy lamentablemente cerrado- de avenida de Mayo. Como ninguna ciudad y pueblo, los porteños se habían rendido a los pies del poeta y dramaturgo andaluz más importante español del siglo. Y García Lorca tuvo estatura internacional a partir de aquella visita de seis meses a la Argentina, entre octubre de 1933 a marzo de 1934, y donde se codeó con Pablo Neruda, Enrique Santos Discépolo, Alfonsina Storni, Luisa Vehil, César Tiempo y Carlos Gardel. Tocó el piano y recitó el sentimiento jondo desde los salones de Recoleta a La Boca y el Abasto, remando por el Tigre o disfrutando a niños platenses en una función escolar de “Pinocho”. Y escuchaba Federico con sensibilidad y hermandad cantar a Alfonsina “Yira Yira”. Quizá pensó en ella cuando unos años después, antes que los franquistas lo fusilaran en su querida Granada, y estampó Lorca, “Buenos Aires y una gaita/junto al Río de la Plata/que llora gaitas ausencias/por su boquilla mojada”.
Un 13 de octubre de 1933 arribaba al puerto de Buenos Aires el transatlántico “Conte Grande”, proveniente de Barcelona, previas escalas en Río de Janeiro y Montevideo. Invitado por la “Asociación de Amigos del Arte”, Federico llegaba a la Reina del Plata para el estreno su obra “Bodas de sangre”, invitado por Lola Membrives. Desde fines de los veinte sus poesías circulaban profusamente en revista como Martín Fierro a periódicos obreros. Desde el primer día la habitación 704 de avenida de Mayo al 1100 fue la usina vital donde Lorca organizaba la matadora agenda, que incluía abarrotadas funciones en el Teatro Avenida y audiciones de poesía y radionovelas en Radio Stantor -luego Splendid-, que funcionaba bajo el Castelar. Para el granadino que apenas sobrevivía como director de su teatro itinerario La Barraca en España, la enorme cantidad de dinero que ganó en pocas semanas cambió su vivir radicalmente. Tanto que dejó una pequeña fortuna, el albacea fue Neruda, a fin de que sus amigos disfruten de nuevas fiestas, muchas en la casa del escritor Pablo Rojas Paz en la calle Charcas el 900. Era 1934, en la mal llamada Década Infame, gobierno de Justo de ajustes, privaciones y represiones para todos, y la “mishiadura” roía.
Unos meses después, antes la requisitoria de la prensa madrileña, Federico no dudaría. No vendría a Buenos Aires a trabajar. Ni funciones ni conferencias ni escritura. “Me gustaría ir para estar con mis amigos, para remar en el Tigre, para oír el magnífico alarido de los partidos de fútbol, para escuchar los tristes bandoneones de notas verdes y acongojadas, para beber el vodka ruso en las tabernillas de la calle 25 de Mayo con el grupo de poetas más sensible y más simpático que he encontrado en mi vida” admitía el artista que caminaba por la ciudad aclamado y tenía apostados en los pasillos a fanáticos de ambos sexos. En las pocas horas de descanso en Buenos Aires, Lorca escribiría las cumbres “La casa de Bernarda Alba” y “Yerma”, picos de la lengua y el arte en castellano.
No todas eran sonrisas para él. Aseguran que se encontró con Jorge Luis Borges y que Lorca comentó que existía un personaje norteamericano que resumía toda la tragedia yanqui. Mickey Mouse. Borges se ofendió, “actor sobreactuado era Lorca, andaluz profesional”, confesaría con tirria, no entendiendo al autor de “Poeta en New York” (1930), en el señalamiento clarividente del símbolo de la actual omnipresente y arrolladora Disney. El torero gitano había lanceado de muerte al minotauro criollo.
Donde hubo sintonía fina fue en la esquina de Corrientes y Libertad a fines del 33, en la compañía de Tiempo, quien acompañaba a Lorca a todos los cafés, imperios inmortales del Tango, del Mundial al Germinal, donde la descocía un purrete, un tal Aníbal Troilo. Recuerda Tiempo, “una sonrisa y dos brazos vinieron a nuestro encuentro. Hubo un revuelo de curiosidad a nuestro alrededor. El hombre del encuentro era Carlos Gardel. Le presenté a Federico. Se fundieron en un abrazo”. Fueron esa noche con Lorca al departamento de Gardel de la calle Maipú al 400, y el Zorzal con su guitarra cantó "Caminito", "Claveles Mendocinos", "La tropilla" y "Mis flores negras". Los pocos afortunados escucharon a Lorca tocando canciones españolas en el piano.
“En el teatro hay que dar entrada al público de alpargatas”, le decía a un cronista del Diario Crítica, y Lorca hacía vanguardia popular no solamente en las obras aquí representadas, “Bodas de sangre” (alcanzaría el récord de 150 funciones), “La zapatera prodigiosa”, “Mariana Pineda” y la “La dama boba” (dirige a Eva Franco) sino que en el teatro de títeres con “El retablillo de Don Cristóbal”, un entremés de Cervantes. Totalmente reescrito por el granadino, que además de porteñismos, “macanudo”, presentaba muñecos de guantes desconocidos por la tradición de marionetas anterior. El maestro titiritero Javier Villafañe cambiaría para siempre su arte después de esta experiencia con la Voz Gitana, que compartió también con Antonio Cunil Cabanillas.
Cuando Federico García Lorca se embarca, el 27 de marzo de 1934, volviendo por los brazos de su joven amor Juan, esparce palabras de gracias totales, "Buenos Aires tiene algo vivo y personal, algo lleno de dramático latido, algo inconfundible y original en medio de sus mil razas que atrae al viajero y lo fascina. Para mí ha sido suave y galán, cachador y lindo, y he de mover por eso un pañuelo oscuro, de donde salga una paloma de misteriosas palabras en el instante de despedida". A su padre escribiría más tarde, “Buenos Aires es una ciudad maravillosa. Es como me gustaría que fuera España: cosmopolita, llena de amigos, desprejuiciada, tumultuosa, desbordante de vida y de cultura. Mientras en Madrid silban y patalean cuando no entienden una obra, en Buenos Aires te agradecen la dificultad, les gusta exigirse. Son un público maravilloso. De Londres, de París y de Nueva York me fui casi disfrutando de la partida, pero sufriré mucho al dejar Buenos Aires. Ahora pienso en los días de nostalgia que voy a pasar en Madrid recordando el barro fresco, olor de búcaro andaluz, que tienen las orillas del río, y el deslumbramiento de la tremenda llanura donde se anega la ciudad, en una melancólica música de hierbas y balidos” Así se despidió el poeta de la ciudad y de sus queridos porteños. Entre nosotros, Federico demostró que el teatro es cosa de poetas.
Fuentes: Nogués, G. Buenos Aires, ciudad secreta. Buenos Aires: Editorial Sudamericana. 1993; Gibson, I. Vida, pasión y muerte de Federico García Lorca 1898-1936. Barcelona: Plaza Janés Ediciones. 1998; Larrea, P. Federico García Lorca en Buenos Aires. Buenos Aires: Editorial Renacimiento. 2015.
Imágenes: Ministerio de Cultura
Fecha de Publicación: 05/04/2023
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