Actualmente, como muchas otras naciones indígenas, los mapuches están atravesando un proceso de fragmentación cultural y de lucha reconstructiva de su identidad. Así surgen los Mapurbes, jóvenes mapuches de las ciudades del sur del país, que reivindican las luchas por sus tierras y la palabra de sus ancestros, pero no dejan de lado las prácticas cotidianas típicas de occidente.
Neuquén es la provincia patagónica de mayor población y también de las de mayor población indígena. Por ende, las ciudades neuquinas son embrionarias de este movimiento de resistencia.
Un poco de historia
Para entender cómo llegaron estos jóvenes a propiciar recitales punks y heavymetal, hay que hacer un obligado revisionismo histórico.
Miles de años pasaron los mapuches viviendo entre la región Araucana chilena y la Patagonia argentina. El resto es historia sabida: el proceso de aculturación y radicación forzosa por parte de Argentina y Chile los obligó a confinarse en tierras poco fértiles. Así fue como el pueblo mapuche se convirtió en un pueblo campesino, excluido, ignorado y estigmatizado. Los jóvenes de algunas comunidades migraron hacia las ciudades (forzadamente, no hay que dejar de decirlo) en búsqueda de oportunidades.
Los hijos de esos mapuches que migraron a la ciudad y que, muchas veces, quedaron marginados en barrios periféricos, tuvieron que soportar la crueldad típica de niños y adolescentes. La discriminación en el ámbito escolar es moneda corriente y el ser indígena, en algunos casos, fue motivo para sentir vegüenza. Sin embargo, los mapunks y mapuhevis, nacieron para invertir esta situación
La posta en la resistencia
El heavy metal y el punk siempre fueron de los consumos culturales predilectos en los jóvenes patagónicos. Los estrepitosos riffs y los furiosos gritos propios del género se combinan naturalmente con el árido e incesante viento neuquino. Además, estos son los ritmos más furiosos y a través de los cuales se han expresado anarquistas y rebeldes a lo largo de la historia. Las protestas y las luchas son parte del proceso de conservación de la cultura indígena; si se hibridan ambas, el resultado es un conjunto de músicos que siente a flor de piel la necesidad de elevar y actualizar las ancestrales luchas.
Desde Plaza Huíncul y Cutral - Có, Aonikenk y Neyen Mapu son ejemplos de pioneros en hibridar los dos mundos. La primera nació a principio de los 90, la segunda es de este siglo y ambas comparten el mismo estilo. Camperas de jean con guñelves bordados (símbolo mapuche), botas de cuero y tarihües (cintillo típico), es el look urbano mapuche por excelencia.
El censo del 2001, en el que se incluyó la pregunta “¿te considerás parte de alguna comunidad indígena?”, abrió el interrogante para que los jóvenes abandonen el sentimiento de resignación y vergüenza, y aborden el de la reconstrucción de la identidad de su pueblo. Los mapunks tomaron la posta con orgullo, y ya nadie podrá robarsela.
No todo es unidad
Las bandas no solo han tenido que luchar contra la exclusión y discriminación de sus pares y de la industria; también, dentro de las comunidades, su forma de expresarse ha generado revuelo. Sucede que los padres y los abuelos que migraron en primera instancia a la ciudad, o que viven en zonas rurales, no ven con buenos ojos este cocktail de lucha ancestral con ritmos urbanos. Es un quiebre generacional marcado por la migración a las ciudades y por el avance de occidente sobre todos los ámbitos de la vida.
Los mapurbes vinieron a romper con la visión historicista que reconoce a su pueblo solo dentro de los museos. Este 12 de octubre, Día del Respeto a la Diversidad Cultural, es necesario entender que su existencia demuestra que las luchas contra el opresor no pueden estar aisladas: el puente entre los sectores sociales oprimidos debe ser construído y constantemente reforzado.
Comunicador social en proceso, lo cual es igual a ser licenciado en casi todo. Neuquino aporteñado, pero con las raíces bien afirmadas. Fanático de conocer lugares, gente y comidas.