¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónBuenos Aires - - Martes 07 De Febrero
Algunos de los inventos argentinos son un cliché. Y, si bien es probable que hayan sido inventados en territorio nacional (habría que investigar un poquito el tema, pero no es este el espacio ni el momento para hacerlo), podrían haber sido concebidos en cualquier otro punto del globo terráqueo. Pero también hay otros que realmente nos representan. El alfajor es uno de los integrantes de este último grupo.
Y cuando hablamos de que nos representa es porque lo hicimos nuestro, aunque la historia lo rastree mucho antes de que lo descubriéramos por acá.
Es cierto que si quisiéramos buscar el origen mismo del alfajor, deberíamos remontarnos muchísimos años atrás y lejos no solo del país, sino del continente, pero no es de ese alfajor del que estamos hablando. Es más, lo único que tienen en común nuestro argentinísimo alfajor y el de origen árabe es el nombre. Por lo demás, no se parecen en nada.
Si nos embarcáramos en la tarea de encuestar a generaciones completas de argentinos y consultar por cuál es su golosina favorita, sin duda alguna, el alfajor llevaría el primer puesto. No hay quién no tenga recuerdos de la infancia vinculados a este delicioso producto. Salir al recreo del colegio y comer un alfajor, de seguro, hacía que se disfrutaran más los minutos previos a que sonara la campana para volver a clases. O que algún pariente regresara de vacaciones y trajera de regalo el tesoro de caja amarilla con los marplatenses, que ni nombrar es necesario. Ahora se consiguen en cualquier ciudad del país, incluso en el exterior, pero los más grandes lo saben: hace años atrás sólo eran la reliquia del que viajaba a “La feliz”. En los cumpleaños, si ponían alfajorcitos en alguno de los platos con dulces, había que ser rápido para llegar a comer uno antes de que “volaran”.
No faltaba el compañerito enamoradizo que regalaba alfajores, y ni hablar del maravilloso momento en que alguien inventó los triples. Así podríamos continuar enumerando situaciones en las que el alfajor acompañó la infancia de la mayoría de argentinos para ganarse el lugar de privilegio que tiene.
En su versión ideal, en su versión platónica, en la “idea” misma del alfajor quizá sea necesario el dulce de leche para existir. Lo que le potencia la argentinidad. Casi podríamos decir que lo “unta” de argentinidad. Por eso el alfajor de fruta no debería llamarse alfajor. Y lo que tiene ese engendro de ninguna manera debería llamarse fruta. Sabrán disculpar sus defensores y adeptos, pero acá estamos hablando del alfajor casi como un emblema nacional. Y como supondrán, no hay discusión posible sobre cuál es el relleno que gana por knock out.
Lo más grande es que el alfajor se puede comer siempre. En cualquier momento. Vale en cualquiera de las 24 horas del día. No hay alimento más versátil: puede ser un postre pero también un desayuno. Se puede acompañar con algo dulce (gaseosa), amargo (café) y hasta ácido (jugo de naranja). Entra en el bolsillo de una campera, en la mochila o la cartera. Es una forma rápida, efectiva y placentera de sacarse el hambre de encima durante un ratito.
Como si fuera poco, un antojo de alfajor es de los más fáciles de sacarse el gusto, no como un helado o una torta en especial. A esta golosina la encontras en cualquier kiosco, en las estaciones de servicio, supermercados, hasta la venden en farmacias. Nunca te va dejar a “gamba”.
En síntesis: es muy gauchito. Siempre está dispuesto a dar una mano. ¿Hay algo más argentino que eso?
Fecha de Publicación: 20/04/2022
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