Podríamos plantearlo como una simple visita, pero es mucho más que eso. Antes se realizaba en la Peatonal San Martín, luego en la Plaza 1° de Mayo. Posteriormente, el Municipio la trasladó a un sector de la costanera baja. En el Puerto para ser más exactos. La feria de artesanos está llena de gente proveniente de otros lados, pero en la capital entrerriana tiene toda su identidad. Una que no se borra. Que mezcla lo viejo conocido con la reinvención.
Así, cada año podemos ver fierros, que luego se cubren de lonas para finalmente convertirse en carpas. Son ciento de ellas. Una detrás de la otra, no permiten visualizar dónde termina el recorrido. Nos encontramos con ella al menos tres veces al año: vacaciones de julio, semana santa y fiestas navideñas. Inclusive, algún que otro Día del Niño también contó con su presencia.
Una frase de cabecera
“¿Qué hacemos este finde?, ¿y si vamos a los artesanos?”, son oraciones recurrentes entre familias, amigos y parejas. No se trata de un lugar al que paranaense va a comprar, sino más bien a compartir. Es una tradición con la que todos crecimos. Desde chiquitos estamos acostumbrados a que nuestros papás nos lleven de paseo.
Después, al hacernos más grandes, repetimos la secuencia con otros matices. También, es un buen laberinto en el cual hundirse cuando se está en busca de un momento a solas. Claro que los productos exhibidos forman parte del atractivo. Sin embargo, su esencia especial radica en que nos une, nos encuentra.
Afuera y adentro
En su exterior hay innumerables puestos de comidas, en especial vendedores ambulantes. “Garrapiñada, algodón de azúcar”, se los puede escuchar entonar como un cantico. Y los ves a lo lejos, con pedazos de nubes de color celeste, amarillo y rosado insertados en un fino palo de madera. Es fácil recordarlo porque suelen tener alguna que otra astilla que pinchan los dedos. Aunque no importa, porque saben a infancia y eso conmueve. Asimismo, se ofrecen panes con chicharrones, churros y tortas fritas. Por suerte, el acceso con alimentos está permitido. Caso contrario estaríamos perdidos.
Nunca es posible decidir por dónde conviene ingresar. Se puede hacer desde cualquiera de sus extremos, o bien directo en el medio. Los lugareños sabemos ser estratégicos con los horarios para no encontrarnos con el colapso de gente. Aunque hay quienes eligen ir un domingo a hacer sociales.
Entre la multitud vamos a observar a más de una cara conocida, ya asistimos con esa idea. De cualquier manera, se siente confortable. El aroma a incienso abunda en cada tramo y los murmullos fuertes se adhieren a los oídos. Es verdad que a veces se sale aturdido. Pero claramente es algo con lo que podemos vivir, sino ni siquiera estaríamos dispuestos a pisar su suelo.
Costumbre paranaense
Productos elementales y decorativos. Emprendedores y puesteros de otras provincias dispuestos a contar sus historias con entusiasmo. Ni hablemos de las piedras preciosas que brillan con sus tonos vibrantes y potentes energías. Cada una con su diversas propiedades y engarzadas en arreglos de alpaca o plata. Cuadros pintados a mano, jaleas de todos los gustos y tablas para el asado con los motivos más originales.
Es difícil salir con las manos vacías después de tantas propuestas ante nuestros ojos. Los artesanos están disponibles durante todo el día. Desde la mañana hasta las últimas horas de la noche. Pero todo tiene un final y, así como llegan, se van. Nos despedimos de ellos con la alegría de que nos vamos a volver a ver. Y así va a ser.
Argentina, más específicamente de tierras litoraleñas. Nací en Entre Ríos y soy Comunicadora Social. Me especializo en la redacción en todas sus formas e intento crear imágenes mentales a través de las palabras. Melómana y apasionada de la semiótica por las miradas que nos aportan del mundo. La curiosidad siempre me mantiene en movimiento.