En la guerra de Vietnam murieron más de 2 millones de personas. Fue una guerra que tuvo lugar en el momento más álgido de la guerra fría, conflicto que, afortunadamente, nos mantenía a una distancia saludable. Pero no por eso hay que creer que ningún argentino fue víctima de la invasión yankee al territorio asiático. Ignacio Ezcurra, un fotógrafo nacido en San Isidro, perdió la vida en el conflicto.
Ignacio había viajado como corresponsal del diario La Nación. Primero pasó por París: era más fácil conseguir la visa para entrar al territorio en conflicto si los que la solicitaban eran las autoridades francesas. Luego de muchos trámites y algunos malabares diplomáticos, lo logró. Tenía su permiso. También el boleto a Saigón. Llegó en abril del 68.
El único periodista latinoamericano en Vietnam era argentino
Ezcurra era el único periodista latinoamericano presente en el conflicto, por lo que usaba los servicios de Associated Press, una agencia de noticias internacional que había desplegado sus recursos por el país de Ho Chi Minh. El 8 de mayo publicaba la primera crónica. En casa había dejado a una mujer de 25 años embarazada de tres meses y a una hija de un año. No se le había cruzado por la cabeza no volver.
Un día más tarde, Ignacio subía a un jeep junto a otros colegas para tratar de acceder a un terreno difícil, según se supo después por sus compañeros de viaje, consciente del peligro que corría. En ese mismo jeep, horas más tarde, alguien rescató y protegió el casco con su cartel de “Press” y su inseparable cámara Pentax. Nunca se supo nada más de él.
En momentos en los que lamentablemente en nuestra región podemos comprobar cómo los regímenes totalitarios suelen hacer foco en la prensa como principal enemigo (el combate simbólico es por lo menos tan importante como el real), desde Ser Argentino le manifestamos nuestra admiración y agradecimiento a todos los que arriesgan sus propias vidas para relatar los hechos de la manera más objetiva posible. Estés donde estés, Ignacio, gracias por todo.
Hipólito Azema nació en Buenos Aires, en los comienzos de la década del 80. No se sabe desde cuándo, porque esas cosas son difíciles de determinar, le gusta contar historias, pero más le gusta que se las cuenten: quizás por eso transitó los inefables pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Una vez escuchó que donde existe una necesidad nace un derecho y se lo creyó.