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La generala: un clásico del verano

¿Qué sería de nuestras tardes de playa o de pileta sin la generala? Un clásico del verano que atraviesa generaciones y se cuela en nuestras vacaciones.

Por qué hacemos algunas cosas solo en determinadas épocas del año es un misterio. Lo cierto es que, así como solo comemos vitel toné en las fiestas de fin de año, en el verano (y, en especial, en las vacaciones) salen con todo los juegos de naipes junto con otro clásico indiscutido: la generala.

La generala es un juego tan simple como apasionante. La generala remite a tardes de playa, con arena y mates. O a nochecitas post pileta, birrita de por medio. Se juega en familia, entre amigos, en pareja. Con un repasador que hace las veces de paño, para amortiguar la caída de los dados.

Genera disputas, momentos de tensión: “¿Qué me falta?, ¿qué me falta?”. Genera la sensación inigualable de tener la certeza de que la suerte está de nuestro lado, o el consuelo leve de que “desafortunado en el juego, afortunado en el amor” (¿alguien pudo comprobar esto alguna vez?).

Como sea, la generala nos salva cuando el ocio se está por volver aburrimiento, se banca los vientos que se llevarían volando las cartas y traspasa generaciones. Pero, cuando el verano llega a su fin, vuelve al cajón, al placar o a la repisa. Y allí queda, guardada en una bolsita seguramente, con los machetes de las jugadas pasadas, que guardamos vaya a saber uno por qué. Nos espera, implacable, hasta la temporada siguiente, cuando la desempolvemos y la volvamos a meter en el bolso, junto al protector solar y las ojotas.

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