Ser Argentino. Todo sobre Argentina

César Pelli. Los arquitectos hacemos pedacitos de ciudades.

El arquitecto argentino más conocido en el mundo dejó su legado en las principales capitales. Pragmatismo, solvencia y sustentabilidad son las enseñanzas del Señor de los Rascacielos.

La arquitectura contemporánea posee tótems sagrados como las Torres Petronas, en Kuala Lumpur, Malasia, o One Canada Square, Londres, Gran Bretaña. Una línea  que integra tradiciones y modernidad, en diálogo con su ambiente social, y que no olvida la sustentabilidad. Una línea argentina que no reniega la globalización ni la responsabilidad “Los arquitectos hacemos pedacitos de ciudades. La ciudad es la obra maestra de arte más importante que pueda construir una cultura, y los arquitectos contribuimos mucho para hacerlas, tenemos un papel muy importante”, acotaba César Pelli, el tucumano que reinstaló en la geografía urbana a los rascacielos, y agregaba este artista del hormigón y el vidrio, que gustaba pintar sus moles en cuadros pastel que visten aún los pasillos del estudio en New Heaven, Connecticut, “Siempre hay que recordar que las obras de uno no son tan importantes de por sí, sino que lo son porque forman parte de un pedacito de esta inmensa obra increíble que es una ciudad. El hecho de que cada arquitecto trate de crear su propia marca es muy malo para la ciudades. Podría haber una marca Pelli, pero lo he evitado. Es algo muy secundario. Lo que importa es cómo queda la ciudad. Muchos hacen edificios que son muy notables de por sí, pero que son un desastre para todo alrededor”, en palabras del diseñador de las Torres YPF en Buenos Aires, quien aseguraba que si el proyecto no significaba un riesgo, lo descartaba. A los 90 años.

Nacido en la familia de profesionales venidos a menos, un funcionario público inmigrante de Carrara, Italia, “de un gran ojo para el arte. Con la crisis de los años treinta lo echaron y se dedicó a vender tintas”, dijo Pelli a Loreley Gaffoglio para el diario La Nación en 2014, y una profesora de francés de origen sardo, que le inculcó la exigencia y la meritocracia, César Pelli nació en San Miguel de Tucumán el 12 de octubre de 1926. De niño conoce a su futura esposa y socia, la arquitecta y paisajista nacida en Gijón, España, Diana Balmori.

“En Tucumán no había arquitectos, era algo muy nuevo, yo no tenía idea de lo que era la arquitectura. Mi interés aparece cuando comencé a estudiar. En la carrera había dibujo, diseño, planos, historia, arte. Todo eso me pareció muy interesante, sentí que tenía capacidad y decidí probarlo”, cuenta de su decisión de seguir la novísima carrera de la Universidad Nacional de Tucumán en los cuarenta, en una etapa brillante de la casa de altos estudios norteña, con los mejores profesores del país. En 1952 ganó una beca de nueve meses para profundizar sus estudios en la Universidad de Illinois, en Urbana-Champaign. Sin embargo, la idea de Pelli y su esposa, Diana, era quedarse y esa idea se tornó en necesidad cuando supieron que ella estaba embarazada de su primer hijo, Denis “A base de comer pan tostado durante semanas” consiguieron ambos completar estudios superiores en Estados Unidos de Norteamérica.  Fue entonces cuando Pelli recibió ayuda de su profesor  Ambrose Richardson y la recomendación para trabajar con el arquitecto finlandés-estadounidense Eero Saarinen (curiosamente parte de la familia de los ancestros de Pelli viven en Finlandia) La última experiencia argentina de juventud fue la dirección de diseño del OFEMPE (Organismo Financiador de Empresas Mixtas Privado Estatal),  una organización que construía viviendas populares creada por la presidencia de Perón. Diseñó un pequeño barrio en Tucumán que recién conoció en 2010. En en el país del Norte nacería poco después Rafael, que es arquitecto, y se asoció a su padre en 2005.

Pelli pasaría diez años trabajando con Saarinen, en el estudio DMJM, y en el área creativa. Célebre fue la resolución del arquitecto argentino a las columnas centrales cruzadas del Centro de Vuelo TWA en el Aeropuerto Kennedy, en forma de las hoy icónicas alas de gaviota. También tuvo repercusión su diseño multicolor del ayuntamiento de San Bernandino. Allí el arquitecto argentino comenzó a experimentar con nuevas formas de fachadas de vidrio, que luego continuaría en los rascacielos. Además se destacaban sus proyectos por la celeridad en la construcción, y la estricta observancia de los presupuestos, vital en la crisis económica de fines de los setenta. A esta estrella en ascenso en el competitivo mundo de la arquitectura norteamericana, se sumaban sus clases en la prestigiosa Universidad de Yale, de la cual sería decano de 1977 a 1984.

A los 50, nueva vida, nuevo estudio

“Lo hice porque se sentí la obligación de hacerlo” repetía Pelli a su decisión de abandonar el estudio que lo había hecho famoso “Abrí mi estudio para diseñar la expansión y ampliación del MoMA (Museo de Arte Moderno de New York) en 1977. El primer rascacielos que diseñe fue una torre de departamento incluida en ese proyecto, que comenzó en 1977 y terminó en 1984”, de los inicios de César Pelli and Associates, en la pequeña Connecticut. Con 51 años puso entonces en marcha su emprendimiento y  tomó una decisión que determinaría su vida profesional: no correría riesgos, trabajaría con precisión ajustándose a un calendario y, sobre todo, a un presupuesto. Era lo que había aprendido en el estudio DMJM y fue la razón por la que consiguió firmar la ampliación del MoMA. La ampliación del MoMA fue criticada por poco ambiciosa. Pero significó el despegue de la carrera de Pelli con la calidad arquitectónica, industrial y anónima, entendida como eficacia y funcionalidad. Su sello sería un abordaje pragmático de temas de gran envergadura e impacto urbano, de allí que los rascacielos sean privilegiados, resolviéndolos mediante respuestas regidas por ideas contundentes, geometrías claras, refinamiento tecnología y un lenguaje cuidadosamente distanciado del experimentalismo y el conservadorismo. En este delicado equilibrio, sin entrar en las preocupaciones de los arquitectos del siglo XXI, fue precursor en instalar los edificios inteligentes, respetuosos del medio ambiente.

En 1984 culminó la sede de Goldman Sachs, el rascacielos más alto de Nueva Jersey. Cuatro años después concluyó el famoso Jardín de invierno (1988) —conocido como Brookfield Place— que formaba parte del World Financial Center, y fue dañado durante los ataques del 11 de septiembre a New York. Balmori, su esposa, quien falleció en 2016, idearía el paisajismo de ese proyecto, de los primeros pioneros en el mundo a la hora de combinar ahorro energético, densidad y revestimientos vegetales. Su gran salto internacional fue en 1991 con One Canada Square de Londres, un rascacielo de 48 plantas en la zona financiera de Docklands, el proyecto de gentrificación de la zona portuaria que inspiró a Puerto Madero en Buenos Aires, Argentina, y el distrito de San Pauli, Hamburgo, en Alemania.  Era un encargo tripartito privado que incluía un centro comercial y una estación de tren. Durante más de una década el edificio más alto del barrio financiero londinense, con sus 237 metros, ejemplo de su concepción minimalista y funcional, el remate piramidal, al igual que su gran superficie vidriada, permiten observar los cambios de luz y del cielo. Cumple con sus sobrios paneles rosados y negros, montados en un gigantesco vestíbulo de gran sobriedad, su misión primordial de símbolo del poder económico, edificio pensado para oficinas.

El edificio más alto del mundo es argentino

Para entonces, el arquitecto hecho a sí mismo, que había conocido las historias de la pobreza familiar, “mi abuelo era tan pobre que nunca se lavó los dientes y heredó nueve panes” en la nota citada a La Nación,  ya era un profesional resolutivo y cosmopolita. En Pelli se conjugaban la ambición de un latinoamericano, formado en la educación pública argentina y triunfador en el mercado norteamericano con grandes obras para el circuito financiero,  con el internacionalismo que arrasaba suprimiendo las identidades. Por ello resulta de relevancia las Torres Petronas de Kuala Lumpur, de 452 metros de altura y unidas por un pasadizo entre los pisos 41 y 42, y 88 plantas, que por una cuestión estructural eran el edificio más alto del mundo hasta 2003. Porque se inspiró en 1998 en las formas geométricas de la tradición islámica de Malasia, y el plano de las torres es un arabesco complejo que alterna crujías semicircurlares (en finas láminas) y angulares. Se encuenta dentro de las 28 hectáreas que incluyen un parque, un centro comercial y el auditorio de la filarmónica nacional; y fue encargado por la intendencia de Kuala Lampur dando inicio a la fiebre de los rascacielos en Asia. La brillante fachada de parasoles de alumnio inoxidable iluminaba la prosperidad de uno de los Tigres de Oriente que se apagó con el poderío chino de este siglo.

A partir de esa gloria del arte arquitectónico, Pelli nunca cesó de construir,  entre otros, barrios enteros en Londres —Canary Wharf—, el Museo Nacional de Arte de Osaka (enteramente una idea propia),  el urbanismo de Abandoibarra; rascacielos en España, en Madrid (Torre Cristal), Bilbao (Torre Iberdrola) y la controvertida Torre Sevilla, que puso en jaque la huella urbana de la emblemática Giralda; y el proyecto en curso de las Torres Maral en Mar del Plata “Principalmente -trato en mis obras de- reducir el consumo de energía y el impacto negativo del carbono sobre el edificio. Y cosas como que las maderas que uno usa sean de forestas sustentables, o que los materiales no vengan de distancias muy grandes (para no consumir tanta nafta en el transporte), o que los materiales no emitan gases tóxicos si ocurre un incendio. Todo esto lo que sostiene es la vida. No solo la vida humana, sino la del planeta mismo”, confesaba a Valeria Shapira en 2008, pleno apogeo de su nombre, y el estudio Pelli Clarke Pelli Architects. Llegaría en los dos mil a la Argentina su mano aclamada con la Torre Bank Boston (2001) y la torre correspondiente la Sede Corporativa Repsol YPF en Puerto Madero (2008), entre varios proyectos como un nuevo campus universitario en Córdoba, o un nuevo centro cívico en San Miguel Tucumán. Este hombre del mundo fallecería en New Heaven el 19 de abril de 2019.

Ha recibido 12 títulos honorarios y más de 200 premios por excelencia en diseño, distinguido con la medalla de oro del Instituto Estadounidense de Arquitectos (The American Institute of Architects, AIA). Pelli legó una mirada de la arquitectura cercana la de su hermano Víctor Pelli, impulsor de la vivienda social, en donde prima la resolución práctica, que no descuide el urbanismo circundante, antes que el nombre del arquitecto. Por eso sostenía, “el rascacielo como tipo, y no necesariamente por tamaño, tiene su problema en Buenos Aires. La riqueza de la ciudad está en los edificios que se han hecho uno pegado al otro, por medianeras. Uno ve calles como Guido o Quintana, donde hay edificios de 14 pisos, uno al lado del otro, con negocios en las aceras, que crean un ambiente humano muy rico, muy bien resuelto. El problema está cuando se construye un edificio rodeado de nada, sin negocios alrededor. Eso interrumpe la continuidad peatonal, que es lo más lindo que tiene Buenos Aires”, advertía César Pelli a los especuladores inmobiliarios, de ayer y hoy, que están demoliendo Buenos Aires.

 

Fuentes: Liernur, J. F. Arquitectura en la Argentina del siglo XX. La construcción de la modernidad. Buenos Aires: Fondo Nacional de las Artes. 2001; Atlas de Arquitectura Mundial del Siglo XX. Madrid: Phaidon. 2012; bacanal.com.ar/cesar-pelli/lanacion.com.ar/cultura

Imágenes: Télam / La Voz- Ramiro Pereyra

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