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Presidente Martín Fierro: José Hernández y sus mundos

El autor de poema nacional fue además militar, político y periodista. Pero de esto poco se habla.

Cuando falleció José Hernández (1834-1886) los diarios de la época saludaban al “senador Martín Fierro” Allá lejos, y hace tiempo, iniciaban una tendencia de ocultar a un hombre político que por cierto resulta incómodo por palabras como éstas en “El Argentino” (1863) de Paraná, “El general Peñaloza –que había peleado a sangre y fuego contra el centralismo bonaerense de Rosas, al igual que Urquiza, Hernández y…Sarmiento-  ha sido degollado. El hombre ennoblecido por su inagotable patriotismo, fuerte por la causa de su santidad de su causa, el Viriato argentino –un histórico líder lusitano que resistió al imperio romano-, ante cuyo prestigio se estrellan las huestes conquistadoras, acaba de ser cosido a puñaladas en su propio lecho, degollado, y su cabeza ha sido conducida como prueba del buen desempeño de su asesino, al bárbaro Sarmiento”, defendiendo Hernández la causa moribunda de la Confederación  uquicista frente al intervencionismo centralista mitrista,  que sofocaba a las últimas montoneras amparado en el lema sarmientino de “no economizar sangre de gaucho” –en verdad las últimas  montoneras fueron los de Ricardo López Jordán, presunto instigador del asesinato de Urquiza, a las cuales se uniría Hernández en 1870. Y sin embargo cuando el futuro autor del “Martín Fierro” dirija “El Río de la Plata” (1869-1870) sus cañones apuntarán más a los peligros del mitrismo, bombardeando una inveterada arrogancia porteña, que a la presidencia de Sarmiento, quien continúa interviniendo provincias desde Buenos Aires a gusto. Y, más tarde, será un conspicuo representante del oficialista “paz y administración” roquista, en la legislatura provincial bonearense, alejándose de cualquier ideario populista. El gaucho, y la campaña,  quedaban alambrados y perdidos en la polvareda del último Hernández, algo que se vislumbraba en el itinerario de su célebre gaucho que en la “Ida” va como renegado,  y en la “Vuelta”,  retorna integrado a la Argentina agroexportadora.  

Tal vez el mejor resumen biográfico sea uno de Rafael Hernández, su hermano que peleó en la heroica Paysandú (1864-65), y fue rescatado providencialmente por José, “en la actividades de la vida, y merced a su poderosa organización intelectual,  guiaba sus mente por distintos rumbos, sin distracciones, sin confusiones, y así fue, sucesiva y a veces juntamente: contador, taquígrafo, guerrero, revolucionario, legislador, miembro del Consejo Nacional de Educación, consejero del Monte Piedad (banco municipal), del Banco Hipotecario, protector de las industrias , estanciero, periodista y poeta. Hombre de espada y de la pluma, del bosque y del salón, de tribuna y de espuela…era un hombre de formas atléticas –difiere a las caricaturas de sus últimos años que ridiculizaban su ancho porte-, poseyendo una fuerza colosal, comparable a la de Rafetto, el hércules del circo, y una bondad de alma comparable a su fuerza. Decidor, chispeante, oportuno, rápido y original…jamás hiriente (aunque tuvo algunos duelos a sables  por diferencias políticas y honor en Paraná)…en las asambleas tumultuosas sirvió para apaciguar las aguas su figura culminante, por su palabra de fuego, por el cariño con que el pueblo lo recibe y hasta por su potente voz de trueno”, enfatiza Rafael aunque la única intervención memorable de Hernández fue en el histórico debate por la federalización de Buenos Aires (1880) rebatiendo las palabras de Leando N. Alem.

Rafael sostendría la mano de los últimos instantes de José, que según parece mencionó “Buenos Aires, Buenos Aires” antes de expirar, rodeado de su numerosa familia en la lujosa Quinta San José  –mismo nombre del palacio entrerriano de Urquiza. Hernández  fue secretario de Estado de su presunto asesino, López Jordán. Allí en Belgrano –en las actuales Juramento y Ciudad de la Paz- moría el ahora próspero comisionista agrario y terrateniente; antes de Caseros, un humilde tropero en Sierras de los Padres. Allí conocería de joven la “ciencia del gaucho”, una que en 1872 volcaría en octosilábicas en la residencia del acomodado “Gran Hotel Argentino”, frente a la Plaza de Mayo y la Casa Rosada, símbolos de un ejecutivo porteñista a quienes iban dirigidas sus palabras de un marginado, clandestino, a la manera del Martín Fierro. En cambio, a los 52 años era un enriquecido autor y editor del “Martín Fierro” y tiraba de a 20 mil ejemplares en cada edición, principalmente leído por los rudos hombres de campo bonaerenses (sobre una población de 200 mil), los pocos alfabetizados, claro.

Presidente Martín Fierro es una entrada para rehabilitar un programa político hernandeano, que no prologa a su magno poema, la literatura es otra cosa, aunque lo encabalga en el contexto histórico de las discusiones que inspiran al gaucho de papel, eternamente fuera de la Ley “El que me quiere enmendar/Mucho tiene que saber-/Tiene mucho que aprender/El que me quiera escuchar-/Tiene mucho que rumiar/ El que me quiera entender” aparecía en la tapa de la primera edición de “La Vuelta de Martín  Fierro” (1879), un “libro que me pedían” decía Hernández en un hecho inédito dentro de una literatura nacional germinal,    y una advertencia a las generaciones futuras que seguimos rumiando un poema aislado a un hombre, a una época, en una infografía escolar.  

 

Hernández, periodista

En los años que se padre muere alcanzado por un  rayo en pleno campo, Hernández se inicia en el periodismo en “La Reforma Pacífica” (1856),  que sostenía al Partido Reformista en el mismo corazón porteño –se editaba en la actual Defensa 73-, y que  abogaba por la incorporación de Buenos Aires a la Confederación hasta su cierre forzado, previo a la batalla de Cepeda (1859) Emigrado a Paraná por cuestiones personales, aunque también en sus primeros negocios de tierras con un suegro de López Jordán, asumió la dirección del mencionado “El Argentino” mientras –supuestamente- publica “Un cielito ateruterao dirigido a Aniceto el Gallipavo”, sus primeros versos que contraponían a Urquiza con el poeta gauchesco Ascasubi. Cuestiones políticas lo llevan sucesivamente a Corrientes y Rosario donde continuaba criticando al centralismo porteño y la candidatura de Sarmiento, y en la defensa de los intereses ganaderiles del Litoral, propuso a Rosario como capital argentina.

Más de una década de activa presencia en medios gráficos tuvieron su corolario en “El Río de la Plata” fundado en 1869 en los tiempos que volvía a residir con la familia en la casa natal, en la chacra de Pueyrredón en  San Martín –hoy Museo. No solamente cúlmine porque allí plasmó su ideario político sustancial, y que anticipó cuestiones tamizadas poéticamente del Martín Fierro, sino porque fue su canto de cisne en el periodismo, que nunca más ejerció. Además pudo explayarse con una libertad desconocida en la misma Buenos Aires debido, en parte, a una política de amnistía –y cooptación- que Mitre y Sarmiento llevaban  a cabo con sus viejos enemigos de la Confederación. Para Hernández, Mitre era “loco”, lo había lapidado en las reuniones de la Reforma Constitucional de 1860, y a Sarmiento, leímos, definía de “bárbaro” Una rara tranquilidad parecía propicia para todas las opiniones en la ciudad, un espejismo que el asesinato de Urquiza clausuraría abruptamente un año después.

Una novedad en el periodismo faccioso decimonónico nacional es que la publicación de Hernández –tal vez financiado por Urquiza- presentaba claramente las bases para la formación de un partido político. Redactado por Carlos Guido y Spano, otro viejo federal, se proponía la autonomía de las localidades, municipalidades electivas, abolición del contingente de fronteras y elegibilidad popular de los jueces de paz, comandantes militares y consejeros escolares, rebaja del precio de las tierras públicas y libertad auténtica del sufragio universal. Un proyecto que identificaba incluso a sectores del autonomismo porteño del Club de los Libres, donde participaba Carlos Pellegrini y un hijo del mismísimo Mitre. Y si bien en la superficie aparece un intento de democratización de un país envueltos en luchas intestinas, tal como sostiene Noe Jitrik, es posible leer  entrelíneas un gaucho entendido como la mano de obra esencial para trabajar el campo argentino. Hernández se erige en el pensamiento de una fracción del liberalismo argentino, que no reniega del pasado colonial, en tanto puede ser incorporado al progreso de la Nación Argentina. En su ataque a la leva forzada de los hombres de campo, el gran problema del Martín Fierro –y de los terratenientes- , defiende a los arrendatarios y matreros, Martín Fierro de hecho posee una pequeña chacra el comienzo del poema, y refuerza el castigo a los “malentretenidos –o sea gauchos sin patrón,  que pueden ser enviados a luchar contra el indio” En un postura cercana al último Alberdi, Hernández sostiene “El Río de la Plata se ha constituído en defensor de los derechos desconocidos y violentados del habitante de la campaña. Infatigables y perseverantes en defender la causa de los oprimidos, no desmayaremos antes de ver las garantías individuales se conviertan en una verdad incuestionables y dejen de ser un simple y lujosa declaración de la ley ¿Qué importa que tengamos exposiciones, telégrafos, ferrocarriles, si los indios nos invaden, si la vida peligra –recordemos la valoración muy negativa a los indios y, sumamos, inmigrantes y negros en el Martín Fierro, en correspondencia al pensamiento de las clases dirigentes-, si la propiedad está amenazada en todo momento? La vida y la propiedad son el fundamento de la sociedad…todas las libertades, todos los derechos son solidarios y jamás un pueblo verá su libertad política realizada en su esplendor si no goza de libertad económica, en una palabra, de la libertad de trabajo como fundamento de la propiedad, que es la base de la civilización y el progreso” O sea Hernández adhiere el pensamiento liberal dominante de la Generación del 80 con la salvedad de la protección jurídica del gaucho, medio bonaerense, medio entrerriano y correntino, a fin de entregarlo a un orden hegemónico.          

Tras saberse el asesinato de Urquiza, a quien Hernández sindica en principio a Mitre y el Brasil, comienza una sostenida campaña contra la intervención federal en la Entre Ríos de López Jordan, un caudillo que repudia el crimen pero asume rápidamente la gobernación. En la editorial antes de cerrar  “El Río de la Plata”, y marchar a pelear, y perder,  con López Jordan a manos de Julio Argentino Roca, Hernández anunciaba, “No queremos asistir en la prensa del espectáculo de sangre que va a darse en la República…apoyamos la política de la Ley resueltamente contra la política de la guerra –otra vez, Alberdi-…el choque entre Buenos Aires y Entre Ríos será fatal para la Patria –decía Hernández que se definía como un hijo de Buenos Aires, “de ese pueblo donde fructifican todas las inspiraciones generosas”-…-porque- he aprendido que los demás pueblos argentinos como Buenos Aires se inspiran en el deseo ardiente de la paz, del orden, del progreso, de la libertad, del derecho, de la justicia y el trabajo”  

Los últimos artículos de Hernández fueron ensayos sobre la cuestión de las Islas Malvinas y la solicitud de la urgente recuperación de la soberanía nacional, algo que un gobierno sarmientino no podía realizar en medio de la negociación por gravosos nuevos empréstitos británicos.  

     

Hernández, legislador

Hacia 1875 Hernández posee dos estancias, un campo, mil novillos, dos casas, dos conventillos en la ciudad y dos terrenos en Rosario, aparte de la quinta de Belgrano. Participa activamente en el Partido Autonomista junto al vehemente Aristóbulo del Valle, se presentan en las elecciones de 1877 sin éxito, e inician el Partido Republicano con Leando N. Alem e Hipólito Yrigoyen.  A los dos años, coincidiendo con su elección como diputado provincial se publica una muy esperada “Vuelta de Martín Fierro”, en una historia que dialoga –y justifica, en parte- la autodenominada Conquista del Desierto comandada por Roca. También con la “pacificación” de la campaña en la antesala de la federalización  de Buenos Aires, que Hernández votará unos años después que propugnara a Rosario ¿Qué cambió en su pensamiento?  Mientras Alem, su correligionario, se opone argumentando desde la tradicional federalismo criollista, “Buenos Aires con esta medida es nuevamente privilegiada frente a la miseria del Interior”, algo que el Hernández urquicista hubiese aplaudido a rabiar, el poeta mayor del gauchesco contrapone, “una capital es el cerebro, el corazón de una nación; tengamos un cerebro y un corazón robustos, y tendremos una nación poderosa…la capital es el punto donde residen todas las tradiciones, todos los talentos, todos los prestigios, todo el desenvolvimiento moral e intelectual de un país…pertenece a millones de argentinos…si Buenos Aires es la capital mercantil, la capital industrial, la capital científica de la República, debe ser, tiene derecho, la capital política”, remataba con su voz de trueno asociado a una medida “que la naciones del mundo están reclamando a la República Argentina” Doblaban las campanas para un proyecto de federalismo nacional de toda una generación del Litoral, ahora muchos ganaderos florecientes.

Los últimos años de su vida será un senador provincial que apoya incondicionalmente al régimen roquista, salvo algunos manejos financieros que consideraba “fraudulentos”  Reconocido Hernández en la segunda fila de los dirigentes oficialistas, trabaja con el gobernador Dardo Rocha en el proyecto de la capital provincial La Plata –el segundo apellido de su padre era Plata (sic)- y en las “Instrucciones del Estanciero” en virtud de ser una “voz consagrada de la campaña por su enorme Martín Fierro” (sic) , un texto más literario que agropecuario, o económico, debido a la escasa formación profesional, o interés, del autor. Este cierto desdén de Hernández también es notable en su actuación  parlamentaria donde la problemática rural, y las perspectivas socioeconómicas del gaucho emanadas de su poema, son atemperadas según Tulio Halperín Donghi. De acuerdo a este historiador, autor de “José Hernández y sus mundos”, “si la identificación de Hernández con las perspectivas que dicta el interés terrateniente no tiene dudas, ella no le ofrece una fuente de inspiración tan vívida como la que le proporciona la reordenación del planeta por un capitalismo en impetuoso avance; y es la curiosidad que ella le inspira la que imprime a sus ideas un curso menos rectilíneo de lo esperable en un vocero de la campaña” Su intensa labor final en la arquitectura bancaria necesaria en la explotación agrícola a gran escala, y el desarrollo de los transportes, sintetizan  el paso de la democracia radical,  que propugnaba en 1869, a las imposiciones del modelo agroexportador triunfante en 1886 “Se cumplía el sueño de Echeverría y Sarmiento, también de Alberdi y por lo tanto de Urquiza, -pregunta agudamente Jitrik- ¿por qué no ha de ser el sueño de Hernández”  Nacía la Argentina moderna, esclarecida, civilizada, productiva, abierta al mundo y dependiente de los países centrales.

Por esto, y otras cosas más, a José Hernández se lo pierde detrás del gigantesco  Martín Fierro, en un intento  de que un gaucho mítico argentino acalle con su “vigüela” las decisiones de un hombre de espalda ancha que pensó una nación posible, en una coyuntura agrietada.

 

Fuentes:  Jitrik, N. José Hernández. Buenos Aires: CEAL. 1971; Halperín, D. José Hernández y sus mundos. Buenos Aires: Sudamericana. 1985 y Una nación para el desierto argentino. Buenos Aires: Editores de América Latina. 2004; 180 Años de José Hernández. El Martín Fierro en el siglo XXI. Buenos Aires: Museo de Arte Popular José Hernández. 2014.

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