Quebracho, Lobodón Garra, Agustín Bernal, la Década Infame, el fascismo de Perón y los Montoneros, introducir el trotskismo en la Argentina y “¡Muera el imperialismo yanki!” a la cara del primer presidente norteamericano en ejercicio que visitó el país, Franklin Delano Roosevelt. Todo esto y más pinta la vida novelesca de Liborio Justo, el hijo marxista del presidente fraudulento y militar Agustín P. Justo. Aquel grito de Liborio en 1936 causará un gran disgusto a su padre liberal y conservador, porque fue escuchado en transmisión directa radial a 150 millones de latinoamericanos. Que como si fuera Justo vivió en Misiones con su admirado Horacio Quiroga. Cuatro días lograron congeniar ambos hombres que podían incendiar con sus mentes la selva alrededor. Vivió más de cien años Justo, el bueno, disparando contra todos, Trotsky, el Che, Perón, Cortázar, Borges, David Viñas, Sabato, Puiggrós, Alfonsín y muchos más. “Quise encontrar la verdad de mi época”, declaraba Liborio y la expuso sin mediatintas como ensayista, narrador y militante a un continente. Al futuro y la utopía.
Justo nació en 1902 en cuna patricia, un caserón de Belgrano, y falleció en 2003, en un humilde departamento de la calle Moldes, en el mismo barrio. Con parientes que fundaron la Sociedad Rural Argentina y generales que participaron en las matanzas de gauchos e indios, Liborio propagó en los países hermanos que visitó uno de las más originales análisis de la “verdad que no se puede desfigurar”. “Se llamaba Liborio Justo y había elegido al quebracho y a un mítico dinosaurio patagónico, el Lobodón, como seudónimos. Cuando se hablaba de él, su mención, en cualquiera de las tres formas, aludía a fuerza inquebrantable, al ser mítico que se entrelaza en la memoria y los sueños de una generación. Y murió, como esos personajes de leyenda, cuando se retiró a descansar”, bosquejaba Luis Bruschtein, en el obituario de este personaje salido de una novela de Jack London. Trabajó como peón de obraje en el Paraguay, se ofreció como voluntario para trabajar de obrero en la URSS, se embarcó en un ballenero finlandés, cazó ballenas en las Orcadas y renos en la bahía de Gritviken y vivió doce años como ermitaño en las islas del Ibicuy, en Entre Ríos. Lectores, Don Liborio.
La revolución es un sueño eterno
“Mire, compañera, yo me siento como un agente mesiánico, como un Mesías de la revolución en América Latina. Estoy seguro de que mis puntos de vista son los que van a triunfar, aun después de que yo desaparezca. Ahora estoy en la penumbra, pero esto no va a ser siempre así”, remataba Justo a Cristina Civale de la revista El periodista de Buenos Aires, en 1986. Y dejaba este polemista rojo en otra nota su propio perfil de un luchador de otra era, que nunca se apagará, “Quise encontrar la verdad de mi época. Esa fue mi gran aspiración. En ese camino, mi vida fue primero pensamiento, luego acción y más tarde volvió al pensamiento, en una esfera más alta, conservando la acción. Por eso estoy contento de vivir en el presente período de la historia y en una época como la nuestra de violencia y grandes realizaciones”, afirma el Liborio atemporal, contradictor de cualquier posverdad. Justo, el bueno, quien nunca parece perder vigencia como los sueños de la sociedad sin injusticias.
Liborio Justo, más que Conrad y Salgari
De las miles de páginas publicadas por Justo, que incluyen los cinco tomos de “Nuestra Patria vasalla” (1968/1993), pocas son de ficción de este hermano de izquierdas de Roberto Arlt. Una es la novela “Río abajo” (1955), referida a su experiencia litoraleña y que tuvo dos versiones cinematográficas, y, otra, “La Tierra Maldita” (1932), quizá de los pocos libros de aventuras escritos de toda la literatura argentina. “Cuando terminé de leer “La tierra maldita” me pregunté con reproche:‘¿pero cómo, recién hoy, a los 83 años, he leído esta verdadera joya de la literatura argentina?’” se recriminaba Osvaldo Bayer, a una reedición de 2016. Con nada de nostalgia ni melancolía, ni paternalismos, a años luz de un Lucio V. Mansilla, en los cuentos de este libro que hizo famoso a su autor en los treinta, Justo dispone de naufragios, de monstruos antediluvianos, de presos sublevados, de colonos, inmigrantes y refugiados; hay historias de indios sobrevivientes y alguna historia de la Primera Guerra Mundial.Apenas doce cuentos paridos en los bares y fondas de Avenida de Mayo, confiesa el mismo Justo, un asiduo visitante del Café Tortoni. Allí en los setenta y ochenta los jóvenes, con conciencia social, se acercaban a escuchar sus increíbles relatos y diagnósticos, muchas que perfilaron el Horror, el Horror. Y también, conocer de primera mano, la Patagonia Tierra de las Almas Libres.
Fragmentos de “El palo vivo” de Liborio Justo- “La Tierra Maldita. Relatos bravíos de la Patagonia salvaje”. Ushuaia: Zagier & Urruty. 2001
“Salimos de Bajo Pisagua a principios del invierno para cazar zorros y chingues en Santa Cruz. Si ustedes no saben dónde queda Bajo Pisagua les diré que es un punto perdido en la costa chilena del Pacífico, en el fondo del canal Martínez, y hundido en la espesura de la selva virgen que, desde Tierra del Fuego hasta Puerto Montt, cubre todo esa zona inhospitalaria y desierta, sembrada de islas boscosas y festoneada de fiords inexplorados, donde las lluvias y las densas brumas son casi perennes. Es solo habitado entre el Aysen y Magallanes.
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Fue una mañana cuando nos estábamos preparando para partir -ya en territorio argentino virgen, en algún lugar de Santa Cruz, cerca de un quemazón costeño- Stokes, que se había apartado hasta un arroyo cercano, vino a buscarme para que observara ciertos rastros anormales que había encontrado. Marchamos hacía allá y, efectivamente, pude constatar una línea como de pisadas gigantescas que se extendía al Oeste, hacia una quebrada boscosa. Eran enormes impresiones semejantes a las enormes patas de un lagarto, con largas uñas que se habían clavado en el suelo dejando una serie de agujeros en los que se podía meter el puño. Entre ellas los troncos estaban partidos o habían sido arrastrados algunos metros a ambos lados. La yerba parecía aplastada en ciertas partes y en otras había sido cortada y arrancada desde las raíces…no había duda de que deberían ser las impresiones digitales de algún monstruo desconocido, que tendría su guarida en uno de los tantos lagos escondidos e inexplorados de la cordillera -¿no hubo un director de Zoológico que quiso cazar aquí al último plesiosaurio? (al Nahuelito y fue Clemente Onelli en los veinte)-…A esa suposición más Stokes se echó a reír, mirándome con lástima…algo picado le recordé las historias de los indios sobre un animal extraordinario que ellos llaman el “cueros” y que hasta ahora nunca ha sido hallado. También los relatos de muchos pobladores de la estancias de los lagos, que hablan de un monstruo gigantesco que han alcanzado a ver, deslizándose por los arroyos, en las hondanadas de la selva virgen, y que ellos han denominado el “palo vivo”.
Volvió a sonreírse, aunque no con incredulidad tan profunda, y encendiendo su pipa se quedó algo pensativo. Fue esa atracción por lo sobrenatural y desconocido, que fascina al hombre, lo que nos impulsó a seguir los rastros gigantescos en dirección a la quebrada hacia dónde se dirigían…
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(Luego de una sufrida persecución y apostados en un lago perdido, pero que tenía un único arroyo de entrada, los dos hombres deciden probar mil y un trampas, escuchando torturantes “chapoteos”, sumergidos en la noche cerrada, esperanzados de jugosas recompensas, hasta que en la tercera jornada de vigilia, su Moby Dick…)lo pasamos concertando medios de poder atraparlo sin encontrar nada definitivo. Ese día, sin embargo, llovía, y no pudimos hacer nuestra fogata nocturna. Yo estaba de guardia bajo las ramas del refugio y Stokes dormía a mi lado. No noté nada anormal hasta que cerca de media noche, en que los chapoteos volvieron a resonar. Después dejé de oírlos, y, al rato, pude percibir claramente, aún entre el murmullo de la lluvia, ruidos acompasados como de pasos sobre el pedregullo. Sacudí a Stokes despertándolo.
Escuche- le dije.
Y los dos oímos, no sin una fuerte impresión, cómo los ruidos se reproducían cada vez más cerca. Salimos del refugio como impulsados como por un resorte. Afuera la lluvia nos empapó helándonos hasta los huesos. Los ruidos cesaron repentinamente. Nada podíamos ver en la completa oscuridad de la noche.
Entonces, de pronto, escuchamos, confieso con verdadero espanto, unos fuertes soplidos que no habían sido hechos a más de veinte o treinta metros de nosotros. Lo que más me atemorizaba era no poder ver nada, encontrándonos así indefensos, entregados a una sombra que nos percibíamos y con la que, por consiguiente, no podíamos luchar.
Sin embargo, me pareció alcanzar a distinguir un enorme bulto negro sobre la playa. Puse mi arma al hombro y apunté en la oscuridad. El tiro resonó repitiéndose cien veces en los ecos de la montaña. Fue realmente un acto de desesperación, pero que produjo resultados inesperados.
Volvimos a escuchar un soplido mucho más intenso y pasos fuertes y seguidos sobre el pedregullo. Inmediatamente el lago se estremeció con un golpe que se produjo en sus aguas como provocado por la caída de una piedra gigantesca. Después todo volvió a sumergirse en el silencio…-a la mañana-Encontramos las huellas que se acercaban a veinte metros del refugio. Desde allí se dirigían hacia el lago seguidas de un reguero de sangre ¡Lo habíamos herido!...pero esa misma noche lo volvimos a escuchar jugueteando en el lago como si nada hubiera ocurrido…
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(Los hombres debieron abandonar esa playa inhóspita por falta de víveres, abrigo e ideas para atrapar al ser esquivo, y a la vuelta, tras unas semanas, con una expedición de argentinos, de la estancia de Karl Beremberg, y chilenos de Mata Amarilla, los pocos humanos a miles de kilómetros a la redonda, ninguna trampa dejada hallaron. Ni el refugio, ahora pisado. Y, frustrados, emprendieron el camino de regreso, sin cueros de zorros, ni el “Gran Cueros”) Desde entonces yo le he contado muy pocas veces, siempre con el mismo resultado. Se me escucha con atención, pero al final no dejo de sorprender una ligera sonrisa, que me parece un comentario poco digno de mi honor y de la fe que debe merecer mi palabra de hombre honrado. Ahora que la cuento a ustedes esperando que, por lo menos, habrá alguno que no dudará de lo que digo pensando que no tengo ningún interés de desfigurar la verdad. Y eso para mí es suficiente”.
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Periodista y productor especializado en cultura y espectáculos. Colabora desde hace más de 25 años con medios nacionales en gráfica, audiovisuales e internet. Además trabaja produciendo Contenidos en áreas de cultura nacionales y municipales. Ha dictado talleres y cursos de periodismo cultural en instituciones públicas y privadas.