¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónBuenos Aires - - Sábado 25 De Marzo
En la cima del confort y la fama, no una, dos veces, Horacio Quiroga decide viajar al País Misionero, aquella gran región que hermana Brasil, Paraguay, Uruguay y Argentina. Allí incumbaría un proyecto narrativo vital, inamiginable sin el hedor de la muerte y el espanto, la soledad y la esperanza, que funda el cuento latinoamericano con raíces rojas de tacuara y yerbatales, en medio del monte. Sin pristinos laberintos ni afrancesados cronopios. Y con sangre y orgullo frente a la injusticia. Por algo los cráneos políticamente correctos en el Poder se apresuran a cancelarlo, a un clásico necesario de los programas escolares como las inundaciones del Alto Paraná. La violencia de Quiroga de gallinas degolladas o muertos a la deriva es explicable con la trama de un continente nacido en la violación y la conquista. El equívoco es haber adobado la potencia de la literatura del uruguayo al cómodo adormecimiento de las aulas “Siempre la presencia de Anaconda desalojaba ante sí la vida, como un gas mortífero. Su expresión y movimientos de paz, insensibles para el hombre, la denunciaban desde lejos a los animales”, en los primeros párrafos del primer cuento de “Los desterrados”, el mejor libro, el más ceñido a su objetivismo espectral cumbre, y uno que en 1926 alumbraría la narrativa contemporánea argentina con su pieza gemela, en fuerza natural, “El juguete rabioso” de Roberto Arlt.
Horacio Silvestre Quiroga Forteza, nacido el 31 de diciembre de 1878 en Salto, Uruguay, quedó huérfano de padre a los dos meses. En un accidente de caza, el hombre se mató de un escopetazo. La madre, Pastora Forteza se volvió a casar en 1891 con Mario Barcos quien, en 1896, quedó paralizado de un derrame cerebral. Allí los primeros recuerdos de infancia del escritor, “Durante las largas siestas en que nuestra madre dormía, la biblioteca de casa ha pasado tomo tras tomo bajo mis ojos inocentes [...] La impresión que producían en mi tierna imaginación algunas expresiones y palabras leídas, reforzábase considerablemente al verlas lanzadas al aire, como cosas vivas, en la conversación de mi madre con mis hermanas mayores. Tal la palabra « frangipane » : designábase con ella un perfume, un extracto de moda en la época. Un delicioso, profundo y turbador aliento de frangipane era la atmósfera en que aguardaban, desesperaban y morían de amor las heroínas de mis novelas. La penumbra de la sala, sobre cuya alfombra y tendido de pecho, yo leía, comía pan y lloraba, todo en uno, hallábase infiltrada hasta detrás del piano, de la sutil esencia”. Por una desgraciada casualidad, Horacio fue testigo del momento en que Barcos se volaba la cabeza unos años más tarde, también de un disparo de escopeta.
Pero las tragedias no acabarían allí. Mudado a Montevideo, punta de lanza del modernismo de la Generación del 900 rioplatense, y pionero del ciclismo oriental, realiza un breve viaje por París, que lo deja en la ruina -una constante en su vida, al igual que la tupida barba que nunca más abandonará-,y funda el Consistorio del Gay Saber. Y que se disuelve luego de que accidentalmente mata de un disparo Federico Ferrando, mientras preparaba las armas de un duelo. También sucede el primer gran desengaño amoroso con María Esther Jurkovski, inspiradora de “Las sacrificadas” (1920), por lo que opta triste por radicarse en Buenos Aires, trabajando en el Nacional Buenos Aires de preceptor, y solicita la ciudadanía argentina en 1903.
Poco después de un viaje como fotógrafo con Leopoldo Lugones a la ruinas jesuíticas en Misiones, que impactaron a Quiroga, ese ambiente agreste y salvaje que lo acompañaría y atormentaría sin cesar, comenzó una fructífera colaboración con la revista Caras y Caretas de más de veinte años. Los “Cuentos de amor, de locura y muerte”, reunidos en 1917 a insistencia de Manuel Gálvez, clásicos como “La gallina degollada”, “El almohadón de pluma” o “A la deriva”, fueron estrenados, e ilustrados, en la masiva publicación “Una imbricación misteriosa y sombría entre los hechos naturales y el estremecimiento que los habita”, en sentencia de Jorge Rufinelli, y que a la vez que cierra un tránsito modernista iniciado en 1901 con “Los arrecifes de coral”, hacia el objetivismo espectral, que tocaría el cenit con “Los desterrados”, una década más tarde. Pero en el medio, a Horacio se le vino la selva.
Horacio Quiroga en “Ante el tribunal” (1931), uno de los varios artículos dedicados a la técnica del cuento, en consonancia al admirado Edgar Allan Poe, “Luché porque el cuento tuviera una sola línea trazada por una mano sin temblor desde el principio al fin. Ningún obstáculo, adorno o digresión debía acudir a aflojar la tensión de su hilo. El cuento era, para el fin que le es intrínseco, una flecha que, cuidadosamente apuntada, parte del arco para ir a dar directamente al blanco. […] Esto es lo que me empeñé en demostrar, dando al cuento lo que es del cuento, y al verso su virtud esencial”, cerraría aunque su proyecto literario ponía una y otra vez eso en cuestión, dejando el cuento perfecto decimonónico por la narración contemporánea, abierta, objetivista y donde desaparece la distinción y jerarquía entre lector y autor -para horror de Borges y sus amigos-
Semejante voltereta artística resulta indisociable al espíritu aventurero de Quiroga, que en cantidad de fracasos en empresas y quimeras de negocios, hubiese sido un buen amigo de la barra de la desilusión de Arlt. Probó y perdió en un campo algodonero del Chaco, el escritor con vagos conocimientos de química, intentó vivir de la galvonoplastia (que supuestamente curó la crónica gastritis y asma), y en 1909, asentado en la comodidad de la bohemia porteña, trasladó a una esposa adolescente Ana María Cires y familia a una casa que construyó él mismo en plena selva misionera -hoy Casa Museo- Cultivó yerba mate, naranjas, fue juez de paz, nacieron sus hijos, Eglé y Darío (a los que para educarlos los dejaba solos en el monte de noche, entre las fieras) mientras la pobreza fue devorando a los Quiroga, empezando con Ana María, que se suicida con las emulsiones de revelado del escritor.
Vuelve derrotado al círculo porteño en 1915, sobrevive miserablemente con los hijos en un sótano e imprenta de la actual Scalabrini Ortiz al 100, “la estrechez económica era la situación normal de Quiroga –confesó Ezequiel Martínez Estrada, a quien Quiroga llamaba “mi hermanito menor”–. Sobrellevaba su penuria pecuniaria con idéntico estoicismo que los demás rigores de su destino…Ni escribió jamás una línea para ganar dinero, ni adecuó un relato al paladar de los directores de publicaciones para que no se lo rechazaran; no mendigó fama ni fortuna” Los amigos uruguayos, uno de ellos era presidente, Baltasar Brum, se apiadan de Quiroga y consiguen un nombramiento de cónsul, logrando una breve estabilidad económica que posibilita su vida en un viejo caserón de Vicente López, con un taller donde realizaba todo tipo de extraños inventos y que habilitó como astillero personal. En 1927 casaría Quiroga con María Elena Bravo, compañera de escuela de su hija Eglé, treinta años menor, en el mejor momento de la carrera, cuando publicaba desde Mundo Argentino a Billiken, y sus cuentos en España era comparados con Kipling, y moderaba el Grupo Anaconda en las veladas del Café Tortoni.
“Los hechos posteriores demostrarían que “Los desterrados” es un punto de llegada, lo más que Quiroga podía dar” señalaba Noé Jitrik de esta colección de cuentos, que a diferencia de las otras compilaciones, contiene una unidad magistral. Misiones propone al escritor una manera de narrar un país, un continente, de sus expectativas y frustraciones, despojado de todo ornamento. Dividido en dos partes, parece naturalista, parece regionalista, pero Quiroga encuentra la manera de que el ambiente no condicione a los tipos sino que hay una novedosa interdependencia de uno y otro. Una zona de frontera, en las letras y en la realidad, donde el riesgo más previsible es la frustración, el anclamiento definitivo, el olvido, la muerte. Es un libro testimonio para quienes se sienten dueños, de selvas, hombres, ríos, y no son más que desterrados frente a la violencia de la naturaleza, que no comprenden ni comprenderán. En suma, significan estos cuentos de Quiroga un salto enorme de la ingenuidad pintoresquista latinoamericana, que pervivió en el realismo mágico, a un realismo con proyección simbólica, que retomarían ciertas narraciones de Antonio Di Benedetto y Sara Gallardo.
La felicidad en la vida del escritor, que también fundaría la crítica cinematográfica rioplatense, era corta como la vida del pobre mensú -trabajador rural- que, en su cuento de 1926, la Anaconda había arrollado y asfixiado para defenderlo. En 1930 decepcionado del medio literario local, y otra vez en la ruina, regresa a la propiedad selvática, en donde queda abandonado a su suerte, enfermo, por la esposa e hijos en 1934. “Más allá” (1935), un antología de cuentos de los últimos años, pasa desapercibido en las librerías en ambas orillas. Voluntariamente se hospitaliza en el Hospital de Clínicas de Buenos Aires, aquejado de cáncer de próstata, y uno de sus últimos actos humanistas, recordemos la sensible pintura del cacique Pedrito o del bandolero correntino Sidney Fitz-Patrick, quienes “poseían una cultura superior a la de un egresado de Oxford”, fue solicitar que Vicente Batistessa, un hombre deforme que tenían escondido en los sótanos, fuera el compañero de cuarto. Aparentemente Vicente ayudó a Quiroga en el arsénico mortal, que mataría al escritor el 19 de febrero de 1937.
Un ex amigo, el ahora golpista Leopoldo Lugones, dijo que se mató como “una sirvienta”, ambos enfrentados porque Quiroga instaba a “sostener como un fuego sagrado esta llamarada de ideal (la democracia), sin la cual la vida del hombre no tiene valor alguno”. Su amiga Alfonsina Storni, que no quiso casarse con Quiroga ni acompañarlo al impenetrable chaqueño, se ocupó de despedirlo a la manera que mejor sabía hacerlo, en una cita de Adrián Pignatelli en infobae.com: “Morir como tú, Horacio, en tus cabales, y así como en tus cuentos, no está mal; un rayo a tiempo y se acabó la feria… allá dirán”. El sino trágico de los Quiroga, similar a los Lugones, no acabaría con el escritor salteño, y Eglé se suicidó en 1938, exactamente un año después que su padre y Darío en 1952. La otra hija, María Elena, lo haría en enero de 1988. Sin embargo, la obra de Quiroga no cesa de hacernos notar que todos participamos de la experiencia de vivir, esa pulsión de vida que estalla en su escritura, aunque ninguno está a salvo. Ninguno.
Cómo escribe Horacio Quiroga: “La compasión” (1907) en Horacio Quiroga. Cuentos. Madrid: Cátedra. 1994. Tal vez, el primero en el país que trata la eutanasia.
»Por eso, cuando al séptimo día ví que desgraciadamente vivía aún en esa atroz tortura suya y de su marido y de todos, pesé, con las manos sobre la conciencia, antecedentes, síntomas, estado; y después de la más plena convicción de que era un caso absolutamente perdido, reforcé las dosis de cloral, y esa misma tarde murió en paz.
»Y ahora, señora, dígame si todos verían en eso la verdadera compasión de que hablábamos.
Mi madre y hermanas se habían quedado mudas, mirándolo.
—¿Y el marido nunca supo nada? —le preguntó en voz casi baja mi madre.
—¿Para qué? —respondió con tristeza—. No podía tener la seguridad mía de la muerte de su mujer.
—Sí, sin duda… —apoyó fríamente mi familia.
Nadie hablaba ya. El doctor se despidió, recomendando cariñosamente a Enriqueta que cuidara su estómago. Y se fue, sin comprender que de casa nunca más lo volverían a llamar”
“Creo que Horacio Quiroga es una suerte de superstición uruguaya…me sucede en los cuentos de Quiroga que nunca puedo creer en ellos…dice Novalis que en los libros hay muchos pasajes que corresponden al lector y no al autor. En cambio, Horacio Quiroga parece no haber sentido esa diferencia. Horacio Quiroga se maravilla de lo que está contando…Quiroga es un autor capaz de increíbles torpezas…un cuento suyo, “A la deriva”, en que se habla de un hombre que creo remonta un río y es mordido por una serpiente. Pues bien, en ese cuento no se sabe qué es lo que se refiere la historia precisa y qué es lo que se refiere a lo que el hombre habitualmente hacía. El relato está lleno de ambigüedades…-un estilo descuidado parecido al de Roberto Arlt-, salvo que detrás de Arlt, yo siento una especie de fuerza. De fuerza desagradable, desde luego, pero de fuerza…”El juguete rabioso” de Arlt es superior no sólo a todo lo demás que escribió Arlt, sino a todo lo que escribió Quiroga”, Jorge Luis Borges en Sorrentino, F. Siete conversaciones con Jorge Luis Borges. Buenos Aires: El Ateneo. 2001.
Fuentes: Quiroga, H. Los desterrados en www.librosdemario.com; Jitrik, N. Escritores argentinos. Dependencia o libertad. Buenos Aires: Ediciones del Candil. 1967; Avaro, N. El relato de la vida intensa en los cuentos del monte de Horacio Quiroga en Historia Crítica de la Literatura Argentina. Tomo 6. Buenos Aires: Emecé. 2002; horacioquiroga.org
Imagen: Horacioquiroga.org
Fecha de Publicación: 31/12/2021
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