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El Presidente que no fue renuncia a lo que no podría ser

La renuncia del Presidente Alberto Fernández y el paso a la (in)mortalidad de su gobierno

El viernes 21 de abril de 2023 será recordado como el día en que un presidente que había asumido como delegado a cargo del ejecutivo pero sin poder propio para definir un proyecto de país y marcar el rumbo de su presidencia, aislado, castigado y menospreciado públicamente por su propia coalición de gobierno renunció a presentarse por su reelección.  

Alberto Fernández, quien nunca debió ni pudo ser presidente, no renuncia a un segundo mandato, solo toma la única salida digna a sus malas decisiones. Sus ansias por ocupar un lugar al que sabía no podían acceder por capacidad propia, entre otras circunstancias, lo llevaron a aceptar una candidatura presidencial en una coyuntura local y contexto internacional que no estaban dentro de los parámetros que caracterizan a los gobiernos peronistas exitosos.

Por un lado, el dedo de la gran “electora”, Cristina Fernández, que hace unos años lo había señalado para liderar un proyecto (condicionado) de gobierno, mostraba el pulgar hacia abajo desaprobando la gestión que ella misma integraba. Las estructuras territoriales y los gobernadores esperaron en vano un gesto de autoridad del presidente para considerar una ruptura con el Kirchnerismo y la militancia de la Provincia de Buenos Aires (La Cámpora). Consolidar un proyecto nacional con sustento federal nunca fue una alternativa viable para un Presidente que presentía las consecuencias del vacío de poder al que podía ser sometido.

Doble o triple comando

Sumado a esto, el Súper Ministro de Economía Sergio Massa dejó en claro que no estaba dispuesto a que otros capitalicen lo que considera un logro, haber evitado (postergado sería más apropiado) un estallido y garantizar un puente hasta las elecciones. Estaba claro que no podría haber competencia de presidenciables. Mucho menos cuando el propio ministro es quien puede al mismo tiempo negociar con el FMI y el gobierno de los Estados Unidos, evitar una devaluación y medidas económicas drásticas que “manchen ideológicamente” al peronismo, y como si todo esto fuera poco, dejar al próximo gobierno en condiciones económicas de debilidad extrema.

Por otro lado, el vertiginoso deterioro de los indicadores económicos con la inflación a la cabeza y una persistente devaluación en ciernes (plan Aracre), movieron el mercado y la subida de los dólares alternativos terminaron por acelerar la “decisión” y decretar la defunción de su gobierno.

Básicamente un gran “julepe” (sic) hizo que el Presidente entendiera “lo bueno” que era hasta ese momento su “mal gobierno” como para asumir el riesgo de empeorarlo aún más.

De los grandes ideales pasamos a la mera subsistencia hasta el traspaso de mando, un resumen del estado actual del país al que llegamos a partir de 2019 fue distinto. Ese año el peronismo asumió el gobierno sin que lo preceda un estallido, con una economía comprometida y sin recursos para desarrollar, o para ser justos, continuar expandiendo programas sociales de distribución (populismo para algunos, justicia social para otros) pero en condiciones de poder implementar un plan económico que la encauce. En una charla con un senador peronista muy importante a mediados de 2019 le consulté porqué apoyaban las medidas del gobierno de Mauricio Macri, la respuesta fue muy clara, “Porque nosotros no podemos tomar esas medidas de ajuste y cambios estructurales que la Argentina necesita. Si las toma Macri asumimos el próximo gobierno en condiciones de implementar nuestras políticas y además echarle la culpa de todo”.  Pero el gobierno de Mauricio Macri no pudo (o no quiso) avanzar en las políticas de shock, por el contrario, optó por el gradualismo descartando la idea que ser un gobierno de transición  que pagara el costo político de sentar las bases económicas para el desarrollo de la Argentina de los próximos años. La jugada tradicional salió mal para el retorno del peronismo al gobierno y pésimo para Alberto Fernández.

Tiempos difíciles

Para ser honestos a estos factores hay que sumarle la pandemia, la guerra y la sequía, no como excusas de mal desempeño sino como condicionantes negativos que hicieron más palpable en la vida cotidiana de la gente que el “relato” no se condice con la realidad que le pega durísimo al bolsillo y la expectativa de vida de los argentinos.

A todas estas circunstancias de coyuntura me refería más arriba cuando decía que el gobierno de Alberto Fernández no tenía las características y condición tradicionales de un gobierno peronista. Y mucho menos poder político y liderazgo suficiente en la figura de Presidente como para transformarse en una variante coyuntural dentro del peronismo capaz de cambiar el rumbo de las políticas públicas.

Al final se impuso la lógica perversa del poder, esa que tiene atrapada a la política argentina en una lucha por mantenerse en el gobierno, o preservar lo máximo posible el control de las estructuras estatales hasta posibilitar un retorno.

Hace mucho tiempo que la vida de los argentinos se define ahí, en los despachos oficiales. La pelea es por el control sobre esas decisiones, no sobre un proyecto de país que brinde estabilidad y permita a las personas definir y planificar su futuro.

Lejos queda la idea de la política como transformadora de la realidad, eso requiere que los objetivos planteados se contrasten con los resultados. La ficción del “Albertismo” solo es posible en un país de fantasía como lo es Argentina, donde se muestra como un logro recibir malos indicadores y dejarlos peor que antes.

 

Imágenes: Télam / Argentina.gob

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