¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónBuenos Aires - - Lunes 27 De Marzo
En el Centenario de la Revolución de Mayo el criollismo vivía una época de esplendor. Hacia la primera década del siglo pasado numerosos artículos, incontables obras de literatura, teatro y arte, revalorizaban al gaucho y la campaña. La Argentina criolla respondía a la Argentina aluvional de la inmigración. Los Moreira y Santos Vega eran los espejos de lo argentino “Doctor: ¿Y qué es lo que se lee con tanto afán”, aparece en “Don Quijano de las Pampas” (1907) de Carlos Pacheco, “Goyo: ¡Qué sé yo! Esas cosas de Gutiérrez, Obligado, Pastor Luna, Juan Cuello, Los hermanos Barrientos…todo el día grita como si hablara con ellos” Todos en papel gauchos criminalizados, perseguidos, reos, nada que sirviera para mostrar una cara civilizada de la campaña, una que pudiera ser inspiración de los nuevos argentinos que no paraban de bajar de los barcos. Hasta que la solución se llamó Martín Fierro, en una interpretación de rienda corta que rescataba un aspecto, una dimensión, “relato melancólico de la vida y peripecias del gaucho…candor de niño (sic), altivez innata y excelente índole…-presenta- la injusticias del que es víctima y que emponzoñan su vida (sic)” acotaba visionariamente La Nación en el necrológica de Hernández en 1886, y sumaba El Diario, “el paisano se llama Martín Fierro, como los celos se llaman Othelo, el amor Romeo, la duda Hamlet” Veinticinco años más adelante, Leopoldo Lugones en las célebres conferencias del Teatro Odeón de 1913, que luego reunirá en “El Payador”, ante una audiencia de “gente decente”, llevaría la enorme poesía de Hernández a las alturas de los clásicos occidentales de La Iliada o El Quijote. Se lo sube al pedestal de los épicos griegos al gaucho, se lo convierte en héroe y, la campaña en una estampa fría, mientras el codo borra las dimensiones de Fierro que hacen tan compleja, tan incómoda, su entrada a la simbología patria. Una de los aspectos silenciados quedaba reflejada en este retrato que hace su hermano Rafael Hernández en un diario porteño ese mismo 1886, “hemos tenido la ocasión de verlo – a José- en su excursiones políticas, rodeado de humildes paisanos, que recogían sus palabras con cariñosa expresión, y el fervor que solamente en ocasiones solemnes se pinta en el semblante de aquellos hombres buenos y primitivos (sic) Cuando Hernández aparecía entre ellos no podían contener su entusiasmo e identificado al autor con la creación de su poema, les parecía encontrarse en presencia de Martín Fierro, en la relación de cuyas desgracias y gloriosas aventuras, muchos habían aprendido a leer” Un Martín Fierro politizado quedó huérfano, uno que fue retomado por los anarquistas y los peronistas más que por los propios contemporáneos del autor, aquellos restos del federalismo liberal del Interior anexado por Avellaneda y Roca.
“El Martín Fierro ocupa el territorio entero del folklore rioplatense”, explicaba Ezequiel Martínez Estrada a veinte años de Lugones, ya cuando el gaucho de Hernández era bronce monumental, en especial a través de las instituciones escolares, los éxitos radioteatrales gauchescos y los centros nativistas que resurgían con el peronismo, “ni historia, ni leyenda, ni tradición, ni forma alguna de la literatura popular subsisten una vez que se ha difundido el Poema. Todo se olvida, recordándoselo…Todavía más: los autores posteriores pierden con la realidad directa del idioma, del sensorium, hasta de las cosas rurales. La realidad misma de nuestras llanuras parece convertirse en un plagio del Poema, y sus hombres oriundos adquieren sus dichos y hasta sus costumbres…El Martín Fierro es una realidad superpuesta, valor de lenguaje” Lugones fue el primero que nos hizo pensar que el gaucho de Hernández es más real que el gaucho verdadero, una curiosidad cuando declamaba en un teatro céntrico porteño mientras en el campo no existían más gauchos, había peones.
Los biógrafos de Hernández, desde Fermín Chávez a Noé Jitrik, admiten que Hernández no era un hombre de gran cultura y, que al momento de escribir la “El Gaucho Martín Fierro” -La Ida- (1872), entre Santa Ana do Livramento y Buenos Aires, vivía en la clandestinidad, sin demasiados contactos con la exterior. Perseguido por la hegemonía centralista mitrista, Hernández se entrega “para matar el fastidio” a la composición de 2316 versos, divididos en 13 cantos, con una realidad que evocaba a un gaucho bonaerense conocido hace más de veinte años, y le agrega algunas estampas del gaucho entrerriano y correntino de las tropas rebeldes de López Jordan. Y no sería extraño, entre la nostalgia y la impaciencia, que recuerde la infancia en la finca de los Pueyrredón y los cantos de Lope de Vega en El Isidro, joya del Siglo de Oro español, habituales entre los labradores y la iglesia de San Isidro. El poema de Lope de Vega anticipa el estilo sentencioso y el remate en refrán, “Que cuando no estaban llenos/de tantos libros ajenos/como van dejando atrás,/sabían los hombres más/porque estudiaban en menos…”; en un preanuncio de la reticencias del gaucho hernandeano a la cultura letrada. Y ni hablar que el Viejo Vizcacha, Picardía y hasta el Martín Fierro son derivados americanizados de la picaresca española, ya lo había mencionado Miguel de Unamuno.
Antes de enviar a la imprenta “Pampa” la primera edición, Hernández recibe al escritor uruguayo Antonio Lussich, e intercambian lecturas. El oriental poeta de “Los tres gauchos orientales” no influye tanto en un trabajo bastante avanzado pero, tal vez, obliga a Hernández a reforzar la orientación política, que es base de sus estrofas militantes, sediciosas contra el presidente Sarmiento. Recitaba Lussich, “Sepan que el mejor tesoro/ es hacer bien al hermano (¿los hermanos sean unidos de Hernández?)/Hoy de nuevo La Nación/vuelve a cerrarnos la puerta/que solo se encontró abierta/por nuestra revolución/¿qué hacer en trance tan duro?/¿dirse…o andar de matrero (¡Martín Fierro!) Aclaremos que si bien también el Echeverría de “La cautiva” puede haberle dado el desierto, y el “Santos Vega” de Ascasubi la masa del gauchesco, personas, tierra y hasta personajes, Hernández procede de una manera originalísima que rompe con las tradiciones de la gauchesca del momento -y lo que vendrán- por darle una carnadura sociológica a las acciones a Fierro, una profundidad y actualidad a las palabras, que son el Cuenco de Plata definitivo de la mitología argentina.
Incluir al “Don Segundo Sombra” (1926) de Ricardo Güiraldes, antes del “Juan Moreira” (1880) de Eduardo Gutiérrez, que solamente siete meses de la aparición del de “La Vuelta de Martín Fierro” marcaba otro paso, el gaucho del campo en vías de extinción a la ciudad que se comería todo, puede ser una licencia que seguramente agradaría a Jorge Luis Borges, que mucho hizo también por perpetuar -finalmente, a su pesar- el mito del Martín Fierro, la epopeya de la raza gaucha, en cuentos como “Hombre de la esquina rosada” o “El fin”. Es que sería el libro de Güiraldes una introducción a cómo debemos leer al Martín Fierro, no el malevo y matón de Juan Moreira, renegado de la Ley, soñador, sino otro que encuentra la realización en el trabajo productivo, su libertad como cumplimiento de las tareas del patrón. Así dialoga con los último consejos a los hijos de Fierro en la Vuelta, “Debe trabajar el hombre, para ganarse su pan/ pues la miseria en su afán/ de perseguir de mil modos/ llama en la puerta de todos/ y entra en la del haragán” Y que la rebeldía del gaucho es un estado del alma más que una acción directa, “si sos gaucho en deveras, no has de mudar, porque andequieras que vayas, irás con tu alma por delante como madrina e tropilla”, acuña el “Don Segundo Sombra” El indómito gaucho ha sido vencido por el jornalero, el mensú, el trabajador golondrina, últimos sometidos en el linaje anárquico de los Hijos de Fierro.
La influencia del Martín Fierro en los dos mil sigue más vigente que nunca en autores contemporáneos, los libros de Gabriela Cabezón Cámara, Mariano Blatt, Leo Oyola, Diego Meret y Diego Incardona traen actualizaciones del héroe nacional. En 2017 la vanguardista editorial rosarina Iván Rosado publicaba “Teatro gauchesco primitivo”, un selecto grupo de poetas que devuelven el espíritu incómodo de Hernández a las calles de los suburbios bonaerenses, a las villas, a los barrios empobrecidos del país.
En los ochenta el Martín Fierro tuvo dos vueltas en momentos duros de nuestra historia. Antonio Di Benedetto, el mendocino autor del descomunal “Zama”, sufría detenido por los militares, con la gentileza de cuatro simulacros de fusilamiento. Y como Hernández, que decía que lo perseguían de muerte, raro, éste alojado en un hotel frente a la Plaza de Mayo, Di Benedetto escribía en letra microscópica cuentos que serían editados en España con el título “Absurdos” Incluía esta edición “Aballay”, una historia de un gaucho que no baja nunca del caballo, intentando expiar un crimen, se convierte en un santo de la campaña, y encuentra la muerte en una venganza. Con callada dignidad, el gaucho asume la responsabilidad ante la sociedad –pero en su propia Ley. Ya no es el reo desacatado, símbolo patrio, éste Martín Fierro se acerca al gaucho civilizado final de Hernández.
Malvinas también reescribió nuevos capítulos en las aventuras del Martín Fierro. Libro de lectura obligatoria en el Interior, algo que pervive aún en muchos pueblos donde los niños de la primaria lo recitan de memoria, fue una compañía fundamental de los soldados en las frías y ralas trincheras. Como sugiere Carlos Gamerro resulta difícil no pensar el trasfondo de la queja hernanedeana contra leva forzada, en lucha contra el indio, y esos pibes que se la jugaron en un conflicto por unas islas que muchos no podían ubicar en el mapa. Incluso volvieron las estaqueadas de 1872 en los “los calabozos de campaña” de 1982. Los relatos de La Ida de Martín Fierro, y varios tramos de Picardía en La Vuelta, anticipan las condiciones de los combatientes con increíble precisión: hambre, miseria, maltrato, armas inservibles, uniforme de verano en pleno invierno, y lucro deshonesto de funcionarios y oficiales. Lamentablemente la realidad superó la ficción.
Una década antes el director, guionista y político Pino Solanas, fallecido en París, con la película “Los Hijos de Fierro” (1975) llevaría las enseñanzas hernandeanas al campo de la lucha política, y el regreso de Perón=Fierro al poder. Con ficción, material de archivo de fábricas y calles (¡esa memorable toma desde Siam Di Tella, frente a la cancha de Huracán!), y estrofas intercaladas de Hernández, Solanas realiza una relectura desde el nacionalismo, a la manera de Lugones, pero ahora desde la izquierda neoperonista “A comienzos de los setenta –comentaba Solanas- dos proyectos rondaban mi cabeza: una recreación del Martín Fierro; y por otro, la solitaria resistencia que diariamente protagonizaban los trabajadores contra el sistema oligárquico militar…una mística simbólica y otra realista cotidiana…eran las caras de la misma historia y, con el correr de los meses, se fueron amalgamando”. Otra vez se intenta llevar la historia de derrota y resignación de Martín Fierro a un lugar aleccionador, de victoria, pero la realidad argentina pasó por arriba. Perón=Fierro echaba a los “imberbes” de la Plaza de Mayo, a metros nomás de dónde Hernández supuestamente los había parido “El cerdo vive tan gordo/y se come hasta los hijos”, nos sonríe el Viejo Vizcacha, epítome de la viveza criolla.
Martínez Estrada aspiraba a una transfiguración del Martín Fierro, una que supere las imágenes del gaucho como cuchillero o desertor o anarquista o peón payador melancólico. Una que también supere la intocabilidad, y que remueva el mármol, del poema de Hernández. A lo largo de estas líneas apuntamos a releer al extraordinario Fierro con nuevos oídos, nuevas lenguas, ”Y poniéndome a cantar/ Cantando me han de encontrar/Aunque la tierra se abra”. Vale la pena.
Fuentes: Martínez Estrada, E. Muerte y transfiguración de Martín Fierro. Ensayo de interpretación de la vida argentina. Rosario: Beatriz Viterbo Editora. 2005; Feinmann, J. P. Filosofía y Nación. Buenos Aires: Legasa. 1986; Prieto, A. El discurso criollista en la formación de la Argentina moderna. Buenos Aires: Siglo XXI. 2006; Gamerro, C. Facundo o Martín Fierro. Los libros que inventaron la Argentina. Buenos Aires: Sudamericana. 2015
Fecha de Publicación: 10/11/2020
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