¡Escribí! Notas de Lector
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“Siempre llevo puesta esa luz de Misiones, esa luz que en mí se desarrolla y se manifiesta en esa simbiosis interior que me hace un poco pintor y músico”, se presentaba el cantautor Ramón Ayala en 1980 en el diario Territorio de Posadas, un artista que en aquel momento ya era una leyenda del Nuevo Cancionero folklórico, Mercedes Sosa y Ramona Galarza no dejaban de cantar “El cosechero” o “El mensú”, como hoy en día Los Nocheros arremeten con “Mírame otra vez”, y agregaba, “Porque, de alguna manera, la capacidad de captar la forma y la luz, y disponerlas, elaborarlas sobre un rectángulo, es la misma capacidad que me lleva, por ejemplo, a extender el paisaje sobre una canción, y a sentirla, y amarla”, remataba el compositor de la canción oficial de la capital de su provincia, “Posadeña linda” En 2021 reedita “Las trincheras ardientes del Paraguay. Canto popular sobre la Guerra Grande”, un poema épico a la altura del Cantar de mio Cid o el Martín Fierro, y que relata en décimas la historia de la Guerra de la Triple Alianza contra Paraguay, o Guerra Guasú (Grande en guaraní). Como si fuera poco a sus lozanos 94 años lanza además “Monte Adentro” en el día de su cumpleaños, las grabaciones inéditas recuperadas, y que incluye la primera grabación de “El Gualambao”, canción que representa el nacimiento de un ritmo creado por el músico a fines de los cincuenta, y recientemente declarado de Patrimonio Cultural de Misiones “El poeta es una consecuencia del asombro que le producen los elementos y la magia que lo rodea”, dice Ayala a este periodista, en el asombro hermanado por un país profundo de colorados y verdes, ensueños de esperanzas y amores.
Ramón Gumercindo Cidade, conocido como Ramón Ayala, nació en Garupá el 10 de marzo de 1927, un pueblo a quince kilómetros de Posadas, Misiones. Hijo de un panadero, y cónsul argentino en Brasil, su infancia transcurre en un ambiente sin tiempo, lleno de contraseñas de su vida futura, “nací en Villa Urquiza -recordó- en una casa de la avenida Rademacher que pertenecía a Grau, un antiguo panadero…era una casa llena de duendes, de esas que llamaban “asombradas”. Tan es así que, luego de la muerte de mi padre, mi madre y unas amigas…cavaban por las noches tratando de encontrar esos misterios que de alguna manera la tierra y la noche atesoran. En esa casa, de pronto, aparecían luces, o cuando nosotros no estábamos, un perro ladraba en forma desaforada, o en la cocina, de piso de ladrillos y techos de tejas como toda la casa, se formaba una gran fogarada…los fondos daban a los fondos de una familia Ayala, que venían en las noches -el origen de su apellido artístico-…recuerdo los miedos por esa casa llena de duendes. Pienso que eso ha condicionado mi alma, para que aparezca ese interés por el misterio”, remata de la edad que también empieza dibujar en cuadernos, y rasgea una guitarra destartalada comprada a un vecino “que no la trataba bien y la lavaba en una pileta con agua y jabón”. Ramón si la trataría bien, mudado al Dock Sud, provincia de Buenos Aires, con sus cinco hermanos, y en el acompañamiento del violín de su hermano Vicente, desgranaría pronto canciones guaraníes con su particular voz de barítono. A los 17 años actuaba en Radio Rivadavia con el bandoneonista Damasio Esquivel, y en el mítico “Palermo Palace”, con Emilio Biggi y Valerio Escobar, que lo adentraría en los sonidos rojizos del Alto Paraná. Con la afamada Margarita Palacios recorrió de punta a punta el país, con menos de veinte años, y “aprendí amar nuestra tierra”, confiesa el músico que nunca abandonó las rutas argentinas. Y su gente. La década del cincuenta lo sorprende con el suceso folklórico del Trío Sánchez-Monges-Ayala, muy convocante en pistas de bailes y audiciones en vivo, y el que abandonó en pleno furor popular, “comprendí que el arte no es solamente ponerse un smoking o traje vistoso, y maquillarse y salir a hacer virtuosismo con la guitarra, cuando comprendí que el arte es vida y que la canción es un vehículo maravilloso para la expresión del hombre y que es patrimonio cultural del pueblo” Por la misma época expone las primeras pinturas en la Sociedad Estímulo de Bellas Artes, el puntapié deuna trayectoria plástica de más de medio siglo en los principales centros culturales del mundo. Museos de Argentina, Bolivia, Paraguay y España poseen obras suyas “Sube la selva llena de sombras y duendes para explotar en miles de tonos verdes y rojos en las manos de Ayala, y la selva pintada se transforma en leyenda”, aparece en el catálogo de su última exposición, en el Museo de Arte Popular José Hernández, en 2017.
Con la espaldas de composiciones eternas en galopa, chamamé, chotis misioneros, rasguidos dobles y zamba, “Canto al Río Uruguay”, “Mi pequeño amor”, “Canción del Iguazú” que expresa “Mírame bien, viejo Iguazú,/sé que no sos una postal/tu despeñada soledad/me grita: -¡Litoral! o “El Jangadero”, éxito de Los Chalchaleros, llega el suceso de “Monte Adentro”. Aquel tema presenta en sociedad un ritmo original de Ayala nacido de las mezclas criollas e indígenas, europeas y afroamericanas, verdoso, marrón y colorado, el gualambao, “es un ritmo de doce por ocho, con una síncopa permanente, inspirado en un instrumento popular del Brasil más los guaraníes tacuarazú y mimby, y representa la magia del monte misionero -que creía no tenía una expresión que capture- el misterio de los saltos del Moconá, donde el río cae, por un capricho de la geografìa, no hacia delante, sino hacia el costado” Y si la música huele a tierra mojada y paisaje tropical, la letra habla de Patria, “Y en el monte el pájaro campana/canta, sueña/la pena del indio/que busca su antiguo país/ Y en el monte el pajaro campana/es una fiesta/y aquí en mi corazón/que siente tu dolor/tus ojos tierras se vuelven amor”. Sol de libertad en la voz de Ramón.
Desde mediados de los sesenta hasta casi fines de los setenta emprende una gira interminable por España, Suecia, Francia, Italia, Rumania, Chipre, Uganda, Kenia, Tanzania, Líbano, Turquía, Kuwait Irak, ¡las islas de los pescadores de perlas en el golfo Pérsico!, Irán, Persépolis, Kurdistán, Baréin y otros países del Oriente Medio. Todo lo que llevaba era su atuendo de “mensú”, la guitarra, su cuaderno de dibujos y las pinturas que quedaban en cada puerto, aquellos deslumbramientos misioneros, “Yo soy el culpable de muchas de las canciones argentinas dentro del folklore latinoamericano -reconocía a un periodista español en 1970- pero mi mayor premio fue cuando un hachero del monte me dijo “usted es uno de los nuestros, tal vez el primer misionero que ha cantado lo que nosotros soñamos” En homenaje de su pueblo, uno de los arroyos de Iguazú se bautizó Ramón Ayala en 1985.
Figura de incontables festivales y fiestas populares desde La Quiaca a Ushuaia, Ayala tiene publicados varios discos a partir de los dos mil, entre los últimos “Entraña misionera”, “Testimonial 1” y “Cosechero” Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional de Misiones, Personalidad de Cultura de la Universidad de Buenos Aires, Gran Premio SADAIC y Distinción UNESCO para el Desarrollo de la Cultura, en los últimos años su enorme producción musical de más de 300 canciones mereció una fuerte revalorización por artistas de todos los géneros, en donde se destacó el documental de 2013 realizado por el fotógrafo y artista visual Marcos López. También son varias sus publicaciones recientes de poemas, narraciones y reflexiones, entre ellas el imprescindible “Desde la selva y el río” (Roberto Vera Editor), y que en 2021 vuelve con “Las trincheras ardientes del Paraguay. Canto popular sobre la Guerra Grande”,originalmente editado por el Ministerio de Cultura de Nación en 2015, un monumental canto popular entre la historia y la memoria oral, personal y colectivo, que despliega circunstancias y vidas que debido a “la inteligencia artera/de tres naciones en marcha/que ocultas en sendas máscaras/sembraban muerte y miseria” En cuatro versos Ayala explica el conflicto, y significado latinoamericano, que aniquiló la mitad de la población del Paraguay entre 1864 y 1870.
“Ramón Ayala manifiesta en este libro las infinitas dimensiones humanas ante las adversidades, el equilibrio fastuoso de los espíritus que descubren de repente su destino sin fronteras, el horizonte luminoso de la vida. Se presenta entonces la equidad ante el oprobio como una balanza enorme corroída por el tiempo” dice en el prólogo Carlos Splausky de la nueva edición de “Las trincheras ardientes del Paraguay. Canto popular sobre la Guerra Grande”, que retoma las memorias de la madre de Ayala, María Morel, hija de un soldado paraguayo refugiado en Corrientes. Dentro de la tradición de la oralidad y la memoria en la literatura latinomericana, de Juan Rulfo a Héctor Tizón, Ayala encuentra los retazos biográficos para enlazar batallas y soldados en un cuadro pleno de historias desde abajo. Así aparecen el Mariscal Solano López y Dominguito, el hijo de Sarmiento, en medio de las sangrientas metrallas de Curupaytí y Humaitá, sin relegar el hilo argumental del sufrimiento, y el desgarramiento, de las familias de argentinos y paraguayos. Y, pese a todo, refucilan rafagas de luz.
“Yo soy el viento, ojos del infinito, boca de horizonte, barba de tormenta…puede ser mi voz el trueno, el sibilante susurro, serpiente de voces rancias, un eructo del abismo” arrancan los “Vientos de guerra” de los primeras páginas, y termina con la luz de la mañana, mejor, “Sé que me voy extingiendo/como el día hacia la noche,/también sé de que alma noble/-donde una vez hubo empeños-/volverán las savias nuevas/a fecundar nuevos mundos…¡Amo al Paraguay y a toda América/en un solo latido de amor”
“Porque si el poeta no es cronista, comentador o denuncia de la época que le toca vivir, quedaría sólo como un divertimento prescindible. Y sucede que la poesía, como todo arte, es parte principal, primera línea en la larga lucha por la liberación del hombre. Esto significa, precisamente, la presencia de Ramón Ayala en el arte” Hamlet Lima Quintana en el prólogo de Desde la selva y el río. Buenos Aires: Roberto Vera Editor. 1986
Cuando Ramón Ayala viajó a Cuba a principio de los sesenta, invitado por el Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos, tuvo largos encuentros con el Che Guevara. Allí hablaban de las fantasías de los impenetrables y de las venas abiertas de América Latina. En un momento el héroe de la Revolución Cubana, y funcionario del regimen de Fidel Castro, le confiesa que en la histórica marcha iniciada el 1 de enero de 1959 de Sierra Maestra a La Habana, los revolucionarios entonaban, en especial, su canción al peón del yerbatal: “El mensú”
Fecha de Publicación: 10/03/2021
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