El 7 de octubre de 1998 dos potencias se saludaban en la Feria del Libro de Frankfurt. Quino y José Saramago. Presentados por el histórico editor del dibujante, Daniel Divinsky, el escritor portugués exclamó: “Mafalda fue mi maestra de filosofía. Debería ser un libro obligatorio, pero no solamente en los colegios, ¡en las universidades!”. Con su habitual modestia, Quino sonreía levemente ruborizado y agradecía cortésmente. Al día siguiente, Saramago obtenía el Premio Nobel de Literatura.
La figura de Quino, nacido como Joaquín Salvador Lavado Tejón en 1932, es primordial para entender no solamente el octavo arte argentino, o sea la historieta, sino mucho del pensamiento y sentimiento nacional del siglo pasado. Toda su obra, con Mafalda como mascarón de proa, traza una concreta biografía también de nuestros logros y derrotas. Sin filtros. Hijo argentino de republicanos y anticlericales españoles, criado entre inmigrantes italianos y siriolibaneses dentro de una cultura de mezclas propia del Mediterráneo europeo, trasplantada a Mendoza, Quino desde joven respiraría un entendimiento amplio que nunca olvidaría. El tío Joaquín Tejón, un diseñador y acuarelista del diario Los Andes, le acercaría la promesa de que “en un lápiz cabe el mundo”. Y el artista austríaco Sergio Sergi, su profesor en el efímero paso por la Universidad de Cuyo, aportaría el compromiso con el arte y la realidad.
Desde el temprano debut en Buenos Aires en el semanario Esto es, en 1954, Quino desarrolla en cuadritos una fuerte crítica a los dictados hegemónicos, y un pensamiento existencial frente a las injusticias. En situaciones de poder ridiculizadas en un restaurant, o una visita a un médico, define un estilo en Tía Vicenta y Rico Tipo, equilibrado de texto y dibujo, a la vez que incorpora el punto de vista cinematográfico. Ninguno de los grandes temas le resulta indiferente, autodidacta de gran cultura, y avanza con urticantes reflexiones sobre sexo y religión. En simultáneo a sus colegas europeos, y la renovación del humor gráfico de los sesenta, el dibujante inicia la Era de la Inocencia Perdida. La aparición de Mafalda en 1964, en la en la revista Primera Plana, debe ser entendida en este marco de desencanto de las clase medias ilustradas ante la Revolución Cubana, el frondicismo y el golpe de Onganía, y un peronismo que extrañamente aparece solapado. “Es hora de romper las estructuras”, dice en una viñeta de Quino un hombre de barba y lentes, modelo del intelectual revolucionario de los 70. Al siguiente cuadro una explosión, el personaje se tapa la cara, y confiesa: “Tarde, se derrumbaron solas”.
Mafalda es una niña-adulta que cuestiona el orden mansamente aceptado. Umberto Eco escribía en la edición italiana de la historieta en 1969: “Estos niños nos tocan de cerca porque en cierto modo son monstruos: son las monstruosas reducciones infantiles de todas las neurosis de un ciudadano moderno… en ellos lo hayamos todo: Freud, la masificación, la lucha frustrada por el éxito, la búsqueda de la simpatía, la soledad, la reacción malvada, la aquiescencia pasiva y la protesta”, acota en una de las millones de traducciones que fueron desde América y Europa hasta Israel y China. Esta historieta psicológica impacta en el mundo entero por su fuerza conceptual que, si bien perdió las referencias históricas de la Guerra Fría, conserva una mirada transgresora sobre lo que pensamos que está bien. Y está mal. “Mi mamá me mima”, le dice la maestra a Mafalda, y ella contesta: “La felicito, señorita, veo que tiene una mamá excelente. Y ahora por favor enséñenos cosas importantes”.
Quino nos sacó las vendas con Mafalda hasta 1973, con las incontables colaboraciones en importantes medios nacionales e internacionales, o con los libros recopilatorios infaltabes en cualquier biblioteca argentina como A mí no me grite o Cuánta bondad. Todos los reconocimientos universitarios, y en ferias del mundo de letras y artes, recalcaron la dolorosa preocupación del dibujante por la suerte del mundo y su especie. En sus últimos trabajos, un mundo incomunicado, egoísta y profundamente desigual se tornó recurrente. Son los años en que el humanismo de Quino se muestra con un escalpelo más afilado aún. Sin embargo, el renovado pesimismo nunca abandona la solidaridad, la empatía, la ternura y la compasión como reaseguros de lo humano.
Hace unos años este periodista tuvo el honor de entrevistarlo en su casa cercana a la avenida Santa Fe. Un departamento austero y sobrio donde trabajaba metódicamente desde la mañana. Fue una cálida charla donde reconocía con admiración a sus maestros, varios grabados de su profesor Sergi en el estudio. Quino, quien fue uno los grandes artistas argentinos del siglo XX. Un artista que dibujó una reveladora filosofía humanista a partir de los “valores que me inculcaron en el colegio y la familia: la libertad y la justicia. Eso se notaba incluso en el fútbol de los cuarenta, el de mi infancia, cuando una vez un jugador erró un penal a favor porque lo consideraba injusto. Eso no existe más. Ahora, el dinero lo comanda todo”, cerraba Quino, que en la década del 70, cuando los militares encerraron a los propietarios de su sello, Divinsky entre ellos, continúo colaborando con la editorial prohibida. Entre el dinero, el poder y los hombres, Quino optó.
Imágenes: quino.com.ar // Facebook Mafalda oficial
Periodista y productor especializado en cultura y espectáculos. Colabora desde hace más de 25 años con medios nacionales en gráfica, audiovisuales e internet. Además trabaja produciendo Contenidos en áreas de cultura nacionales y municipales. Ha dictado talleres y cursos de periodismo cultural en instituciones públicas y privadas.