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Ir a la secciónBuenos Aires - - Viernes 02 De Junio
En 1905, en la hermosa ciudad de Rosario, nacía el que se convertiría en uno de los mayores pintores de la historia argentina: el ya mítico Antonio Berni. Pasando por el expresionismo y en algún punto por el surrealismo, en su madurez se dedicó de lleno al realismo, demostrando que además de un talento impresionante para pintar, era un artista con ideales humanos y, sobre todo, sociales.
A los diez años empezó como aprendiz en un taller de vidrieras policromadas. Todavía no sabía que el destino le tenía preparado un futuro brillante. Su maestro del taller le enseñó los primeros rudimentos del dibujo, disciplina que luego perfeccionó en su ciudad natal, asistiendo a cursos formales. A los quince ya había aprendido: su primera exposición (básicamente paisajes y algún que otro retrato) logró llamar la atención de la crítica especializada que lo consideró un “niño prodigio”.
A los veinte dio el primer salto: ganó una beca para estudiar en España. Conoció Madrid, pero también Toledo, Córdoba, Granada y Sevilla, ciudades que ostentan una arquitectura envidiable, que además le permitieron acercarse a la obra de autores como El Greco y Goya.
Meses más tarde, ya en 1926, conoció París. En la década del 20 del siglo pasado, París era una especie de Meca del arte pictórico (de alguna forma lo sigue siendo), donde vivían muchísimos artistas. En sus calles y bares, Berni conoció las vanguardias, que le mostraron lo que se podía hacer con técnicas “nuevas” como el grabado o el collage. Además, frecuentó el círculo de artistas argentinos residentes en la “ciudad luz”, integrado entre otros por Spilimbergo, con quien lo uniría una relación de amistad que duró toda la vida. Pero lo que más lo conmovió fue el surrealismo. Hoy en día, es considerado uno de los primeros latinoamericanos en trabajar ese estilo.
En 1930 volvió definitivamente a Rosario. Junto con Spilimbergo recibió su primer encargo importante: el Mural Botana. Quizás haya sido el muralismo lo que lo acercó a lo que podríamos llamar una “pintura comprometida”. Además, llevó adelante una actividad política muy intensa: creó la Mutual de Estudiantes y Artistas Plásticos y se afilió al partido comunista. En 1933 fundó el grupo Nuevo Realismo, orientado a convertir en obra de arte los pequeños detalles de lo cotidiano.
En 1936, instalado en Buenos Aires, comenzó a dar clases de dibujo en la Escuela Nacional de Bellas Artes. Ya era un artista consagrado. Le empezaron a llover los encargos: un mural para el pabellón argentino de la Feria Mundial de Nueva York, otros para la Sociedad Hebraica y el de las Galerías Pacífico. También incursionaba cada vez más en el retrato: hizo una serie de su mujer y su hija Lili. Estos retratos se consideran la transición hacia el expresionismo.
Ya en la década del 70, siendo uno de los artistas más grandes del país, se volcó hacia los trabajos escenográficos y decorativos, además de ilustraciones para medios argentinos y extranjeros. Más que nunca, se volcó al collage y a los mitos populares. Falleció el 13 de octubre de 1981, ya gozando, desde hacía tiempo, del prestigio y el cariño popular que supo ganarse tras una vida de trabajo y talento desmedido.
Fecha de Publicación: 02/12/2019
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