¡Escribí! Notas de Lector
Ir a la sección¿Cómo llega un brasileño a bailar tango? Y se transforma en uno de los mejores bailarines del sentimiento bailado porteño “Un poco por casualidad”, responde risueño, con su tono paulista, Antonio Soares Junior Cervila, un analista de sistemas que bailaba lambada de hobbie hasta que, chan chan, “ví un espectáculo de tango en Brasil y me enamoré del ritmo argentino. Así que vendí la moto y mi computadora, junté tres mil dólares, y vine aprender a bailar la música porteña. Eso fue en 1992. A la semana había una audición para “Grandes Valores del Tango” de Silvio Soldán, que en su última versión era más un potpurrí musical, y quedé por mi experiencia en distintas danzas. Y con ese dinero pude tomar clases de tango con los mejores”, señala el danzarín, que participó en los sucesos internacionales de “Tanguera”, “Avantango”, además como coreógrafo, y “Latin Dance Carnival”, con funciones agotadas en Japón.
Junior Cervila: Era un ignorante total del Tango. Para mí Carlos Gardel era un Julio Iglesias, o un Roberto Carlos, un artista que tal vez estaba vivo (risas) Como venía con ese atraso de información me obsesionó el tema, y me devoraba libros, películas y shows. Era un cliente fijo del único lugar en calle Corrientes que alquilaba películas tangueras en VHS en los noventa.
JA: Al principio, Nélida y Nelson y el ballet de Carlos Rivarola. Después tomé clases con Pepito Avellaneda, Juan Carlos Copes y Antonio Todaro. Con Copes trabajé bastante hasta llegar a la película de Carlos Saura de 1997 que se nominó al Oscar.
Un par de años después estaba de gira con Julio Iglesias con el disco de tangos. En Berlín, mi compañera Guillermina Quiroga me adelanta que se iba a la compañía Tango Argentino en Broadway, de Claudio Segovia, y que busque otra parteneire de urgencia. A la semana, el mismísimo Segovia me llama y casi muero de la emoción. Fue ir a la selección mayor de la danza del Tango. Aún me conmueve bailar nuestro baile nacional en la previa del cambio del milenio, en New York.
JA: Una magia inexplicable. La audiencia puede ver distintos estilos de bailarines en la propuesta de Claudio, el gordo, el flaco, el morocho, el rubio, el joven, el viejo, y es como si revivieran al pueblo. En la versión que estuve no estaba Virulazo pero igual levantábamos a la platea como en 1984, cuando se volvió a poner al Tango en el mundo. Nos esperaban a la salida con los programas a la manera de los grandes artistas de la calle 42.
JA: En el Obelisco bailé con Mora Godoy y la orquesta de Daniel Baremboim, bandoneón de Leopoldo Federico, y en 2010 con Tango Argentino nuevamente para el Bicentenario. Cuando miro a Buenos Aires no puedo creer que haya bailado en el Obelisco, el Luna Park, en el Teatro Colón y las más importantes tablas de Buenos Aires. Me siento muy agradecido de lo que me dio el Tango, una música que me permitió actuar en los mejores escenarios del mundo…
JA: Claro. A veces me dicen qué hace un brasileño bailando tango pero yo me siento argentino: viví la mitad de mi vida acá y tengo dos hijos argentinos. Yo elegí ser argentino. La gente no entiende que hinche por nuestro seleccionado, a menos que juegue contra Brasil (carcajadas) En los mundiales soy hincha fanático de los dos países. El acento no se irá nunca pero me siento tan argentino como cualquiera que haya nacido en La Boca.
JA: Que no pierda la esencia. Por supuesto que hay una modernidad pero no debemos olvidar la esencia del abrazo del tango. Uno de los secretos del éxito del Tango Argentino en los ochenta fue el volver al abrazo, que había quedado olvidado en el baile con el rock y la disco. Yo empecé bailando en el escenario pero cuando fui a las milongas me enamoré de esos códigos, y estilos populares y simples. Y cuando realizo mis espectáculos es la esencia milonguera la que deseo transmitir, la emotividad de la pista barrial.
JA: No creo que sea exclusivo para los argentinos. El tango fue creado en una época donde la mitad de Buenos Aires era extranjera. Y quien no es de Buenos Aires se conecta con esa nostalgia, con el sentimiento de desarraigo y desamores, y que son estados universales. Lo que sí, a mis alumnos extranjeros, les recomiendo que vengan a Buenos Aires y vivan la experiencia de caminar en las calles, y se mezclen con la gente. Hay que vivir la Ciudad para bailar el Tango. Aprendés tanto en la pista como en el café de la esquina. Buenos Aires es la Meca del Tango, y cualquier tanguero tiene que venir al menos una vez.
JA: El tango es accesible a cualquier persona, a cualquier edad. No se deben asustar con el tango de los espectáculos porque ése no es el tango de pista, tango de salón. El que puede caminar, puede bailar, es mi máxima (carcajadas)
Creo que los que bailan en los show profesionales tienen que preveer alguna medida para que no espante el vecino que desea milonguear. Igualmente tampoco podrían danzar como en el salón porque algunos espectadores se pueden aburrir. Sobre todo los milongueros; incluso, los que ven el tango en el exterior, sin saber nada de nada, piden esencia y, a la vez, los trucos, la velocidad acrobática, de los profesionales.
JA: Básicamente por el suceso de Tango Argentino en París. Eso repercutió hasta Buenos Aires, en un momento que las milongas estaban vacías, casi muertas. Fue un Déjà vu de aquellos inicios del tango en el novecientos, que triunfó en Europa y, luego, retornó con bríos a los salones argentinos. También regresaron los maestros que estuvieron casi veinte años sin bailar, Gerardo Portalea por ejemplo trabajaba de sepulturero, y volvieron por suerte para enseñarnos.
JA: ¡La tanda de Osvaldo Pugliese! “Gallo Ciego”, “La Yumba” y tantos otros. Y a mí gustan las milongas Villa Malcolm, Canning y La Viruta. Iba bastante seguido hasta que se pudo. Ha sido un año durísimo para los milongueros, sin bailes ni shows, y de a poco empezarán a abrir en diciembre con mucho por recobrar.
JA: ¡Estamos todos deseosos de volver al abrazo!
Fecha de Publicación: 15/12/2020
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