¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónApesar de que Julio Cortázar es mundialmente conocido como uno de los principales escritores argentinos, las ironías de la vida hicieron que no naciera en nuestro país: debido a la actividad diplomática de su padre, llegó al mundo en Bruselas (Bélgica), en 1914. Tampoco pasó la mayor parte de su vida aquí, ya que en 1951 (a sus 37 años) emigró a Francia, donde vivió hasta su muerte en 1984.
Debido a su exilio voluntario, en varias oportunidades hubo quienes lo criticaron por la pronunciación afrancesada de su r, ya que lo asociaban al hecho de que París lo estuviera haciendo un poco menos argentino cada vez: el claro signo de una traición a su patria. Ante esto, Cortázar explicaba lo siguiente:
Bueno, yo hablo así desde que empecé a hablar. Por una razón muy sencilla: nací en Bélgica, como usted sabe, en Bruselas, a comienzos de la Primera Guerra Mundial. Durante cuatro años mi familia se vio obligada a quedarse en Europa ya que, por razones bélicas, no se podía volver a la Argentina. Y entonces hablé mucho en francés; es decir, fue el primer idioma que me enseñaron las criadas; no se olvide de que las familias burguesas o pequeño burguesas de esa época se desplazaban siempre con niñeras. Casi todas eran francesas y suizas; de modo que, prácticamente, yo hablaba solo francés. Luego, cuando a los cuatro años vine a la Argentina, como todo pibe, me olvidé del francés en una semana y comencé a hablar español. Pero me quedó el acento: en esa época, esa ciencia maravillosa que se llama foniatría existía en un estado un poco larvario. De lo contrario, en quince días de ejercicios, un foniatra me hubiera quitado esta "r" tan incómoda; pero no me la quitaron y luego, bueno, pues yo crecí y fue prácticamente imposible eliminarla. Usted sabe que eso no es afrancesamiento. Además, ¿le parece que un afrancesado hubiera podido escribir "Torito"?
Cuando pensamos en el hecho de que Julio Cortázar nació en el viejo mundo e igual fue argentino, no podemos evitar recordar un célebre cuento que salió publicado en su libro Todos los fuegos el fuego (1966): “El otro cielo”. En este, el protagonista es un nostálgico corredor de bolsa argentino cuyo pasatiempo consiste en recorrer las galerías del centro porteño, sobre todo el Pasaje Güemes -esa enorme galería art nouveau que corona la intersección entre las calles Florida y San Martín-. Cuando “...todo se dejaba andar…”, el personaje se encontraba abruptamente en medio de la Galerie Vivienne de París, y a mediados del siglo XIX, en lugar de a mediados del siglo XX como en Buenos Aires. Así, su existencia estaba dividida entre las dos ciudades: él era un conocedor, un ciudadano de ambas, y hasta llevaba un estilo de vida diferente en cada lugar. Con una maestría maravillosa, Cortázar nos transporta de un cielo al otro, y así inserta la fantasía en la vida cotidiana -o, quizás, la vida cotidiana en la fantasía-. ¿Quién no se ha imaginado como un transeúnte de otras calles?, ¿quién no ha sentido la presión de un sueño diurno sobre una caminata? Finalmente, en la narración sale victoriosa la ciudad sudamericana: se termina la fantasía parisina, ya no se puede regresar a la Galerie Vivenne desde aquel rincón porteño.
Podemos imaginar cómo Julio Cortázar se debatía también entre dos cielos muy similares. Tal vez haya siempre algo autobiográfico en la ficción. En el fondo, aunque Cortázar vivió en distintas ciudades a lo largo de su vida, la distancia de su tierra –paradójicamente– parece haberle dado la perspectiva necesaria para crear una obra con rasgos de una argentinidad única. Sus personajes, sus historias, su magia: nuestra esencia entera se escapa de la pluma de Cortázar a cada trazo.
Fecha de Publicación: 18/04/2018
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