¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónBuenos Aires - - Miércoles 29 De Marzo
Antonio Berni excede el marco del arte argentino y su obra se transformó en uno de los grandes paradigmas del arte contemporáneo latinoamericano. El Caso Berni no solamente significa un mojón en el debate interminable sobre el compromiso del artista con su sociedad, sino que establece un inédito requisito moral. No se trata de pintar bien o mal, adherir a una escuela, sea metafísica, surrealista o del realismo crítico, sino que la epifanía de sus trabajos se alcanzan en una dimensión ética. Berni nos interpela a nosotros en el mundo, aquí y ahora, sin denuncialismos, sin ocultamientos. Sus temples en arpilleras, o gigantescas xilografías, valen miles de dólares, incluso en vida el autor de la famosísima “Manifestación” (1934) se paseaba palmeado en París y New York, pero se niegan al acto reduccionista del mercado “Los Juanitos Laguna han enriquecido a mucha gente y también a mí; pero yo no los he explotado, yo estoy reivindicándolos”, decía el pintor rosarino, quien con ternura representó las miles de vidas de pibes que siguen en las calles de Argentina. Y el atalaya debemos hallarlo en los gestos comunitarios de su brocha, martillos o cincel, debemos buscarlo “en el amor. Una forma de transmitir el amor es a través del arte…el amor a la justicia, el amor a la libertad, son otras formas de amor. Si no hay amor que transmitir, no hay pintura, no hay arte, no hay nada”. Acompañando en el desamparo y la miseria de sus Juanitos y Ramonas, Berni milita un mensaje de presente sombrío, y de mañana esperanzado, a tomar por asalto.
La génesis de sus icónicos personajes tienen puntos de encuentros en las experiencias personales y en la formación artística, “un glotón del conocimiento” lo definían los “muchachos de París” en 1926, aquellos que modernizarían el arte local a su retorno en los treinta. Berni, “que pasaba de una pintura posimpresionista a una pintura de tono delirante y a otra, con la mayor soltura”, en palabras de Horacio Butler, era un joven de veinte años que “encaraba el porvenir con gran optimismo”, algo diferente a sus colegas de las clases acomodadas. De infancia humilde, Antonio había ganado el derecho por una beca del Jockey Club de Rosario que premiaba al “niño prodigio” del cual ya se hablaba en los círculos porteños, luego de una muestra en la consagratoria galería Witcomb de la calle Florida. Y se notaba que tenía otra escuela, la calle, “era bastante callejero y difícil de gobernar, así que era mejor mantenerme alejado”, recordaba de su infancia entre Rosario y Roldán, un pueblo a 20 km de la ciudad santafesina, a dónde lo habían enviado luego de que su padre fuera a cobrar una herencia a Italia, y quedara alistado en el ejército durante la Gran Guerra, y allí desaparecería, “me gustaba vagar…,meterme en aventuras y, desde luego, a veces me quedaba fuera de casa horas y horas…se vivía en la calle, realmente se vivía…-para la verdad, que se aprende en la calle, no en los libros- hace falta que el escritor, el artista, esté en la calle y, luego, meter la calle en los libros, en los cuadros. Además, en la calle también está la mentira, y algunos no ven más que eso. O no quieren ver más que eso…yo creo que llevé la calle a mi arte todo…especialmente la calle me dio a Juanito Laguna y a Ramona Montiel…a mí me han alimentado y me interesan más las calles del suburbio”, rememoraba a José Viñals.
Y puesto a recordar los paisajes escolares que pintaba de las callecitas de Roldán, “mis primeros cuadros eran francamente impresionistas, influído por el medio ambiente”, reconocía Berni de los enseñanzas de los profesores catalanes, extrae uno de los modelos primigenios para sus Juanitos y Ramonas, “A los 15 años prácticamente vivía con una mujer. A mí siempre me ha interesado la mujer por la mujer –sus mujeres son centrífugas pictórica e ideológicamente, la matrona amantando en primer plano en “Chacareros” (1935.Museo Sívori), la modista pensativa, vencida, de “Primeros Pasos” (1937.MNBA), y las consumidas Ramonas finales de los Estados Unidos de los setenta-…”´sabe que yo vivo en una de esas casas que usted está pintando…por qué no se viene a tomar unos mates con nosotros?´ me dijo una muchacha una tarde…la familia era de apellido Cañada…-después del encuentro- toda la familia sabía de nuestra relación…en Ramona están fundidas muchas Ramonas, tanto la criollita ésa como las mujeres que conocí en los prostíbulos, la muchacha pueblerina que va a la ciudad y que tiene que defenderse, a su manera, en la lucha por la vida”, detallaba el artista, que antes de partir de aventuras por España y Francia volvió a Roldán para saber de su primer amor “Y había muerto la pobre muchacha en un accidente laboral”, decía acongojado Berni.
“No sé, no lo había pensado…a lo mejor, quién sabe; son tan extraños los caminos del subconsciente…”, confesaba Berni por la familiaridad semántica entre su Laguna y los Cañada, “Yo creo que los nombres de Juanito Laguna y Ramona Montiel son pura invención. En lo estrictamente nominativo, quiero decir. Pero no son pura invención en tanto representan personajes que yo he conocido y he vivido…Juanito Laguna puedo ser yo mismo también; pero también podría ser Cañadita, el hermano de esa chica, que trabajaba de peón en las chacras de niño, para las cosechas de maíz y trigo. Él vivía solo, en una casita a las afueras de Roldán…continué mi relación amistosa con él por muchos años”, cerraba de una amistad de muchacho, una de tardes humildes santafesinas, que nunca olvidó ¿El seminal collage “Juanito pescando” (1962. Castagnino+MACRO) quizá era un recuerdo de las tardes con Cañadita, que se iban a pescar en las afueras de Rosario, y con el ominoso paisaje industrial de fondo?
La mencionada obra ocurre en un momento crucial de la carrera del artista, en lo cual se lanza a lo desconocido, contemporáneo al brutalismo y los informalismos, de mediados del siglo pasado. Pero el Caso Berni tiene sus particularidades, sus genialidades que lo alejan de la mera efervescencia de las modas, con su mira puesta en el discurso social. Siempre “Algunos críticos afirman que mi aporte fundamental, en el plano técnico, lo he hecho el grabado. Muy bien: no digo que no; tal vez habré logrado en el grabado lo que he buscado en todos los órdenes de mi quehacer”, allí el Berni todo, el Berni de lienzos metafísicos, el Berni de las telas sociales, el Berni muralista, el Berni de las instalaciones de la Galaxia Ramona en el Di Tella, al fin, el Berni, grabador, “Hice mis búsquedas y experimentaciones y las consecuencias fueron que logré entronizar dos cosas: el relieve y el collage dentro del grabado”, decía con el Primer Premio de la Bienal de Venecia bajo el brazo, su mayor distinción internacional obtenida en 1962. Una búsqueda de la mano de su Juanito que había empezado con una serie de óleos, collages y xilografías de grandes proporciones, deudoras del realismo crítico anterior, aunque resignificado con el uso de materiales pobres, desgastados, estropeados. Chatarra, arpilleras, cartones y maderas, los elementos de construcción de las villas miserias, “Juanito es un niño del bañado de Flores”, repetía el pintor en momentos que los ahora llamados barrios de emergencia eran un tema recurrente de la literatura con Bernardo Verbitsky, “Villa Miseria también es América” (1957), o el cine con “El secuestrador” (1958) de Leopoldo Torre Nilsson, decimos renovaban el programa que Berni sostenía desde los treinta: la producción de imágenes políticas que intervengan en el debate público. Y para ello recupera el impulso de 1933 cuando por un año se dedica a la fotografía, no pinta, y registra a los futuros Juanitos y Ramonas en la periferia de Rosario, construyendo una interminable galería de personajes humildes, marginales y excluídos. Prostitutas, obreros, desempleados, hombres y mujeres de la calle son capturados por Berni en medio de un horizonte de certezas que incomodan, oprimen e impiden visualizar un futuro mejor. El pintor no dejaría de ir sumando modelos con sus fotos, en 1941 en el Continente –pobre-, y en la Argentina profunda, en Santiago del Estero, una provincia a la cual Berni volvía una y otra vez a descansar a las Termas de Río Hondo, pero que en los cuarenta durante largos años conoció de primera mano, convivió con ellos, los sufrimientos de los cosechadores de algodón y los leñadores, los paisajes de tierra seca y las casas paupérrimas de troncos –las poco conocidas “Team de fútbol” (1951, primera aparición de Juanito Laguna), “Los algodoneros” (1956) o “Rancho colorado” (1954) son su testimonio urgente de la injusticia y la soledad de los trabajadores golondrinas y la inmigración –deuda- interna. Al “permanentemente en marcha” realismo crítico, Berni le da una nuevo significado, como había hecho con el dogmático muralismo de Siqueiros llevando a la realidad argentina, y ahora para narrar –y narrarle- a los hombres de carne y hueso recombina los medios de expresión, comenzando con telas que adquieren relieve con una pasta pictórica –óleo y esmalte- que anticipan las búsquedas de texturas y relieves de los grabados-collages de Juanito y Ramona –y, más adelante, los cuadros de la Difunta Correa, inspirados en tierras santiagueñas en los setenta. Como otro preludio, esas telas invadidas de grasa de la serie “La cocina popular” estaban acompañadas por paisajes pintados entre 1953 y 1960, los cuadros de Villa Cartón, Villa Piolín y Villa Jardincito.
“En algún sentido, cuando presenté en la Bienal de Venecia a Juanito Laguna ¿a quién distinguieron los jurados? ¿Al artista sudamericano Antonio Berni? Sí, claro, pero también hicieron un señalamiento, subrayaron mi denuncia de las circunstancias infrahumanas en que vive todo un vasto y numerosísimo sector de la sociedad, hacinado en las Villas Miserias”, sentenciaba a la prensa apenas pisó Buenos Aires, sobre este personaje que influenció Atahualpa Yupanqui, la milonga “Juanito Laguna y el último payador”, y a los poetas Hamlet Lima Quintana y Manuel J. Castilla, los adalides del Nuevo Cancionero, que Mercedes Sosa registraría para la eternidad, “Juanito Laguna remonta un barrilete” y “La Navidad de Juanito Laguna” Otra excepcional voz, ahora del tango, pondría música a los desplazados de siempre del progreso y la modernidad capitalista, y entonces. Amelita Baltar grabaría “Juanita Laguna ayuda a su madre” de Ástor Piazzolla y Horacio Ferrer. Juanito y Ramona son tesoros nacionales.
“Ramona Montiel, el otro personaje de mi narrativa, motiva el empleo de elementos muy diferentes a los del mundo de Juanito, aunque el juego de mutación de objetos sea el mismo”, explicaba a fines de los sesenta Berni en uno de los tantos escritos del artista, que al menos a partir de las charlas de 1939 enhebra una sólida argumentación teórica de sus trabajos en artículos, conferencias y catálogos, “Ella es el símbolo de otra realidad social cargada de miseria, ya no en el exclusivo plano material, como en el caso de Juanito, sino en el otro, en el del espíritu, con sus desequilibrios neuróticos propios de una mujer…atrapada por la telaraña de consumo –luego del premio en Italia, Berni se desplaza a París y allí presentaría a Ramona Montiel, una prostituta cuya vida narra en un conjunto de collages y xilo-collages en el que utiliza materiales del mercado de pulgas francés- Ramona debe jugar un rol social…en la apoteosis, el cuerpo de Ramona colgado en las gancheras de las revistas frívolas, es ofrecido a la libido pública a tanto el kilo…dos realidades humanas: Juanito y Ramona, diferentes en su forma pero semejantes en el contenido, porque ambos son víctimas de las sociedades de los hombres…mis monstruos polimatéricos titulados “La voracidad” o “El gusano triunfante” son materialización de los dramáticos estados de ánimo de Ramona” contaba Berni ya el paso siguiente, sus monstruos, esculturas amenazantes y barrocas, que fueron una sensación en la presentación en el Di Tella en 1965, a continuación el mes siguiente de “La Menesunda” de Marta Minujín y Rubén Santantonín, con 40 mil asistentes –Berni ostenta uno de los récord de asistencia con una recordada retrospectiva en 1997 en el Museo Nacional de Bellas Artes.
Luego de su paso por Nueva York, con las últimas apariciones de Ramona en una cruda parodia de la sexualidad, y en medio de una pintura de explosión del color, Berni retorna a Buenos Aires en 1978, y se instala con su última esposa, Silvina Victoria, o Sunula (señorita en quechua), en un moderno departamento a metros del Parque Rivadavia –en ese momento aún Parque Lezica. A un par de cuadras tenía su taller en la esquina de Rawson y Lezica, una casa de dos plantas cercana a un centenario puente ferroviario, y a la vuelta de la galería de su amiga Teresa Nachman, Hoy en el Arte, en Gascón 36 –hoy en Juncal 848. Allí pintaría en 1981 sus últimos paneles para la capilla San Luis Gonzaga de Las Heras, provincia de Buenos Aires, y las últimas Ramonas, que dejaría inconclusas. A su modelo Graciela, Berni dirigía largas cartas con líneas de un hombre que avizora sus últimos alientos, y algunos poemas, que fueron publicadas por primera vez en 2001 por la revista cultural Ramona. En estos textos queda una vez más de manifiesto en Berni que Ramona excede a la prostituta y que representa un arquetipo femenino que cuestiona la opresión sobre las mujeres. Como en Juanito, el pintor reivindica a sus mujeres, a quienes cubrió con un manto de compasión por más que estuvieran expuestas visceralmente “¿Qué derechos sobre la mujer/tiene un hombre/más allá de lo por ella concedido/y por ella deseado…¡Inviolable es la persona humana/más aún su íntima morada” escribe el imaginero genial, el narrador visual firme junto al pueblo, esencial de estos tiempos oscuros y apestados, unos meses antes de morir “El cuerpo se palpa, el espíritu es una abstracción” es su punto y aparte de septiembre de 1981. Berni fallece el 13 de octubre “¡Ya no puedo volver al ayer/sobreviviré/mientras me acompañe/la sombra/de mi delirante aventura!” decía Antonio Berni, un artista que hizo un arte con sujetos plenos de derechos.
Fuentes: Poesías y cartas de amor de Antonio Berni en revista Ramona. Nro. 18. Noviembre de 2001. Buenos Aires; Viñals, J. Berni. Palabra e Imagen. Buenos Aires. Imagen Galería de Arte. 1975; Buccellato, L. Berni. Historia de dos personajes: Juanito Laguna y Ramona Montiel en catálogo Berni. Fundación Telefónica. Madrid. 1995; Dolinko, S. Arte plural. El grabado entre la tradición y la experimentación. 1955-1973. Buenos Aires: Edhasa. 2012
Fecha de Publicación: 14/05/2021
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