¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónBuenos Aires - - Martes 30 De Mayo
Es muy común que quienes vivimos afuera del país tengamos momentos más difíciles que otros. Es verdad que quien decidió vivir afuera tiene una forma particular de ver el mundo y, salvo que la emigración haya sido obligada (sea por el motivo que sea) lo más probable es que tenga una personalidad amante del descubrimiento, lo nuevo, la aventura, el desafío. Pero, aunque en nosotros viva el espíritu de Américo Vespucio y nos lancemos al océano “a ver qué encontramos”, tarde o temprano aparece la melancolía. Lo que nunca me esperé es que me aparezca por la nariz.
En muchos casos esa sensación se da con fechas: cumpleaños, aniversarios, fiestas de fin de año y hasta feriados (en Napoli conocí a un cordobés que me contó que los días que peor le caían a nivel anímico eran los 9 de julio, no solo porque le recordaba más que nunca lo lejos que estaba de la patria sino porque extrañaba horrores la fiesta que se armaba en su pueblo). En otros casos, con eventos: conocí a una chaqueña que hacía ya casi dos años estaba viviendo en Roma (en una de las casas más lindas que vi en mi vida) que, al enterarse de que había nacido su sobrino sacó pasaje para la semana siguiente. Ella, obviamente, estaba al tanto de que su hermana estaba embarazada, pero cuando el whatsapp le avisó que tenía una nueva foto, la abrió y vio que era la cara de un bebé recién nacido, se le cayó el mundo abajo: de repente toda la aventura dejó de tener sentido.
Yo, por suerte (o no, depende cómo se lo mire) soy bastante desapegado. Solo necesito estar cerca de mi hijo. Pero descubrí, hace bastante poco de hecho, que tengo un punto débil: la nariz. Cuando pasábamos los veranos juntos, mi abuelo materno usaba un protector solar que se llamaba “Sapolan Ferrini” (acabo de googlear y Mercado Libre me confirmó que sigue a la venta). Bueno, a pesar de lo que diga Google, nunca más me había cruzado con ese protector que, dato no menor, tiene un aroma muy particular. Este verano que terminó hace un mes, en una de las playas más lindas que conocí, una señora italiana (que tendría unos diez años menos de los que tendría mi abuelo si todavía viviera), se estaba pasando una crema que creo no era la Sapolan pero tenía el mismo aroma. Estuve a un segundo de tirarme al agua y nadar hasta el Río de la Plata. Toda mi infancia, mis momentos felices y mis recuerdos familiares se hicieron presentes en ese olor. Todavía no sé si tendría que haberle agradecido a la señora o si debería odiarla de por vida. Me inclino más por la primera opción.
Fecha de Publicación: 24/11/2019
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