¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónBuenos Aires - - Jueves 30 De Marzo
“Tenemos el orgullo de Larreta, como tenemos el orgullo de Lugones, y algún otro más” sintetizaba 1909 el poeta nicaragüense Rubén Darío, el pope del modernismo, en el cenit del movimiento que reformulaba el simbolismo y el decadentismo en clave continental, en la revancha del espíritu sobre la materia que caracterizaba la generación arielista. Tremendo elogio en el canónico diario La Nación estaba destinado primero a un novelista desconocido, muy lejos de la fama de Leopoldo Lugones. Darío jerarquizaba el primer libro de Enrique Larreta, “La Gloria de Don Ramiro”, que publicado en 1908 en Madrid, “fue premiado por un éxito casi sin precedentes en las letras hispanoamericanas: sucesivas ediciones se agotaron rápidamente, y no tardó en ser traducido al inglés y al francés”, señaló el escritor dominicano Max Henríquez Ureña. Quien lea hoy esta novela prácticamente olvidada se sorprenderá con un mágico mundo español del Siglo de Oro, sin aparente conexión con la Argentina. Sin embargo raspando esas floridas palabras, esos escenarios textuales de pátina plástica, se descubrirá que aparecen las preocupaciones de la generación del Centenario, la defensa de los valores ancestrales, ahora hispanos, y el choque violento de culturas. La originalidad de Larreta, maestro de Manuel Mujica Láinez, reside en experimentar los recursos del modernismo, importados de Europa, y buscar un relectura nacional, como quedaría demostrado en la segunda novela, ambientada en las pampas, “Zogoibi” (1926). O en su primer y único film como director, “El linyera” de 1933. En Larreta, al igual que Ricardo Güiraldes, honor y nobleza, dignidad y caballerosidad, tradición frente a modernidad, son atalayas que llegan al subsuelo de la conciencia nacional.
Enrique Rodríguez Larreta nace en Buenos Aires el 4 de marzo de 1875, hijo de una familia adinerada uruguaya emparentada con el presidente oriental Manuel Oribe. Egresado del Colegio Nacional y de la Facultad de Derecho UBA, comienza su carrera docente de profesor de historia, y alterna con colaboraciones en algunos medios ligados la renovación estilística de fin de siglo, que intenta superar el naturalismo y la gauchesca. Paul Groussac acepta su cuento “Artemis” en 1896 en la prestigiosa revista La Biblioteca, un relato largo de precisa ambientación en la Grecia antigua, y que demuestra los sólidos conocimientos helénicos de Larreta –y la exaltación de simbolismos que también permea su obra. Comienza sus funciones diplomáticas en Francia y España a principios del nuevo siglo sin descuidar su trabajo artístico, que en verdad se sustenta en las investigaciones históricas que realiza en Ávila misma, para ambientar adecuadamente “La Gloria de Don Ramiro”, y, luego en Italia, la primera obra de teatro, “Pasión de Roma” (1917) –que aparece en francés y recién se traduciría en 1934. “La luciérnaga” (1923), estrenada por la española Compañía de María Guerrero en el Teatro Cervantes, y “Santa María del Buen Ayre” (1936), estrenada antes en Madrid que el Teatro Colón con motivo del IV Centenario de la ciudad, profundizan una obra que hace del montaje minucioso del pasado un valor, a veces, sobre la trama y los personajes. En 1918 inaugura el Museo de Luján, en una pionera recreación de la cultura gauchesca similar a su residencia, ésta decorada como en tiempos del monarca español Felipe II.
La novela dramática “Tenía que suceder” (1943) consolida un nuevo ciclo novelístico más cercano a los elementos naturalistas, ya desplegado en “Zogoibi” (1926), y que tiene una continuidad temática en las dos últimas prosas criollistas de Larreta, “Gerardo o la torre de las damas” (1953) y “En la pampa” (1955) Sus últimas piezas teatrales también fueron pensadas para la naciente televisión, “Clamor”, “Don Telmo” y “Alberta” “Tiempos iluminados” (1939) fue la biografía que permite más que nada adentrarnos en los procesos de creación del escritor, cuya casa de inspiración renacentista castellana es hoy la sede del Museo de Arte Español Enrique Larreta, “Soy de los que piensan que en el estudio de cada escritor, de cada artista, habría que escudriñar sobre todo sus impresiones de infancia –recoge Pedro Barcia de estos escritos referenciales que se completarían con “La naranja” (1947)- Esa edad encierra casi siempre el secreto de las inspiraciones futuras. La infancia es todavía prevalecer divino ¡Quién sabe si hubo jamás libro alguno que dejara en mi espíritu surco tan hondo y tan facunda semilla como aquel trebejo de mi niñez, con las alternadas apariciones de su ermitaño (monje) y su soldado, según el temple del aire”, recordaba Larreta de un particular barómetro. Nominado al premio Nobel en un par de ocasiones, académico de número en España y Argentina, Larreta fallece el 6 de julio de 1961.
Fe y Armas, caballeros en decadencia y nuevos mundos peligrosos, jerarquías en tensión, viejos estereotipos que se tensionan entre los sexos a destiempo, confluyen en sus producciones literarias y dramatúrgicas, que cuando más anacrónicas se vuelven, incluso entre sus contemporáneas, más ganan en documentación arqueológica de las disputas sobre la identidad nacional “El doble color de gloria y de ceniza en mi obra”, Larreta no deja de contarnos cosas sobre nuestro pasado.
“Su novela es la obra en prosa que en América se ha acercado más a la perfección literaria” seguía alabando Rubén Darío en 1909 aunque cimentó una líneas más abajo motivos para las críticas, y el rápido olvido, de la obra magma de Larreta, era un aristócrata, era inmensamente rico y era un artista que escribía como “si todos sus lectores fueran hombres de genio” “Don Ramiro es una obra, que en cierto modo, nada tiene que ver con nosotros”, decían los iracundos Ismael Viñas y Noé Jitrik en la revista Contorno (1955), “Podrá representar un momento del lenguaje español, no un minuto de nuestro lenguaje” “La Gloria de Don Ramiro es una transposición del ferviente hispanismo de su autor quien, como los más retrógrados de los miembros de la Generación del Centenario, encontraba en la tradición española el reaseguro de una nacionalidad amenazada –y debilitada- por la masiva presencia de inmigración no española”, sentenciaba Martín Prieto en su “Breve historia de la literatura argentina” (2006), “dice Larreta en una conferencia: -arriba a Buenos Aires- la parte menos valiosa de Europa; aportan la ignorancia y la debilidad empequeñecedora de una pobreza ancestral” Nuevas lecturas de su extensa obra, entre literatura, teatro, ensayos y escritos inéditos, tendrán la difícil tarea de ponderar a un político y escritor que celebró el Día de la Raza con el falangista Primo de Rivera, que creía en los beneficios del imperialismo inglés en Argentina y que en 1934 no tuvo empacho de señalar que “confiar a una compañía argentina (sic) la interpretación de “Pasión de Roma”, tan subida de asunto, tan ambiciosa de intención y de ambiente tan refinado, es creo prestar un servicio a la cultura de mi país”
“La Gloria de Don Ramiro. Una vida en tiempos de Felipe II” es una novela histórica de clivaje modernista, que comparte otras cumbres del estilo latinoamericano con “Sangre patricia” (1902) del venezolano Manuel Díaz Rodríguez o “El terruño” (1916) del uruguayo Carlos Reyles, lo que explica su pronta difusión –y caída en desgracia con el avance de las vanguardias, por ejemplo el martinfierrismo en los veinte argentinos, “Larreta acaba de publicar un novela argentina” era uno de las humoradas de Borges y Girondo. Pero aventaja a las demás por su carácter arqueológico y monumental, que tan bien captarían las ilustraciones de Sirio en la edición definitiva de 1929 “Una verdadera máquina del tiempo wellsiana”, exclamaría la crítica, que nos permite adentrarnos en la España y América entre 1556 y 1598, reinado de Felipe II, inicio de la decadencia imperial española, tal cual uno podría hacerlo si recorre las salas que se conservan en el Museo Larreta , “hasta papelotes notariales hallados en los cajoncillos secretos de los contadores o bargueños que vendían los anticuarios”, acota el escritor del mobiliario que se conserva en el bello palacio neocolonial de Belgrano –inspirado en la Vieja Aduana porteña. Varios son los años que Larreta pasa en Europa, con viajes frecuentes a Ávila, ciudad de santos y caballeros, escenario de la trama con visos irreales, punto de contacto mítico entre las culturas hispanas y moriscas, y recopila una enorme cantidad de bibliografía, las novelas picarescas colorean su propia novela, y documentos originales, que le permiten recrear desde el lenguaje de la época, sin caer en arcaísmos excesivos, hasta detalles increíbles de la vida cotidiana.
Ramiro es el antihéroe de una novela de aventuras donde poco puede hacer, atado a un desequilibrio anímico, divaga entre la cruz y la espada, entre el ideal y la realidad, la sensualidad y la voluntad, la carne y la calavera. En estas luces y sombras agónicas de la contrarreforma transcurre un destino trágico que lo llevará al Perú, y que era en verdad el escenario del primer proyecto de Larreta, una novela sobre Santa Rosa de Lima. Conjugada con otra idea, un libro referido a los maestros de pintura española, alumbraría el germen de “La Gloria de Don Ramiro”, y que empezaría a trabajar en 1903 en España. Con la llegada de Ramiro al Nuevo Continente, y la plegaria antes de su muerte por Santa Rosa, se cumple simbólicamente el traspaso de la herencia cultural y transmuta en un Caballero Trágico, quizá no tan lejano en su sangre –y destino- a la sangre hispanoamericana, criolla, del Martín Fierro.
“El ideal y el mundo, Ormuzd y Ahrima, Dios y el Diablo. No hay que confundir dualidad con separación. Los santos conviven con el Diablo y tienen que hacer más con él que con Dios” en “La Naranja”, citado en “La Gloria de Don Ramiro. Escenarios de una novela. 1908-2008” Museo de Arte Español Enrique Larreta. Buenos Aires. 2008.
“El alma de España en todos los lugares nos muestra también Larreta en su “La gloria de Don Ramiro” Y claro está que al decir esto estaba pensando en la patria nativa del autor de la novela, en la Argentina, que también es España, pese a quien pesare, y mucho más España que los mismo argentinos se imaginan…una vez más he de repetir lo que la lengua es la sangre del espíritu y que en un idioma va implícita una cierta filosofía, un cierto modo de concebir…de sentir la vida. Sean cual fueren el cruce de razas, sea cual fuere la sangre, que a la primitiva se mezcle, mientras un pueblo hable español, pensará y sentirá en español también”, Miguel de Unamuno en el diario La Nación, 1909.
Fecha de Publicación: 04/03/2021
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