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Ir a la secciónBuenos Aires - - Martes 31 De Enero
Hacia mediados del siglo XX, y algunas décadas después también, quien quisiera ostentar de tomar buen vino seguramente tendría en su copa un cabernet sauvignon. Sucede que el amor incondicional que hoy tenemos los argentinos por el malbec es más bien nuevo, desde que esa cepa se volvió sinónimo de nuestro país en el exterior. Anteriormente, el malbec se utilizaba para producir vino de mesa, para quienes no tenían mayores pretensiones que echarle un chorro de soda y echarse, después, a dormir la siesta.
Pero volvamos al cabernet sauvignon. Durante un largo tiempo, en la Argentina las botellas de vino no indicaban el varietal, como lo hacen ahora. La gente elegía el vino por la marca, pero desconocía qué era exactamente lo que contenía. Bueno, sabían lo que necesitaban saber: era una botella de vino tinto. Y punto. En Europa, los vinos se distinguían por su denominación de origen, pero en nuestro país el vino se producía únicamente para el consumo interno, por lo que el foco estaba más puesto en la cantidad que en la calidad.
Hasta que alguien pensó que sería un buen negocio virar también hacia el mercado internacional, y muchos otros comenzaron a imitarlo. Los productores argentinos tomaron como referencia el modelo californiano, en el que los vinos se distinguen por su cepa y no por su origen, como en el modelo europeo. Fue entonces, entre las décadas del 70 y del 90, que el cabernet sauvignon argentino salió al mundo, así, con nombre y apellido.
Los vinos de alta gama —es decir, los que se exportaban y los que consumía la gente “bien” en sus ágapes y en los restaurantes más importantes del país— eran, entonces, hechos a partir de cabernet sauvignon.
La del cabernet sauvignon es una uva originaria de la región francesa de Burdeos, que nació a partir del cruce entre el cabernet franc y el sauvignon blanc. Llegó a la Argentina a mediados del siglo XIX gracias al agrónomo Michel Pouget. Pero no solo aquí prendió bien esta uva, ya que es una de las más plantadas alrededor de todo el mundo.
Por eso, la posterior elección del malbec como cepa insignia de la Argentina tuvo mucho sentido. Se trata de una uva con la que hoy se asocia a nuestro país, dado que nadie la produce ese varietal como los argentinos. Para competir en el mercado internacional, fue una apuesta ganadora que permitió que el país se destacara inmediatamente, a diferencia de lo que sucede con el cabernet sauvignon, un terreno en el que hay mucha más competencia.
A partir de la revolución del malbec, la superficie plantada de cabernet sauvignon disminuyó un 15,7% desde 2010. Hoy, ocupa el cuarto lugar después del malbec, la cereza y la bonarda, con un 6,5% del total del país.
Por más fama que haya logrado el malbec en las últimas décadas, el cabernet sauvignon sigue ocupando un lugar destacado en las mesas argentinas. Clásico de clásicos, algunos de los mejores vinos de nuestro país están hechos a partir de esta cepa noble, con un cuerpo, un volumen, una estructura y una complejidad que no es fácil de conseguir. Además, los cabernets suelen ser muy buenos vinos de guarda ya que, gracias a su elevado contenido de taninos, puede añejarse y guardarse muy bien.
¿Para acompañarlo? Carnes rojas, quesos, frutos secos y chocolate amargo son algunos de los sabores que maridan bien con esta cepa. Además de una tardecita fresca o una noche de cine, mantita y sillón.
¿A ustedes también les dieron ganas de abrir una botella?
Imagen: Pixabay
Fecha de Publicación: 25/09/2022
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