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Evaristo Carriego: la invención del arrabal

El poeta entrerriano, a principios del siglo XX, imaginó los empedrados, muros y guapos que cimentarían la cultura porteña desde Borges a Spinetta. Carriego, fundador de la Buenos Aires mítica.

Arte y Literatura
Evaristo Carriego

“Primer espectador de nuestros barrios pobres, y que para la historia de nuestra poesía, eso importa. El primero, es decir, el descubridor, el inventor”, sentenciaba Jorge Luis Borges en los setenta sobre Evaristo Carriego a su biógrafa María Esther Vázquez. Borges hablabla de un vecino de su Palermo hecho de mitos, de cuchilleros, pulperías y orillas. Homero Manzi en “El último organito” dedica su milonga final de 1948 al poeta entrerriano, “y allí molerá tangos para que llore el ciego,/el ciego inconsolable del verso de Carriego,/que fuma, fuma y fuma sentado en el umbral”. Y la cumbre de “María de Buenos Aires” de Ástor Piazzolla y Horacio Ferrer atrona la “Milonga carrieguera" en 1968. En 1983 en “La Canción del  Bajo Belgrano” el Flaco Luis Alberto Spinetta canta: “Tango de caras, organillero distinto/Sentado en la avenida/Y ya nadie te escucha nunca/Desolado el hombre perdido” en un doble cita, Manzi y Carriego. Innumerables leyendas del arrabal porteño y sus habitantes arquetípicos, que se pueden buscar también en un cuadro de Quinquela Martín o un aguafuerte de Roberto Arlt, fueron puestas por primera vez en papel por Carriego, en solamente 29 años de vida, y en un sólo libro publicado, “Misas Herejes” “Nos eres familiar como una cosa/que fuese nuestra, solamente nuestra”, mi Evaristo querido.

Evaristo Francisco Estanislao Carriego nació en Paraná, Provincia de Entre Ríos, el  7 de mayo de 1883. Descendía Evaristo de un linaje que se hundía en los comienzos criollos de la historia del Litoral, con antepasados presentes en la fundación de Santiago del Estero, la Independencia y las guerras civiles argentinas. Su abuelo legislador y periodista, por quien tenía su nombre, había peleado junto a Justo José de Urquiza y, luego, aliado de Julio Argentino Roca.  Su padre, Nicanor, se casó con una porteña, María de los Ángeles, y tras un breve paso por La Plata a pedido de Dardo Rocha, instaló a la familia en la casa de la calle Honduras 84 (actual 3784, Biblioteca Municipal), en una de las primeras del barrio de Palermo. Una barriada en formación de antiguos gauchos mezclados con los inmigrantes, choque y encuentro de culturas, que permiarían la mente infantil de Carriego. Comenzó sus estudios en la escuela de señoritas Negri a las seis años, y fue al secundario en el Colegio Nacional del Norte -hoy Sarmiento de la calle Libertad, en donde Manzi sería profesor-, pero dejó el tercer año cuando intentó ingresar sin éxito al Colegio Militar. Era corto de vista. Esta decepción impactaría en el joven Evaristo, “era un muchacho serio y triste, de pocas palabras, pensativo siempre… cuando se hizo grande, se hizo triste… vistía de negro o de azul, y era delgado… siendo todavía un chico, escribía décimas para los gauchos de los carnavales de Palermo. Traía los gauchos a casa y en esta salita los hacia ensayar… salía a pasear con el caudillo Nicolás Paredes -malevo amigo del joven Borges y matón de los conservadores-”, lo recordaba su madre en 1937, en una nota de Dardo Cúneo en la revista Mundo Argentino.  Su primer biógrafo José Gabriel en 1921 señala que las influencias literarias se dividían entre la novela romántica francesa, los folletines gauchescos -dedicaría el poema “El guapo” a San Juan Moreira- y la poesía de Almafuerte, que en ese entonces era una especie de profeta criollo y bohemio que vivía a las orillas del Maldonado, cerca de la casa de Evaristo.

Con poco menos de 20 años, y siendo una figura de los “melenudos” de la noche porteña con sus “penetrantes ojos negros”, ingresa a la redacción del diario La Protesta, un medio que aún no tenía el fuerte sesgo anarquista posterior. La cuestión social estaba presente tanto como el espíritu bohemio de fundir arte y vida. Carriego con sus versos que arrastraban el hechizo modernista de Rubén Darío se transforma en un animador del Aue´s Keller de Bartolomé Mitre al 600, del Restaurante Luzio de Mitre y San Martín, y La Brasileña de Maipú al 200, todos bajo los escombros con la apertura de la Diagonal Norte. De aquellos solares mágicos del fin de siglo decimonónico queda en pie Los Inmortales, a unas cuadras de su original emplazamiento de avenida Corrientes al 900. Allí su compañero masón Florencio Sánchez inventaría la dramaturgia nacional, allí Evaristo Carriego la poesía criolla y arrabalera, ambas simientes del Tango de Buenos Aires -y el Rock Nacional.  

 

Los Inmortales de la primera literatura porteña

En Los Inmortales se reunía la crema del arte y pensamiento, mientras en una mesa Sánchez podría estar escribiendo obras de la trascendencia de “M’hijo el dotor” (1903), en otra José Ingenieros discutía los avances de sus trabajos como “El Hombre mediocre” (1913). Para muchos parroquianos aquellas tertulias eran un alto en la labor cotidiana, no todo vivían de una posición holgada como Carriego, Leopoldo Lugones era empleado de Correos y el mismo Sánchez trabajaba con Juan Vucetich en la Policía, y más, significaban el punto de reunión obligado para la discusión de las novedades literarias, filosóficas, políticas y estética; y para la lectura pública. Allí Carriego conocería a Charles de Soussens, también redactor de La Protesta, el periodista y escritor bohemio una suerte de vate, quien le recomendó, “Carriego…-sus versos modernistas- viven una vida ficticia… por qué usted, que anda errante en la salida de los barrios apartados, no poetiza… los dramas interiores de las pobres gentes que luchan y sufren, agobiadas por la enfermedad y la miseria” A partir de ese momento Carriego, que se referirá de ahora en más a de Soussens como “mi descubridor”, funda sin saberlo una nueva corriente en la literatura argentina, el criollismo “Del evangelio de la miseria/…flor del suburbio desconsolado”, en “La viejecita”, y “Es la polifonista del sentimiento/es la de los dolores y los placeres”, en “La guitarra”, son los primeros versos que publica con gran reconocimiento en la revista Caras y Caretas. Pronto se suman colaboraciones en La Nación y La Razón, y en diarios del Interior, La Unión de Rauch, que requieren sus impresiones de la Buenos Aires de las casitas bajas y malvones que llevaba en su corazón. Muchos de estos artículos serían publicados póstumamente en la década del veinte por su hermano.

En Corrientes y Junín se reunía el animado grupo de Soussens, en un bar que canilla libre para poetas y escritores debido la filantropía de su dueño, Juan Boucau, uno de los fundadores del Jockey Club. En esta camaradería cultural, en donde participaba entre otros Roberto Giusti, el editor de la revista Nosotros, impulsora de la generación del Centenario, Ricardo Rojas -a pocos metros del actual Centro Cultural Rojas de la UBA- y Evar Méndez -director de la revista Martín Fierro, vanguardia de los veinte-, apoyó a Carriego en sus versos de novedoso nacionalismo y consiguió que Boucau financie el primer, y único libro en vida de Evaristo, “Misas herejes” de 1908. Carriego corrió a pedirle el prólogo a su admirado Almafuerte en La Plata pero éste se negó, según Romualdo Brughetti, “le disgustaba el tono quejoso de su colega” El poeta de los martillazos no comprendía el porvenir de la queja del bandoneón.

 

Misas herejes para la eternidad

Aquel primer libro sigue escolar con el programa modernista hasta que en la quinta parte surge en primerísimo plano como novedad absoluta la vida infeliz del suburbio porteño, el barrio pobre y sus personajes, criollos inmigrantes obreros y malevos. Esto era todo un suceso en la poesía culta argentina “Entre la algarabía del conventillo/ esquivando empujones pasa ligero/ pues trae noticias uno que otro chiquillo/ Divulgando la nueva del pregonero… porque al compás de un tango, que es “La Morocha”/ hacen ágiles cortes dos orilleros… la mujer del obrero, sucia y cansada/ remendando la ropa ese muchacho ”, en “El alma del suburbio”,  o “El guapo”, “con ese sombrero que inclinó a los ojos/ con esa melena que peinó al descuido/ cantando aventuras, de relatos rojos/ parece un poeta que fuese bandido”, presenta  Carriego pionero los modelos sin fecha de vencimiento, el barrio, la madre, el compadrito, el coraje urbanizado, la tristeza infinita,  y que tomarían una, y otra vez, escritores argentinos, tangueros y artistas porteños. Giusti publica una critica en Nosotros solicitando cierta mesura en estos cuadros que desbordan las ilusiones modernistas, algo que Carriego, como haría el sencillismo de Baldomero Fernández Moreno,  o el intimismo confesional de Alfonsina Storni, rechazó de plano. Evaristo puso los pies en el barrio.

El 13 de septiembre de 1908 Carriego vive su momento de gloria, uno que buscaba afanosamente en las redacciones del Centro y en los boliches de las orillas. En el restaurante Ferrari de Uruguay y Sarmiento se celebra el lanzamiento de “Misas herejes”, en su título influenciado por el decadentismo francés, con una “almorzáculo” que reúne a un centenar de periodistas, escritores y poetas.  Después de ese espaldarazo siguió publicando pero según sus allegados su carácter mudó más retraído y melancólico, y su poesía se centró en los pequeños dramas de los extramuros, la novia abandonada, el padre borracho o la pequeña huérfana maltratada, aquellos nudos que pasarían al universo tanguero en las plumas de Celedonio Flores, el letrista de  Carlos Gardel, y Enrique Cadícamo. La muerte de su padre en 1909 y su amigo Florencio Sánchez en 1910, “Irte a las estrellas, Adiós, canillita”, dedicaba Carriego al dramaturgo que impuso este apodo a los vendedores callejeros de diarios, agravaron su melancolía y casi no salía de la casa familiar de la calle Honduras. A mediados de 1911 sufrió Carriego un ataque de apendicitis, que fue mal diagnosticado, y que lo llevaría a la muerte el 13 de octubre de 1912, el mismo año que fallece Diego Fernández Espiro, y con ellos, desaparece la bohemia porteña finisecular -aunque los nuevos tiempos de una sociedad popular y abierta, que muchos de estos bohemios habían entrevisto sin proponérselo, arribaría en 1916 con el radicalismo en el poder.

Un año después su hermano volvió publicar “Misas herejes” con inclusión de la “Canción del barrio” y “La costurerita que dio aquel mal paso”, confirmando la novedad del libro anterior. Aquí sobresalen los personajes femeninos de Carriego, como “la muchacha que siempre anda triste”, “la francesita que hoy salió tomar sol”, “la enferma que trajeron anoche”, y obviamente, “la costurerita”, “Adiós, morochita, ya verás muchacha/cuando andes en todas las charlas caseras…. Quédate con nosotros. Sufres y viene pobre/ Ni un reproche te haremos: ni una palabra sobre/ el oculto motivo de tu distanciamiento/…Entra sin miedo, hermana” A la citada biografía de Gabriel se agregaría en 1930 otra de uno de sus admiradores,  quien dejaba atrás el criollismo pero que en 1923 escribiría totalmente influenciado por Carriego, “Las calles de Buenos Aires ya son mis entrañas/No las ávidas calles, incómodas de turba y ajetreo,/sino las calles desganadas del barrio/….ojalá en los versos que trazo/estén las banderas”, en “Fervor de Buenos Aires” de Borges. Y que sería precursor el poeta arrabalero de las narraciones del Borges maduro. De sus anécdotas de guapos y compadritos saldrá el primer cuento de Jorge Luis, "Hombre de la esquina rosada"; del molde crítico-biográfico de Borges en “Evaristo Carriego”, las glosas de “Historia universal de la infamia”, en forma de ensayo ficcional. Es justo el instante que Borges deja el barrio, aunque nunca lo olvida como demuestra la reedición de la ensayística biografía de Carriego en 1955, en donde suma “Historia del Tango”, pero su escenario ahora será el universo entero. Para el cosmopolita Borges, que atesoró en Ginebra una edición de "Misas herejes" firmada por Evaristo para su padre, el criollista Carriego fue un precursor.

Carriego nos legó la primera tierra mitológica porteña, el farolito, la mina y la tristeza de ya no ser, que no era solamente su Palermo sino las cien barrios porteños, “Lo repiten infinitamente en nosotros, como si Carriego perdurara disperso en nuestros destinos, como si cada uno de nosotros fuera por unos segundos Carriego. Creo que literalmente así es, y que esas momentáneas identidades (¡no repeticiones!, exclama Borges) que aniquilan el supuesto correr del tiempo, prueban la eternidad” Buenos Aires, Ciudad Eterna de Evaristo Carriego.

 

Fuentes: Carriego, E. Obra poética completa. Buenos Aires: Ediciones del Arrabal. Museo Quinquela Martín. 2013; Rivera, J. La bohemia literaria en La vida de nuestro pueblo. Buenos Aires: CEAL. 1983; Gabriel, J. Evaristo Carriego: una vida simple. Buenos Aires: Colección Informes del Sur. 2006; Borges, J.L. Evaristo Carriego.Buenos Aires. Sudamericana. 2016.

Fecha de Publicación: 07/05/2021

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