¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónEn 1971 un hecho cambiaría la vida de muchas personas: la espectacular fuga de cuatro militantes de organizaciones armadas, incluída la legendaria Amanda Peralta, primera mujer guerrillera, detenidas en el Instituto Correccional de Mujeres de San Telmo, a metros de la Plaza Dorrego. En parte de lo que hoy es la Fundación Mercedes Sosa, antes el Museo Penitenciario, se encontraban alojadas, además de Peralta, Lidia Marina Malamud, Ana María Papiol y Ana María de las Mercedes Solari. Que respondían a las Fuerzas Armadas Peronistas pero que, en la huída a los tiros por Parque Patricios y Pompeya, contaron inéditamente con el apoyo de Montoneros, las Fuerzas Armadas Revolucionarias y las Fuerzas Argentinas de Liberación. Fue un 26 de junio que hizo endurecer las medidas represivas, pasamos de institutos a cárceles de mujeres, y se intensificaron las detenciones y torturas del régimen militar, en una escala que no se detendría hasta el Terrorismo de Estado. Y, además, acontecimiento de sangre y fuego que cambió la vida de las autoras de “Operación Capeletti”, Fernanda Aren y Patricia Somoza.
“En 2000, en el marco de un taller de escritura, nos dimos cuenta de que las dos teníamos una historia en común que conocíamos a través de nuestros padres. La mamá de Patricia había sido médica en la cárcel de mujeres de San Telmo y el sábado 26 de junio de 1971 llegó minutos después de la fuga. Por su parte, el papá de Fernanda, que era abogado, había sido amigo de uno de los implicados en la fuga y por ese motivo fue detenido, sospechado de colaborar en el escape de las cuatro militantes. Cada una de nosotras escuchó esta historia a lo largo de los años en su casa. Esa tarde, en el taller de escritura, después de contarnos cómo cada una tenía noticias de ese hecho, nos prometimos escribir algo con eso. No sabíamos que iba a pasar tanto tiempo pero, de alguna forma, ambas tuvimos la necesidad de darle forma a ese relato familiar”, confiesan ambas autoras que responden sobre la publicación; en la cual la periodista María O´Donnell pondera una “pluma delicada”.
Fernanda Aren y Patricia Somoza: Somos muy lectoras, nos gusta leer, nos gustan las buenas narraciones. De modo que quisimos escribir un relato que diera ganas de ser leído. Investigamos mucho, entrevistamos a muchas personas, leímos sobre el hecho. El desafío era transformar un hecho real, los testimonios, los escritos de una causa judicial en una narración que pudiera atrapar. La documentación pasó a entramarse con el relato, a incorporarse pero siempre sometida a los recursos de la ficción. Contarlo de ese modo nos permitió entrar en la conciencia de los personajes, tratar de pensar cómo podrían estar pensando, qué reacciones o actitudes podrían tener. Fue también una manera de entrar nosotras en esos hechos, en las personas que participaron del asalto al penal y en las que pudieron sufrirlo o verse involucradas sin haber participado.
Fernanda Aren y Patricia Somoza: Tenemos que pensar que el hecho ocurrió hace 50 años. Por lo tanto muchos de los implicados ya no están entre nosotros, más allá de quien murió en la fuga y de quienes fueron víctimas de la dictadura militar. Buscábamos a las personas que estuvieron estrechamente vinculadas en la fuga, su organización, logística, participación directa: las fugadas mismas, los que la planificaron, entraron al penal, condujeron autos, entregaron armas, refugiaron gente, estuvieron en las postas sanitarias o telefónicas. Teníamos algunos nombres que rastreamos en registros públicos, en las redes, en genealogías familiares, en guías telefónicas, en el portal Dateas (pagamos incluso para rastrear a alguna figurita difícil) o a través de personas que podrían conocerlas o tener algún dato sobre su paradero. Cuando las encontramos, casi todos fueron realmente muy generosos en compartir sus recuerdos y siempre estuvieron solícitos a responder nuestras preguntas.
En pocos casos hubo un poco de reticencia o reparo en volver a recordar un hecho sobre el que no querían volver. En un solo caso nos encontramos con la puerta cerrada por completo. Lo más difícil: dar con la causa judicial. Los juzgados y las secretarías se habían reorganizado, no teníamos el nombre de la causa y esa era la única manera de acceder a ella. Pero, finalmente, con la ayuda de conocedores de los laberintos de la justicia, lo conseguimos, y se nos abrió ahí un mundo.
Fernanda Aren y Patricia Somoza: Lo que en realidad nos interesaba era indagar sobre el hecho en su complejidad, verlo desde todos los que participaron o se vieron afectados, y eso supuso darle voz a todas las personas que se vieron atravesadas por esa difícil en realidad. Sor Domitila, la monja que se negó a entregar la llave para que pudieran salir las fugadas y el grupo de asalto, es de algún modo quien tuerce el rumbo planificado de un escape que podría haber sido más o menos “limpio”, y eso la hace un personaje narrativamente interesante.
Lo mismo sucede con el guardia Pereyra, que queda implicado por haber sido embaucado por un falso abogado al que hizo ingresar al penal sin saber que ese hombre desenfundaría una ametralladora quince minutos después de entrar y que esa acción pondría en peligro su trabajo y su libertad: Pereyra es detenido, torturado y es el único que no consigue la amnistía. Es un personaje muy rico, de muchas aristas, con una historia muy dramática, por eso lo seguimos a lo largo de todo el relato.
Fernanda Aren y Patricia Somoza: Pasaron muchos años de esa época, y quizás eso permite usar ciertas palabras con más comodidad o libertad, sin las connotaciones que pueden haber tenido en distintos períodos. En algún tiempo, la palabra guerrilla o guerrillera y guerrillero eran pronunciadas con simpatía por las personas “del palo”; después fue casi un improperio por parte quien estaba en la vereda de enfrente. En la escritura del libro fuimos sopesando el uso de ciertos términos, ese entre otros, y buscando el más adecuado en cada caso. No es lo mismo decir combatiente, que compañero o compañera, militante, terrorista. La decisión siempre tuvo que ver con quién usaba esas palabras difíciles o polémicas: los distintos personajes o la figura del narrador.
Fernanda Aren y Patricia Somoza: Hay que remontarse a esos años, inicios de los años setenta. Vivíamos bajo gobiernos militares, los partidos políticos estaban proscriptos. La violencia quedaba justificaba por la violencia del adversario y también porque iba a posibilitar un orden nuevo, y eso fue incrementándose cada vez más. La vida tenía poco valor. Se podía matar o darla por una causa, algo que hoy parece casi impensable.
En ese contexto hay que pensar a estas mujeres, todas integrantes de organizaciones político-militares. La alternativa democrática no parecía una opción deseable y fue sustituida por la acción. Esa participación, sin embargo, no les impidió desempeñarse, formar pareja, o tener hijos que las acompañaban donde estuvieran, aún corriendo riesgos y usando nombres falsos.
Mientras estuvieron prófugas y saltando de casa en casa, las cuatro siguieron activas, en organizaciones que se dividían o partían. Una vez amnistiadas, tomaron caminos diferentes. Paradójicamente, Amanda Peralta, la primera mujer guerrillera, la que tomó las armas en 1968 y subió al monte con metralleta y uniforme militar, fue la primera en dejar las armas junto con el grupo político que dirigía cuando se abrió la opción democrática, se llamó a elecciones y Perón pudo regresar a la Argentina. Ana María Solari, por su parte, abandonó la actividad política y el trabajo en villas y se dedicó a su profesión: la medicina. Advertida de que se venía la noche para quienes integraban o habían integrado organizaciones armadas o militaban políticamente, abandonó el país en 1975. La otra Ana María, de apellido Papiol, pasó por el Peronismo de Base y luego entró a otra organización político-militar: Montoneros. Recién en 1977, con la dictadura ya instalada y sus compañeros cayendo como moscas, decidió abandonar la organización y dejar el país, junto con su pareja, que también había participado de la fuga y militaba como ella en Montoneros, y su pequeño hijo Bruno, llamado así en homenaje al único muerto en el operativo.
Marina Malamud fue la que hizo la opción más radical: pasó al ERP y aun sabiendo los riesgos que corría, continuó en ese camino que rápidamente se iba transformando rápidamente en una situación sin salida. Hoy integra la larga lista de desaparecidos.
Fernanda Aren y Patricia Somoza: Como sabemos, las operaciones recibían un nombre de fantasía, que permitía hablar con cierta libertad de la acción que se estaba planificando. Era fácil, por ejemplo, hablar por teléfono y decir que se estaban cocinando los capelettis. Del nombre que recibió esta, Operación Capeletti, supimos por uno de nuestros entrevistados, muy cercano al grupo que la planificó y la protagonizó. Pero él mismo desconocía la razón del nombre. Lo cierto es que dos fracasadas operaciones realizadas ese mismo año por las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), la organización que capitaneó la fuga de la cárcel de mujeres de San Telmo en 1971, tuvieron también nombres del ámbito de la comida: hubo una llamada “Yerba” (el robo de diez autos que se precisaban para cargar explosivos) y otra llamada “Mate Cocido” (la voladura del Jockey Club de San Isidro); la “Yerba” se precisaba para servir el “Mate Cocido”. Y el secuestro de Aramburu, llevado a cabo por Montoneros el año anterior, recibió el nombre de Operación Pindapoy.
Fecha de Publicación: 10/09/2023
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