¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la secciónBuenos Aires - - Viernes 02 De Junio
Recuerdo muy bien cuando en el Congreso de la Nación, en pleno contexto de crisis social y económica, un ex presidente nos dijo: “…la Argentina está condenada al éxito”. Seguramente no tuvo en cuenta que nuestra justicia no es muy dura cuando aplica las penas, por eso el éxito nos dura poco a los argentinos.
Pocas veces una frase puede resumir tanto de nuestra historia, y también ocultarla. Estar condenado implica un castigo, algo impuesto y no deseado. Si el éxito es nuestra pena, entonces para qué esforzarnos? Y cómo puede una sociedad desarrollarse si espera el éxito como resultado del mérito de otras personas? En ésto tenemos experiencia. Durante los últimos 40 años venimos sufriendo las “Crisis de Éxito”, cada una muy bien explicada por los políticos de turno.
Hoy enfrentamos un dilema. Para algunos analistas, con el cambio de políticas públicas se evitó una nueva crisis; para otros se la está gestando. La política argentina es así, reformista, y ya estamos acostumbrados a los cambios. Pero para el mundo somos inestables, impredecibles.
La comunidad internacional mira de cerca este proceso de reformas, y por el momento nos incluye en su agenda, pero no nos integra. Para eso necesitamos tomar la decisión de refundar algunos aspectos de nuestras relaciones sociales y políticas. No queremos ser condenados, queremos ser exitosos. Solo así podremos desarrollarnos como nación y como sociedad. La integración a los procesos productivos y económicos mundiales implica una política consistente y una visión de nuestro país como parte de las cadenas de valor mundial.
El desafío actual de la Argentina es superar los procesos de reformas cíclicas para desarrollar una perspectiva de futuro basada en nuevos fundamentos sociales y políticos, que nos permitan explotar el potencial económico nacional en beneficio de todos los argentinos.
Más arriba hablábamos de la famosa frase que Eduardo Duhalde pronunció en su discurso de inicio de las sesiones ordinarias en 2002. Me resulta imposible no trazar un paralelismo con una frase muy similar que pronunció a fines del siglo XIX el entonces presidente Julio Argentino Roca “…somos la traza de una gran nación, destinada a ejercer una poderosa influencia en la civilización de la América y del mundo…”. La diferencia radica principalmente en el contexto en el que fueron pronunciadas ambas frases: la de Roca fue expresada en un contexto de prosperidad cuando aún éramos el granero del mundo, mientras que la de Duhalde tuvo lugar en un contexto totalmente opuesto y luego de la crisis económica y social más grande sufrida en nuestro país. Sin embargo, esta disimilitud en los contextos da cuenta de los condicionamientos recurrentes en nuestra historia para el desarrollo del país que continúan presentes hasta nuestros días. Esto es, una confianza desmedida en las riquezas naturales de nuestro país. Nos han querido convencer que Argentina, como granero del mundo, es un país destinado a recorrer el camino del éxito, sin importar lo que ocurra con nuestras instituciones.
Según Rodrigo Zarazaga Director e Investigador Principal del CIAS (Centro de Investigación y Acción Social): “Nuestra condena no es, entonces, al éxito, sino al tener que soportar las invasiones de escena de actores políticos que se consideran los mejores administradores de esa riqueza y que se muestran entonces dispuestos a tender su manto de unanimidad política sobre un pueblo un tanto dispuesto a apoyar cualquier alternativa que le oculte su nueva realidad, siempre más pobre que lo que la historia le prometía en sus inicios.”
Entonces la valoración y el respeto por las instituciones son simplemente cáscaras vacías que solo sirven para enmascarar los proyectos personalistas de hegemonía política. Basta escuchar los discursos de quienes nos gobernaron durante los últimos 40 años en donde sin ningún miramiento asocian su partido político con la patria misma. En palabras de Zarazaga: “No pocos se sintieron con el derecho a extender su unanimidad política sobre el país y a declarar “antipatria”, “cipayos” o “buitres” a cualquiera que no se mostrara entusiasmado por engrosar sus filas.” Buscan la acumulación de poder para poder administrar a su gusto esa riqueza inagotable y ajustar las instituciones a sus intereses para poder gobernar bajo ningún otro dictado que el de la razón propia.
Mezclan los conceptos de unidad nacional con unanimidad política y gobernabilidad con omnipotencia y atropello institucional. Existen dos círculos viciosos en la Argentina que imposibilitan nuestro desarrollo: el primero es aquel que, en un intento de unanimidad, realiza la acción opuesta, buscando borrar las huellas del anterior y que imposibilita establecer objetivos comunes que trasciendan las diferencias partidarias. Y el segundo círculo vicioso está conformado por peligrosa relación que existe entre dirigentes carismáticos, instituciones débiles y sociedad cómplice.
Fecha de Publicación: 19/04/2018
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