¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónBuenos Aires - - Miércoles 29 De Marzo
La literatura argentina vive de la grieta, también. A la necesaria y vital revisión del canon iniciada hace más de medio siglo por David Viñas, Noé Jitrik, Beatriz Sarlo y Ricardo Piglia, que desplazó el eje Borges-Cortázar-Sábato al Arlt-Aira-Fogwill, se sumó en las últimas décadas la revalorización de las escritoras. Y a la canónica Alfonsina Storni se indexaron Alejandra Pizarnik y Olga Orozco. Y la poesía tuvo la merecida revancha con perfume de mujer. Pero las narradoras, en el país de una de las primeras latinoamericanas, Juana Gorriti, quedaron marginadas. Silvina Bullrich, Beatriz Guido, Elvira Orphée, Estela Canto y Gloria Alcorta, muchas que fueron best seller entre los cincuenta y los sesenta, vendiendo mucho más que el mismo Borges, apenas son recordadas, salvo alguna que otra notable excepción como Sara Gallardo. Podríamos llenar líneas explicando el dislate pero se resume simplemente en la desconfianza que en los últimos años generaron las plumas nacidas en la aristocracia terrateniente. O la oligarquía, como prefiera. Desconfianza, claro, un término amable.
Afortunadamente una de ellas ha sido rescatada por la exquisita editorial Leteo en la antología “El hotel de la luna y otras imposturas” (2022), que recoge relatos de tres libros, el homónimo (1958), “Noches de nadie” (1962) y “La almohada negra” (1980) . Una escritora y artista que recibió en 1952 un premio de manos de André Gidé y compartía noches con Albert Camus y Pablo Picasso en París. O que dejaba perplejo a José Bianco, director de redacción de la revista Sur, con el cuento “El hotel de la luna” en 1956. “Jamás he leído algo así”, confesó el autor del inefable “Las ratas”. Y quizá todavía no exista un relato similar, de deseo, traición, decadencia y desesperanza, similar al de Gloria Alcorta en nuestra literatura. Gloria Alcorta había empezado a escribir poesía a instancias de Borges y era su debut narrativo en francés. Que aprendió antes que el castellano en palacios y estancias. Hija de un linaje patricio vacuno, que entroncaba con Juan Manuel de Rosas y casada con el hermano de Oliverio Girondo, su nombre fue una constante en la prensa francesa de mediados de siglo. Menos en Argentina donde sus diferencias con Victoria Ocampo la hicieron paria del campo cultural, luego archivada en los anaqueles del prejuicio. Todavía en la actualidad después de su fallecimiento en 2012.
“Imaginativa y original, certera evocadora de atmósferas inquietantes, la poesía no abandona su prosa, sin invadirla. Radicada largos años en París, aquí se la fue olvidando, pero allá gozaba aún de prestigio -en 1971 se le entrega la Orden de Chevalier des Arts et des lettres en Francia, la misma que tienen Borges y Sábato y en los ochenta era columnista del prestigioso diario Le Monde- . Agotaría este espacio la mención de sus amistades célebres: Cocteau, Picasso, Camus, Kundera, Semprún, Max Jacob” escribía en la necrológica Ernesto Schoo, el periodista y gestor uno de sus grandes amigos. Otra gran amiga fue la poeta Olga Orozco, con quien compartió las imperdibles conversaciones de “Travesías” (con Antonio Requeni. Sudamericana. 1997).
“Los pobres podrían atraparme y desnudarme: todo sería inútil”, en “El Anacardo” dedicado a Silvina Ocampo, junto a Gloria Alcorta lúcidas analistas de la condición femenina desde la ficción, con olas sin domar aún por surfear, “Hicieran lo que hicieran, yo no tenía entre las manos sino un puñado de nada envuelto en puntillas de valenciana que gritaban como gritan las almas que han vivido más allá del tiempo”. Más acá, Gloria.
Seleccionamos los párrafos de “Salustio”, dedicado a “la prima Gloire”. Un extraterrenal cuento del suicida que se niega en abandonar a los vivos y merodea almas perdidas. Como la señorita que entra fatalmente a “La Campaña de Núñez”. Y que no volvería a salir de su propio infierno partido:
“La estancia se llama “La Loma Partida”. Esos días, no sé por qué, me siento casi feliz, pero hay otros en que me veo atrapada en medio del tránsito de una Capital. También suelo correr por la costa del mar en compañía de dos chicos que pelean por amarrarme a un barco encallado. El rubio tiene cara de inglés y el otro, una cara verdosa con orejas moradas de resentido.
Mientras voy flotando o corriendo, nunca consigo evocar a mis padres ni a ningún conocido. Quisiera recordar dónde vivía, creo que en Belgrano, pero no puedo. Los chicos que pelean crecen. El rubio está vestido de negro y el otro tiene un arma en la mano. No me amenaza, apoyo el cañón del revólver contra su propio pecho y cae. Nadie ha visto nada. El suicida tiene capucha de verdugo. Se levanta, se acerca, yo grito, me despierto y, ahí está Salustio que me mira.
Desde hace unos días he empezado a orar. Pido a Dios y a la Santa Misericordia para que el suicida se canse de su condición y me ultime de una vez. Oro como alguien que ha pecado y no consigue diferenciar la vigilia del sueño ni la ansiedad del sosiego, como alguien que llora tranquilo, por dentro, sin lágrimas.”
Imagen: Freepik
Fecha de Publicación: 03/02/2023
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