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La alegría en una vuelta

Las calesitas son una de nuestras grandes tradiciones que aún perduran en los barrios.

Hay cosas que tienen una magia difícil de explicar. Que nos remontan a la niñez, a los momentos felices, a la alegría de lo simple. ¿Quién no se muere de ganas de subirse a la calesita cuando pasa por una plaza? O usa de excusa al hijo, al sobrino o al ahijado para dar una vueltita, así grandote y todo.
La primera calesita llegó a Buenos Aires a mitad del siglo XIX, proveniente de Alemania, y fue ubicada en la actual Plaza Lavalle. Sin embargo, fue un francés quien estuvo a cargo de la primera calesita fabricada en el país: Cirilo Bourrel, quien inició en un taller de la calle Moreno la creación que habría de finalizar el español Francisco Meri y De la Huerta, en 1891. Instalada en la plaza Vicente López, la calesita contaba con todos los componentes típicos: aviones, cisnes y corceles. Pero existe un detalle que sí es bien argentino: la sortija. En los años 30, los calesiteros introdujeron esta práctica inspirada en las carreras de sortijas de nuestros gauchos.
La calesita es una de nuestras grandes tradiciones y, por suerte, todavía hay varias que siguen girado en los barrios.

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