¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónComenzó llamándose Carnaval Internacional del Río Uruguay. Sus primeros registros datan de la época de la Confederación Argentina, cuando un decreto provincial de 1840 dejó una huella. Mediante este se permitía “festejar con Carnaval” el aniversario de un convenio de paz con Francia. Aunque ocho años después, Justo José de Urquiza, quien por entonces era gobernador de Entre Ríos, decidió prohibir las mascaradas. Luego, los años transcurrieron y su realización pasó por distintos altibajos y desafíos. Sin embargo, fue el pueblo local quien puso todo de sí para lograr sostenerlo. De hecho, en la actualidad no son pocos quienes viven a través de las actividades anuales que lo enmarcan.
En 1876 se creó una comisión para organizar los corsos y desplegar comparsas por dos de las calles principales de la ciudad. También, se reglamentó la prohibición de juegos con agua y cáscaras en la zona que rodeaba al circuito durante los tres días de carnaval. Pero en 1880 aquella disposición quedó sin validez y las manifestaciones lúdicas tuvieron su lugar. Asimismo, se dictaminó que los corsos se desarrollaran entre las 11 y las 16, y que se dejara a la gente salir disfrazada. No obstante, siempre se tenía que contar con la autorización municipal. En el encuentro podían visualizarse carros, carruajes, murgas e inclusive orquestas. Después, en 1907, el municipio empezó a decorar el recorrido con animadas guirnaldas.
En los períodos que fueron desde 1920 y 1930 aparecieron las murgas en la periferia, las cuales conservaban rasgos orilleros y barriales. Si bien imitaban a las murgas españolas, estas incorporaban elementos de la cultura africana. Mientras que a fines de la década del 40 los corsos se empobrecieron y el carnaval se trasladó a los bailes de los clubes. Acto seguido, desaparecieron las carrozas, los palcos, los juegos florales y hasta las máscaras. Por lo que unas pocas agrupaciones se ocuparon de mantenerlo vivo en los años que les siguieron.
Cabe destacar, que no fue tarea sencilla, dado que las dictaduras militares y los conflictos sociopolíticos de la Argentina no ayudaron al contexto. Desde mediados de siglo XX en adelante, los problemas estructurales pusieron en peligro a la celebración. El punto máximo de malestar y de incentivo, simultáneamente, llegó cuando los gobiernos de facto le quitaron el apoyo al carnaval. A partir de allí, las instituciones de la ciudad y los vecinos autoconvocados se organizaron para hacer nacer al “Carnaval de la Avenida”. El cual representó el antecedente más directo de lo que hoy llamamos “Carnaval del País”.
Antes y después a los inicios de la década de 1980 la modalidad del carnaval sufrió modificaciones. En la primera parte, las actuales comparas compartían la escena con las murgas, los conjuntos carnavalescos, mascaros sueltos y carrozas. En la segunda, por decisión de las autoridades, sólo podían participar las comparsas. Por lo que la fiesta quedó dividida entre el “Carnaval del País”, que es el espectáculo que todos conocemos, y los llamados “Matecito”. Estos últimos son corsos barriales y populares, integrados por murgas y conjuntos carnavalescos. Además, para manifestarse se valen de diversos recursos como el canto, el baile, el estandarte y los personajes caracterizados.
En 1997 se inauguró el Corsódromo de la ciudad, que de ahí en adelante empezó a reunir a miles de asistentes. Entreverados y felices, ven a las carrozas desplazarse y son partícipes de las competencias de las comparsas. Desde que sale el sol hasta que se esconde, Gualeguaychú se transforma en colores y fiesta durante la temporada. De esta forma, contribuye no sólo a la tradición entrerriana y nacional, sino a la actividad turística. Genera innumerables puestos de trabajo, promueve la cultura y nos enseña acerca de la importancia de resistir. Siempre a través del carnaval, una figura históricamente utilizada para que los pueblos salgan a la calle.
Fecha de Publicación: 09/01/2021
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