¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónHay artistas que sirven para acomodar una cierta visión del mundo. Y existen artistas que patean el tablero y nos enfrentan cara a cara con nuestros miedos. Unos prefieren replicar las buenas conciencias y lo políticamente correcto. Otros sacuden las tinieblas y delatan las penas, y esperanzas, de las almas y corazones. Primero ellos mismos, talentos inquietos que buscan, cortan, pegan, la luz y la oscuridad. Alberto Breccia pertenece a ese grupo, el artista uruguayo que revolucionó las viñetas con un trabajo de vanguardia, que incomodó a los contemporáneos y, recién en los últimos años del Viejo, conquistó “premios geriátricos”, asentía resignado. Breccia, un héroe del arte mayor de los argentinos, “si definimos como argentino a toda la historieta argentina realizada en el país llegaremos seguramente a la conclusión de que no sólo existe una historieta nacional sino que ella es una de las que han dejado su huella con más fuerza en el mundo” Breccia, El Viejo, un buscavidas en la locura cotidiana.
Alberto Breccia nació en Montevideo el 15 de abril de 1919 y a los tres años se instala con su humilde familia en Buenos Aires, en el barrio de Mataderos. En aquel paisaje en ancas de lo rural y lo urbano, en misterios de arrabal y pulperías extasiadas con los gloria boxística del Torito Justo Suárez, Alberto trabajaba en el escalón más bajo de la industria de la carne, al igual que su padre, tripero, “es el que limpia las tripas de la vaca, es quien le saca la mierda, un trabajo envuelto en mierda quince horas al día, por eso preferí dibujar”, acordaba sin pelos en la lengua. Ni en las manos. Completamente autodidacta, “agarraba una cajita, metía las témperas y un vaso de agua de esos con tapa, la ataba al manubrio de la bicicleta y me iba pedaleando hasta San Miguel a hacer paisajes”, transcribía Laura Vázquez, y vislumbraba un oficio de pintor que nunca abandonaría, “La plástica me interesó antes que la historieta…Toda mi vida he pintado; pero esta faceta está escondida, porque no quiero mezclar la hacienda” En aquellos años de adolescente publica en revistas barriales y, finalmente, ingresa a la editorial Láinez, donde ilustra y argumenta las series para las revistas Tit-Bits, Rataplán y El Gorrión “Trabajo esclavo, cobraba muy poco por viñeta, y hacía unas 30 para cobrar un poco más”, acotaba Breccia, que en 1941 se fue a Río de Janeiro con la intención de vivir del dibujo, sin penurias. Y fracasó.
“A los 19 años, en 1938, ganaba un peso por cuadro y lo copiaba todo -en especial a otro gran maestro argentino, el José Luis Salinas de “Hernán, el Corsario” (1937)-”, comentaba a Oscar Masotta, “más tarde vino la época Aventuras. Ilustraba entonces películas que adaptaron Demetrio Zadán, el poeta J.C. Ferreyra Basso, Vicente Barberi: “El delator”, “Dillinger”, “A sangre fría”, “Sin novedad en el frente”. Y “La madre” de Gorki, adaptada por Dardo Cúneo (un lejano antecedente de la pasión de Breccia en las adaptaciones literarias) Para entonces ni ellos ni yo sabíamos cómo se hace una historia en serio. Y después llegó la época de Vito Nervio. Cuando -Emilio- Cortinas se va el Uruguay, se prueban dibujantes para continuar la tira. La elección recae en mí y comienzo a dibujarla, aunque durante los primeros tiempos aparece todavía firmada por Cortinas. Yo he dibujado 500 semanas de Vito Nervio contra 75 de Cortinas. De cualquier modo, de todo aquello, nada es rescatable”, sentenciaría Breccia de la tira policíaca del “detective gaucho” que aparece desde el número uno de la revista Patoruzito de Dante Quinterno, en 1947. Alterna con decenas de trabajos en la editorial Códex, donde grafica tiras escritas por Abel Santa Cruz.
En 1958 ingresa a Editorial Frontera de Héctor Oesterheld y, bajo la libertad creativa del autor del Eternauta, cambia radicalmente su trabajo “industrial” por otro distinto, “antiutilitarista”, “me voy dando cuenta de que la historieta es otra cosa, y que no es la yanqui; la historieta yanqui es un producto, el dibujante hace un personaje, el sindicato lo toma, el mercado el acepta como acepta determinada marca de jabón”, comentaba del viraje que será su estilo inconfundible, inimitable, definido en marcados contrastes de blanco y negro cercanos al expresionismo.
La primera colaboración con Oesterheld será “Sherlock Time”, publicado en “Hora Cero Extra” y “Hora Cera Semanal”, e inaugura una de las mayores parejas creativas de la historietas mundial. Los climas opresivos y cerrados que imagina Breccia para el viajero del tiempo Sherlock y el jubilado Julio Luna, un autorretrato del mismo dibujante anticipándose al recurso tal usual hoy en día de contaminar ficción y realidad, son los adecuados de una trama que bucea en la subjetividad y, además, en la historia argentina. Desde “La gota”, el primer episodio en la tétrica casona de San Isidro, se suceden memorables pesquisas que poco de resultado definido tienen, invasiones inglesas o rosismo, y mucho de un clima de mayorías proscriptas y persecusiones violentas en ciernes. Breccia despunta además una manera de representar lo político, una mirada que debe ser construída con el lector y sus circunstancias, y que volverá con su versión del Eternauta, o los libros ilustrados del Che Guevara -en colaboración de su hijo Enrique, también un gran dibujante y creador de “Alvar Mayor” y “El Sueñero”. Sus hijas Patricia y Cristina también fueron dibujantes- y Evita -éste útimo recién se conocerá en 2002.
“A partir de aquí, el forcejeo siempre presente entre el encontrado, simplemente el oficio, lo artesanal, y la búsqueda, vagamente lo artístico”, reflexiona Juan Sasturain, “será el eje maestro que defina la obra de Breccia. Y es esa dupla inestable, con predominios alternos, mezclas, penetraciones mutuas, lo que mejor explica, si puede decirse, las aparentes contradictorias relaciones del autor con el género, tantas veces formuladas y actualizadas en cada obra: fidelidad y desconfianza; amor y desdén, la práctica y no lo lee; fervor y escepticismo, es un consumado y recurrido docente pero no acepta ningún tipo de maestrías o paternalismo; gratitud y reproche. En fin, una relación exigente, discutida, en la que los dos están siempre -saludablemente- pidiendo más”, bosqueja al actual director de la Biblioteca Nacional. Breccia en los sesenta será contratado por la prestigiosa londinense Fleetway Publications, que requiere sus trabajos destinados al exigente mercado europeo, y enseña en la influyente Escuela Panamericana de Arte, cuna de camadas de publicitarios, historietistas y artistas, y en el Instituto de Directores de Arte.
“A mí me gusta Mort Cinder. Pienso que es lo que mejor hecho. O lo único. Antes y después de Mort Cinder, nada”, enfatizaba Breccia a Masotta en la mítica Bienal de Historieta del Di Tella de 1968, y agregaba, “ya no sé nada sobre Mort Cinder. Si es un buen o mal trabajo. Para mí tiene valor porque mientras lo hacía, mi mujer se estaba muriendo. Ganaba entonces, en 1961, 4500 pesos por semana, mientras que mi mujer necesitaba 5000 pesos diarios para remedios. Yo creo que Mort Cinder es una buena historieta porque puse todo lo que estaba viviendo”, recalcaba orgulloso de haber rechazado una oferta de su editorial inglesa por esos originales en 1966, “es que me costaba desprenderme” Este nuevo pico creativo con Oesterheld, que se completarían con la segunda historia “latinoamericanizada” del Eternauta de 1969 y con Richard Long -la primera vez que manipula el collage, una de sus técnicas predilectas luego-, tenemos a otro viajero del tiempo que vuelve del más allá para dar a conocer un secreto, frente al anticuario Ezra Winston, y otra vez con los rasgos del propio Breccia “¿Está tan muerto el pasado como creemos?” es sólo algunas de las frases eternas de Oesterheld que encuentran al Breccia más experimental, más osado, y que será su marca , “dado que la historieta no me hecho ganar dinero, puedo permitirme hacer lo que quiero”, diría en la década siguiente cuandos sus adaptaciones de H.P. Lovecraft (con guiones de Norberto Buscaglia), Edgar Allan Poe y Horacio Quiroga (guión de Carlos Trillo) serían admiradas en Italia, donde obtiene en 1973 la mención especial del Salón Internacional de la Historieta de Lucca, y Francia. Es invitado de honor de la Bienal de Arte Moderno de San Pablo.
“Yo estudiaba con mucho cuidado la iluminación”, comentaba Breccia en el documental “Maestros del Cómic·, en una transcripción de Judith Gociol y Diego Rosemberg, “en busca de efectos que me importaban y utilizando, en aquel entonces, más que nada las hojas de afeitar para trabajar en lugar de la pluma o el pincel. Aunque hay mucho pincel también, prácticamente lo que es la línea está hecho con hojas de afeitar, con lo cual se logran efectos muy lindo porque puede ser usada como espátula, lo que da mucha frescura del trabajo, mucha soltura, le da vigor”, detallaba sobre su masterpiece, Mort Cinder “Un tal Daneri”, la historieta negra de personajes sórdidos, marginales y perdedores de 1974 junto a Trillo, potencia los recortes y claroscuros sin respiros. Casi los únicos blancos son las separaciones entre cuadritos. Breccia volvía en los aires, y fondos, a su Mataderos de la infancia, “esos paredones de ladrillo, esas calles de barro, esas nubes que parecían estar al alcance de la mano de tan bajas. En Mataderos yo ví dos duelos criollos, protagonizado por el Pampa Julio, un príncipe ranquel que se había hecho guapo. Uno de estos duelos era a planazos (golpe propinado con la parte plana del cuchillo en la cabeza) y se iban rebanando de a poco. Ese era el Mataderos de Daneri”, comentaba a Trillo y Guillermo Saccomanno. Durante el proceso se acentúan sus encargos en el exterior y, entre nosotros, realiza en tinta china dibujos para la serie televisiva de ATC “Microhistorias del mundo”, que es censurada en 1981.
“Perramus” con guión de Sasturain de 1983 es la representación grotesca, e irónica, de la atmósfera cruda de los años de plomo. También del infinito amor por la literatura de ambos, con un Jorge Luis Borges de personaje fundamental. Breccia nuevamente escapa a un estilo, a sus celebrados abismos negros, y encuentra nuevas formas, incluso dentro de las tradición de la caricatura -en 1989 obtuvo un premio Amnesty por mejor libro a favor de los derechos humanos. Su última gran obra sería la adaptación de “Informe sobre ciegos” de Ernesto Sábato, un proyecto que estuvo en su tintero durante 20 años, y que es una versión alucinada del clásico de la literatura nacional, este relato central de la novela “Sobre héroes y tumbas” (1961) Alberto Breccia fallece el 10 de noviembre de 1993 en Buenos Aires.
Maestro en el uso rupturista de las técnicas plásticas en un arte de masas, faro en el arte de las adaptaciones literarias en otros canales, a Breccia le caben las palabras de Masotta, citando a Sartre, “decía siempre todo, de una sola vez, y después, de nuevo, todo de otra manera” El Viejo, maestro rioplatense de la historieta mundial, maestro de la incomodidad que requiere una mirada atenta del lector, una postura, una decisión.
“No debo admitir que sea un dibujante para selectos, porque pecaría de vanidoso. Me colocaría un poco en la posición del artista maldito. Yo creo que los editores no quieren arriesgar, porque tiene la facilidad de vender chorizos cuando podría vender un producto un poco más difícil, y de esa manera ir imponiendo una línea de cómics… yo no me considero un autor de minorías. Si lo soy es porque no se me edita para la mayorías” en Vázquez, L. El oficio de las viñetas. La industria de historieta argentina. Buenos Aires: Paidós. 2010
“Mort Cinder es la muerte que no termina de serlo. Un héroe que muere y que resucita. En Mort Cinder hay angustia, hay tortura. Respondía quizás a un particular momento mío, pero mucho de ese clima lo determinó Breccia, mucho más torturado que yo. El dibujo de Breccia tiene una cuarta dimensión de sugestión que lo aparta de los demás dibujos que conozco, esta sugestión inacabable lo valoriza y suscita ideas en el guionista” Héctor Oesterheld en Masotta, O. La historieta del mundo moderno. Buenos Aires: Paidós. 1970
Fecha de Publicación: 15/04/2021
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