¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónBuenos Aires - - Sábado 01 De Abril
El excelentísimo Jorge Luis Borges dijo alguna vez que a Buenos Aires la comprendía “tan eterna como el agua y el aire”. Esta misma noción de desarraigo al paso del tiempo es la que portan algunas tradiciones de la capital argentina; y el fileteado, un arte tipográfico y decorativo, es sin lugar a dudas un ejemplo maestro.
El contexto social de su origen se asemeja al del mismísimo tango: la creciente clase trabajadora del siglo XIX, con sus carros, mercados y una inmigración que progresivamente convertía a los pobladores en ciudadanos. En la actualidad, los colores vivos y sus terminaciones florales avocan un sentimiento de nostalgia en cualquier porteño.
Sin embargo, y de igual manera que en el género del 2x4, el fileteado continúa reinventándose y aún mantiene su vigencia, permitiendo que las costumbres evolucionen pero que jamás mueran. Actualmente, jóvenes artistas, diseñadores gráficos, pintores e, incluso, tatuadores ojean al fileteado como una fuente de inspiración y deciden redescubrirlo en sus múltiples formatos.
Gustavo Ferrari, de 35 años, es un grato ejemplo de lo mencionado. Mientras aún conserva su puesto en la feria de antigüedades los domingos en San Telmo, también instruye a jóvenes de todo el mundo en el arte del fileteado, tanto en su propio taller en Buenos Aires como en sus viajes a los cinco continentes. A grandes rasgos, Ferrari diseña piezas tradicionales y, a su vez, también se propone romper el molde, entremezclando tonos brillantes con modelos en blanco y negro que incorporan nuevas aplicaciones.
“Los tangos de los 30 y 40 hablaban de la ciudad de su momento, pero las orquestas de hoy tienen que hablar sobre la Buenos Aires de ahora, y lo mismo pasa con el fileteado”, dice quien asumió esta vocación a los 18 años por su legado barrial y, asimismo, como una manera de descansar de los libros mientras estudiaba Historia en la universidad.
“En los 80 el fileteado seguía siendo algo muy particular; era demasiado popular y colorinche. Fue en tiempo difícil ya que los viejos maestros empezaron a morir”, cuenta. Sin embargo, Ferrari recuerda: “Una de mis primeras memorias visuales de chico creciendo en el Abasto fue la del mural que León Untroib hizo de Gardel en la línea B, que aún sigue vigente. Fue algo increíble que me llamó la atención por las formas y los colores”.
Su paso por la facultad de Historia le da crédito para explicar el legado del fileteado y su íntima relación con la identidad visual porteña. De origen humilde, su desarrollo en esta ciudad portuaria fue producto del empuje de los inmigrantes italianos hacia finales del siglo XIX. Estos utilizaban la técnica para decorar sus carros de comercialización de madera; primero, con mínimos detalles; luego, incorporando las iniciales de sus dueños.
Con los años, los fileteadores doblaron la apuesta y sumaron a su vocabulario intangible pájaros, dragones, flores de acanto y un manual implícito de aplicación, con normas acerca del equilibrio de tamaños y elementos. También, perfeccionaron sus trazos y estrategias; el barniz yapan, por caso, les permitía crear nuevos volúmenes y mantener la contundencia de los colores.
En los años 20 y 30, el boom del fileteado se basó en embellecer camiones y colectivos (autobuses). Los propios conductores competían por contar con la pieza andante más artística; más adelante ya les asignaban nombres a los vehículos e, incluso, frases que los identificaran.
“El camión era un herramienta de trabajo pero, también, el espacio en donde su dueño se expresaba a sí mismo con orgullo por lo que había logrado”, comienza Ferrari. “Los fileteadores primero lo paseaban por todo el mercado para que lo vieran el resto de los verduleros y recién después lo entregaban al dueño. Al día siguiente, venían otros y le decían: ‘¿Viste el camión que acabás de hacer? Bueno, haceme uno muchísimo mejor’”, relata.
El fileteado es un arte que requiere de gran habilidad y dedicación. La herramienta de trabajo son unos pinceles de 4 y 4,5 cm de pelo de oreja de vaca que permiten realizar trazos continuos sin necesidad de renovar la pintura. El artista lo sostiene con tres dedos, utilizando el meñique para sostener el peso y guiar el movimiento. “Cuando te ponés a hacerlo te das cuenta de su complejidad y de la cantidad de práctica que requiere para hacerlo bien y, verdaderamente, eso es fascinante”, explica. “Difícilmente alguien alguna vez se haya despertado con la genialidad innata para hacer un fileteado perfecto”.
En principio, su popularidad creció de la mano del turismo tanguero y, en la actualidad, se lo utiliza para expresar el verdadero y auténtico gen porteño. Nuevamente de moda, es una asociación cada vez más relevante desde que la Unesco lo declaró como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en 2015.
“Hubo un regreso general a revalorizar el oficio manual por encima del trabajo en computadora”, comienza Ferrari. Y aclara: “Siempre en lugares como La Boca, San Telmo o el Abasto es más visible pero ahora esto se está extendiendo. El fileteado se está reconociendo en el mundo como arte y no como algo comercial”.
Un gran salto para la disciplina fue pasar de decorar vehículos a comenzar a pintar… personas. Gustavo Ferrari ha diseñado tattoos para visitantes de todo el mundo (hasta recuerda a un alemán que quiso tatuarse la palabra “tango” en el brazo para que se viera cuando sostenía a su pareja de baile).
El pionero de esta tendencia fue Claudio Momenti, un tatuador de Lucky Seven, local ubicado en la Bond Street de Recoleta. “En Japón, priman los tatuajes de animales mitológicos e imágenes del 1600. Con el fileteado intento darle algo propio y autóctono de nuestra historia para competir con eso”, afirma Momenti. “Es un ícono cultural e histórico, pero yo le veo mucha fuerza en los elementos que tiene, en sus flores y dragones. No me genera nostalgia, sino alegría”, continúa.
El comienzo no fue nada fácil. Primero tuvo que incorporar el trazo del fileteado a la piel y, por supuesto, no eran muchos los artistas que podían ayudarlo: “Los maestros que había, que eran muy pocos, eran en la mayoría muy cerrados. No querían ni enseñar ni ayudar”, explica. “Lo hacían a escondidas, había cosas que no dejaban que vos vieras cómo se hacía… y encima los otros tatuadores se reían de mí”, admite.
En parte por Maradona y otras estrellas mundiales, en la Argentina los tatuajes están de moda hace ya muchos años. Momenti atrae la atención de sus colegas europeos, quienes le comentan que el fileteado se ha convertido en un estilo reconocido y aplaudido. Planteado este panorama, entonces: ¿quién fue capaz de trasladarle todo ese conocimiento?
Alfredo Genovese, el encargado de entender cuál era el alcance y el potencial del fileteado, tuvo como maestros a León Untroib (1911- 1994) y a Ricardo Gómez (1926- 2011). Relata que comenzó a trabajarlo sencillamente porque era algo complejo, abandonado y que veía adaptable a los tiempos modernos. Y vaya si lo ha logrado, con ediciones limitadas de zapatillas para Nike o botellas para Coca-Cola y Evian e, incluso, una serie de entregas para Tupperware. “Se hace a mano y quizás por esto llama mucho a la nostalgia, pero para mí está totalmente en vigencia”, explica.
Luego de estudiar Arte en los 80, Genovese decidió viajar por el mundo para encontrar algo similar. ¿Su conclusión? No había nada como el fileteado. “Los carros gitanos en Inglaterra, en el Tíbet o en Pakistán tiene elementos en común pero no son iguales. El fileteado nace aquí en Buenos Aires, con colores vivos y su falsa sensación de volumen”, sigue.
En busca de un desafío que colme sus expectativas, Genovese considera que decorar un avión podría ser una buena alternativa: “Me gustaría, se trasladaría a todos lados como una obra de arte itinerante de largo alcance”. Sin lugar a dudas, de esta manera colaboraría a difundir nuestro preciado tesoro artístico.
Fuente: GCBA
Fecha de Publicación: 08/04/2019
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