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¿Una tradición obsoleta?

En las diferentes fiestas regionales, provinciales y nacionales, la elección de reina es el eje de la fiesta. Córdoba no es la excepción.

Cordobeses: fiesteros, chamuyeros, cuarteteros y graciosos. Esos son solo algunos de los adjetivos que se nos adjudican y que forman parte del estereotipo cordobés. La evidencia de que esos calificativos no están tan errados es la cantidad de fiestas regionales, provinciales y nacionales que tenemos en Córdoba. La provincia de Córdoba es cuna de las fiestas de todo. Donde haya motivo para festejar, allí estaremos. Al pie del cañón: priteau en mano y a la espera de un cuartetazo para bailar. La Fiesta Nacional del Sorgo, del Oro Blanco, del Tambo, del Olivo. Y podría seguir la lista infinitamente. Todas estas celebraciones, que nos reúnen con las intenciones más reivindicadoras y visibilizadoras de nuestra cultura, tienen una instancia de elección de reina. Este suceso es el centro de atención de muchas de las fiestas a nivel nacional.

Los argentinos tenemos la costumbre de elegir reinas: de comparsas, de batucadas, de festivales, etc. Siempre hay una reina. ¿Serán los restos que nos dejaron los colonizadores? Una necesidad casi visceral de instaurar una monarquía. Con una reina hegemónica, esculpida por el artista mejor reconocido. Que cumpla con todos los requisitos de estereotipo de “mujer perfecta”. Una reina sin poder. Que ejerza su monarquía solo mostrando su cuerpo y una sonrisa simpática.

¿De verdad necesitamos una reina?

En Córdoba, como en casi todo el país, los festivales tradicionales que más nos representan proceden a la elección. Cientos y miles de mujeres de todas las edades (eso sí, muy viejas no) se postulan para cumplir un sueño: ser la reina de la localidad. Recibir un premio y un ramo de flores por tener el mejor cuerpo y ser simpática. No es que el sueño de vivir del propio cuerpo o de ser reconocida por este sea juzgable. Cualquier aspiración es válida. Sin embargo, reducir la trayectoria de miles de mujeres solo a tener un cuerpo que cumpla con los estándares de belleza es anticuado. Ya se trata hasta de una cuestión de tiempo: es anacrónico seguir teniendo concursos de belleza. Sobre todo, cuando el avance de los movimientos que luchan por los derechos de las mujeres y las disidencias es inminente.

A veces incluso hasta niñas se postulan en las fiestas en las que la elección también las interpela. Así, se convierten desde pequeñas en cuerpos cosificados y con un rol social claramente demarcado: ser bonitas. Sus infancias se ven regidas por un axioma: solo siendo bonita podré ser reconocida.  Además, la elección de “niñas reina” alimenta la hipersexualización de las pequeñas. Rompe con el cuidado de la infancia, ya que estas se encuentran expuestas, exhibidas como si fueran muñecas. Pero no lo son: son niñas.

Las medidas de la perfección

Este sistema de elección de reina perpetra dinámicas misóginas, a partir de las cuales se establece que, si sos mujer, solo se puede aparecer en la escena pública si sos bella. Bella en los códigos marketineros del término. Y mujer, en términos biologicistas. Del famoso 90-60-90 como números de la perfección, el deseo y la realización personal.

Todas las fiestas mencionadas anteriormente cuentan con esta instancia. Como argentinos, y cordobeses, además de enorgullecernos de nuestras características, además de reivindicar nuestras costumbres y defenderlas frente a cualquiera con uñas y dientes, también debemos revisarlas. ¿La elección de una reina no será una tradición obsoleta?

Una revisión de las costumbres

Teniendo en cuenta el crecimiento del movimiento feminista en los últimos años. O los festivales que apelan a abolir cuestiones de género: como el festival de las mujeres asadoras en Marull. Podemos reinventar nuestras tradiciones y dejar de apoyarnos en estereotipos, en etiquetas. Las elecciones de reinas se basan en cuerpos hegemónicos y siguen una idea normativa del “cómo hay que ser”. Pero ¿cuántas veces nos dijeron a los argentinos cómo debemos ser y no les hacemos caso? Los argentinos somos como somos, y nos enorgullecemos. De las puertas para afuera eso es una cualidad que podría considerarse positiva. De las puertas para adentro, tenemos la obligación de ser críticos.

Como argentinos, como cordobeses, tenemos la responsabilidad de actualizarnos. Escuchar lo que pedimos las mujeres y disidencias de todo el mundo, de todos los países: sobre todo, del nuestro. Un paso significativo para construir una sociedad más justa sería reconocer que el rito de elección de una reina, y todo lo que eso conlleva, es denigrante. Sobre todo, por los criterios de evaluación. Será que alguna vez podremos hacer una elección de reina o rey sin importar su género. Sin importar su aspecto corporal, sus medidas y su peso. Donde la evaluación pase por el humor, la inteligencia o la habilidad corporal. Miles de otros criterios que no se apoyan en la idea de un cuerpo perfecto son mejores opciones. Será que podemos, desde nuestras costumbres, aportar a un nuevo mundo. Donde “lo que hay que ser” no exista. Donde no haya reglas para existir. Y donde la norma no castigue a los cuerpos, ni los moldee a su preferencia.

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