Dicen que, en toda crisis, hay una oportunidad: la historia de Álvaro y Andrea confirma esa afirmación. De un plan improvisado para salir del paso cuando estalló la pandemia, crearon un negocio que no para de crecer. Conocé la historia de esta pareja e inspirate.
Ella, venezolana; él, argentino. El destino los cruzó hace 5 años, mientras seguían sus propios caminos viajando por Sudamérica. Andrea Pisani venía bajando desde Venezuela hacia Chile. Álvaro Medina venía subiendo desde Argentina hacia Colombia. Se cruzaron en Ecuador y descubrieron que tenían planes similares: conocer lugares y trabajar para poder abastecerse durante el viaje. Entonces, decidieron continuar recorriendo el continente juntos. Dos años después, juntos también, cruzaron el océano y siguieron su camino hasta Europa.
Luego de mucho deliberar, se instalaron en la ciudad de Valencia, en España, con mucha expectativa y algunos ahorros. Al poco tiempo, sucedió lo impensado: la pandemia y el confinamiento desconfiguraron sus planes, y los ahorros se esfumaron en cuestión de meses.
Pero no permitieron que las circunstancias los sobrepasaran. Álvaro había estudiado gastronomía y tenía allí una potencial herramienta de trabajo. A mediados de 2020, comenzaron un proyecto que, en un principio, habían pensado para salir del paso y, con el tiempo, salió mucho mejor de lo que podrían haber imaginado.
Compraron una “pastalinda” en un chino, un palo de amasar, mucha harina, y pusieron manos a la obra. Comenzaron a elaborar pastas frescas (ravioles, panzotis y tortelinis) a mano, con mucho amor y sin moldes. Debido al confinamiento, apelaron a la tecnología para poner sus productos en la calle. Crearon una página web y comenzaron a ofrecer las pastas, en principio, a los argentinos residentes en Valencia, tomando pedidos con 24 horas de anticipación. Al poco tiempo, y por solicitud de sus clientes, agregaron salsas a la propuesta.
El negocio comenzó de a poco, elaborando con una o dos porciones por día. Se sumaron clientes españoles, quienes no estaban habituados a comprar pastas frescas caseras al igual que lo hacemos en la Argentina. Hoy alcanzan los 100 kilos semanales y ofrecen 13 variedades de rellenos y ocho tipos de salsas diferentes.
Los primeros meses, el lugar de producción era su propia casa, donde trabajaban a tiempo completo. Cuando les quedó chica, alquilaron la cocina de una rotisería que no la utilizaba por las mañanas, pero —a medida que los pedidos aumentaban— el espacio dejó de ser suficiente, ya que no tenían sitio donde dejar sus materias primas. Entonces, fueron por todo: alquilaron un local, en el que invirtieron 10 mil euros y utilizaron, en su mayoría, elementos reciclados. Sin embargo, hay algo que no cambió: los pedidos se siguen realizando de miércoles a viernes, y los hace Álvaro personalmente, montado en su bicicleta.
Pastas de calidad y con calidez
Nada le gana a la comida casera, y el proyecto de Andrea y Álvaro conserva esa esencia desde el comienzo. Las pastas que pueden conseguir los españoles en el supermercado no tienen competencia con los productos artesanales de Una Rica Pasta. Entre ellos, los sorrentinos se llevan todos los aplausos.
Además, los precios continúan siendo asequibles, sin descuidar la calidad. Una porción para una persona vale 3,75 euros y una salsa para cuatro personas sale 4 euros. Además, está el toque personal que siempre suma un plus para el cliente: las pastas vienen acompañadas con tips para cocinarlas y sacar lo mejor de esa experiencia culinaria.
Así, casi sin proponérselo, Andrea y Álvaro se convirtieron en emprendedores exitosos en un contexto en el que parecía que todo iba a salir mal. Porque, efectivamente, en toda crisis hay una oportunidad.
Imágenes: Una Rica Pasta
Licenciada en Comunicación Social y correctora. Nacida y criada en el oeste del conurbano bonaerense. Sagitariana, vegetariana, crossfitera y viajera. Estoy convencida de que, con las palabras, podemos hacer magia. Pasen y lean.