Si pensamos rápido en la golosina argentina por excelencia, la repuesta no falla: el alfajor. La debilidad de todos los argentinos es mucho más que un dulce. Es parte de nuestra identidad cultural y de nuestra vida cotidiana, con un consumo de un kilo per cápita anual.
Esta golosina está en nuestro país hace 150 años. La tradición nos remonta a la provincia de Córdoba, donde un químico francés, Augusto Chammás, tuvo la idea mágica. Dos galletitas o masas horneadas redondas unidas por algún relleno y bañadas en chocolate. Simple, eficaz y adictivo. Lo bautizó “alfajor” y lo lanzó a conquistar todo un país.
Los hay de distintos tipos y con distintos rellenos. Cada quien tiene su preferido, pero todos coincidimos en algo: sin el alfajor, nuestra vida estaría un poco vacía.
Licenciada en Comunicación Social y correctora. Nacida y criada en el oeste del conurbano bonaerense. Sagitariana, vegetariana, crossfitera y viajera. Estoy convencida de que, con las palabras, podemos hacer magia. Pasen y lean.